La coherencia, el miembro fantasma de Venezuela

Por Glenda Morales

@glenda_morales

 

 

 

El síndrome del miembro fantasma es la percepción de sensaciones en un miembro amputado. Los pacientes con esta condición experimentan el miembro como si aún estuviera unido a su cuerpo ya que el cerebro continúa recibiendo mensajes de los nervios que originalmente llevaban los impulsos desde el miembro perdido.

Asimismo, en una especie de remembranza genética, algunos seres humanos van actuando con la sensación de que posiblemente alguna vez tuvieron conciencia. Como si todas las cosas sublimes hubieran existido en un pasado lejano y ahora su referencia fuera solo un dejavú; promulgando valores y principios en su honor, como rezándole una plegaria. Pero inevitablemente, por la falta de contacto con ese ser superior, actúan de forma contraria a lo que profesan, engañándonos sin ningún tipo de pudor.

El sufrimiento reflejado en los pocos titulares de prensa y el clamor desbordante en las redes sociales nos indican que habitamos una sociedad inhóspita. Muchos pensamos que los poderes del Estado están en manos de gente poco entendida para crear estrategias inteligentes, que gesten esa sociedad apta para vivir. Pero peor aún, ya sabemos que muchas de estas personas no está calificada para mantener contacto con otro ser humano, porque su registro de indolencia es tan alto que impide cualquier vestigio empático.

Hemos visto de forma descarada como nos insisten consignas recargadas de paz, intercaladas en un discurso grotesco que no provoca, sino que inminentemente ordena la guerra. Una homilía cruelmente elaborada por los mejores publicistas del diablo y que deja tatuado en la psique de muchos el mandato involuntario de la violencia, como si se tratara de un ritual de ultratumba. Un estilo con resultados tan precisos, un manejo de lo absurdamente contradictorio, tan correcto y tan parecido en otros escenarios históricos, que no queda más que sentir temor. Estamos sumidos en una guerra ancestral que no es fría ni con armas precisamente. Un holocausto emocional a merced de expertos en actos que confunden nuestra buena fe. Diestros en conductas que a la altura del mejor calibre, están configuradas para reventar el corazón. Destruyendo sin remilgo todo aquello que a ellos les falta. Gente que tristemente está infiltrada en altas esferas, pero también entre amigos y familia, en nuestra vida diaria.

Son profesionales en el manejo de detalles cotidianos y fulminantes, que tienen el objetivo de minar los pies de un ser humano hasta derrumbarlo, eliminando así obstáculos que les impida escalar hasta un Olimpo de papel crepé que sólo ellos fueron capaz de prefabricar. 

Todas estas pruebas de barbarie no son resultado de otra cosa sino del pánico a perder el poder, digno de cualquier ser que no contenga nada en su interior. Enfrentándonos en una lucha materialmente desigual, a los que nos oponemos a esta tragedia, cuando nuestro temor no es por algo tan simple como el control. Aquí la lucha quijotesca es por seguir existiendo.

Entre tantos hechos de maldad disparatada a los que somos sometidos a diario, la última referencia insólita es haber escuchado a Chaderton describir el sonido de una bala en un cráneo opositor como “hueco”, haciendo una alusión vulgar y macabra sobre la diferencia entre las cabezas de los venezolanos de acuerdo a su ideología al momento de morir con el cerebro explotado. Un comentario tan bajo proveniente de un alto funcionario y justamente después de la muerte atroz y similar de un estudiante del Táchira de tan solo catorce años. A tan sólo semanas del asesinato de un niño nuestro.

Aquí la ironía y lo incoherente estriba en que posiblemente así también sonaría un disparo en el desolado pecho de alguien con semejante desproporción, como si la bala atravesara a un espectro. Posiblemente no sentiría siquiera una reminiscencia de dolor, cuando el proyectil se paseara por ese vacuo espacio donde no existe peligro de rozar nada que esté latiendo.

La buena noticia es que el alma no es un miembro. Es una esencia cargada de energía necesaria para sobrevivir a esto y a mucho más. Una entidad inmaterial imposible de mutilar y que de forma autónoma, sin pedirle permiso al cerebro ni a nadie más, nos hace saber siempre, no que estuvo, sino que está. Esa es nuestra ventaja. 

 

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