Cuando la verdad nos alcance…

Por Pedro Urruchurtu

@Urruchurtu

 

 

 

 

Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que muchos siguen viviendo de una realidad que hace mucho dejo de ser tal. Algunos aún viven de la resaca de la esperanza; esperanza que no se extingue pero que no termina de traer lo que promete.

 

Mientras algunos siguen viendo en quienes ostentan el poder la solución a sus problemas, ellos, quienes gobiernan, siguen observando en esa gente su garantía de poder. Nunca un gobierno fue tan claro en sus propósitos: “para que sigan gobernando los pobres”. Y es que de eso se trata, de que el pobre siga siendo pobre, dependiente de la dádiva del Estado a cambio de un voto, tan miserable como la vida que algunos llevan. Siempre he criticado, y criticaré, a los que condenan a la gente a la pobreza con el simple hecho de ver a los pobres como una prioridad, pero sólo una prioridad para ganar poder. El pobre es pobre por ausencia de oportunidades de desarrollo propias y no necesita de un Estado que le dé todo, sino de condiciones para que pueda surgir por sí solo. Pero esa no es mi reflexión de hoy.

 

Mientras muchos siguen distraídos en el firme propósito del régimen de someter a los ciudadanos, mientras algunos pasan horas en colas porque así lo quieren quienes mandan hoy, mientras todos se empeñan, consciente o inconscientemente, en darle la razón al régimen porque no hay otra opción sino simplemente sobrevivir, este se haya fuerte, sólido y decidido a seguir dominando. Cuando el hambre se vuelve gobierno, todos dan hasta la vida por comer.

 

Nadie está analizando las horas de productividad que hemos perdido como país, gracias a la necesidad de la gente de sobrevivir. ¿Cuántas horas de empleo se han perdido por hacer una cola que raciona la dignidad humana? ¿Cuántos puestos de trabajo quedan vacíos gracias a la humillante política del “comes lo que yo diga, como yo diga” del régimen? ¿Alguien acaso duda que la destrucción de la empresa privada tenga el más perverso fin de control de todos? Como alguien decía por allí, y la historia lo ha demostrado, el socialismo sí que sabe sobre economía: sabe cómo convertirnos a todos en pobres.

 

Para otros, parecería imprescindible que seamos una especie de zombis, sumidos en la más profunda anestesia de quienes necesitan defender sus cuotas de poder. Nos convocan a lo único que les interesa, dejando de lado cualquier recuerdo crudo de represión, de tortura, de presos políticos y de todo aquello que ha vulnerado nuestra sagrada condición humana. Como si nada hubiera pasado, como si la mentira nos gobernara, hoy nos olvidamos de todo para sencillamente expresarnos en un voto que legitima al régimen y que sólo le da la razón a los opresores.

 

Lo más preocupante es que quienes han dicho la verdad, desde el primer día, sobre la naturaleza del régimen, son acusados de mentirosos bajo la más “genuina” expresión del “No, vale… ¡Yo no creo!”. Hoy, cuando el tiempo parece darles la razón a quienes hicieron tales advertencias, la incredulidad sigue de frente y nos obliga a marchar como si nada más importara. Es lamentable que la incredulidad o la exageración que algunos ven en quienes denunciaron lo que íbamos a ser y, en efecto, nos convertimos, sea la excusa perfecta para que el silencio, y sus tonos cómplices, hagan presencia.

 

La mentira, la propaganda, las falsas verdades y todo lo que les acompaña se han apoderado de nuestra realidad. Vivimos de una mentira de la que no queremos despertar porque, aunque sea por migajas, nos sentimos cómodos. Podemos ver caer a compañeros a nuestro lado, podemos ver como unos humillan a otros, podemos sentir que el país se nos derrumba, pero la mentira nos hace caer en su más vil rostro: la indiferencia.

 

La mentira sigue corriendo, ha minado todos nuestros espacios. De lado y lado la defienden, sabiéndolo o no, y prefieren seguir adelante sin denunciar porque la denuncia distrae, aleja, divide y toda clase de elementos negativos, sin darse cuenta de que lo que realmente nos ha hecho daño es precisamente no denunciar y callar ante la mentira y su reino.

 

La verdad necesita de más defensores. Lo acomodaticio no puede ser excusa para callar y darle rienda suelta a la mentira y su vil carcajada traducida en la sociedad sumisa que somos hoy. En honor a nuestros libertadores, a los forjadores de esa nación libre que debimos ser y hasta fuimos, en honor a los que hasta ayer han dado todo por volver a la libertad,  tenemos el deber de defender la verdad. La complicidad no admite ya más lugar que el que da la propia mentira. Es hora de hacernos eco de la verdad.

 

Seguir como si nada, seguir avalando nuestra destrucción, seguir actuando sin actuar, sólo hace que la mentira siga imponiéndose. El gran problema es que de seguir así, la mentira habrá logrado su cometido y todos la habremos justificado. De ser así, cuando la verdad nos alcance, no habrá nada que defender. Cuando la verdad nos alcance, ya no habrá verdad; ya no habrá nada.

 

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