I want to believe

Por Hugo Uribe

@soymaltuitero

 

 

 

Era temprano, algo así como las doce y tanto de la tarde. Como siempre, tomé el tren que va de San Cayetano a Murriñas, esa zona llena de tantas cantinas españolas donde se come uno de los mejores asopados de la ciudad.

 

Distraído, como suelo estar, no me fijaba en nada ni en nadie en particular. Entraba y salía gente en una coreografía ensayada por años. Veía los carteles publicitarios en el vagón sin leer nada, sólo miraba los colores y diseños. Pasaba la vista por los vidrios cada vez que llegábamos a una estación, por aquello de no pasarme la que me tocaba; algo que me sucede con mucha frecuencia.

 

En uno de esos momentos en que los ojos se detienen sin consentimiento en algo sutilmente distinto, vi lo que por muchos años estuve esperando. Lo que sabía que en cualquier momento me pasaría. Eso que cuento entre amigos y es motivo de burla perenne. Mi postura fue de sorpresa, no por haber visto a este ser, sino porque nadie más parecía darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Un ser extraño a este planeta estaba allí parado en medio del vagón frente a todos. Y nadie, sino yo, podía verlo.

 

Aunque su mirada estaba fija en el celular de un niño que jugaba en un estado de concentración sospechosa, sabía que este ser estaba observando panorámicamente en un 360° perfecto, típico de esta clase: los Ganges; como se les ha denominado desde su primera aparición en Londres, por allá a finales de los años 70 y que le deben esta denominación en memoria al profesor Frederick Ganges, de la Universidad de Stewart,  quien los vio por primera vez.

 

No pude disimular quedarme viéndolo fijamente, estoy seguro que se dio cuenta que lo espiaba, pero no hizo la más mínima señal ni movimiento para dejarme en evidencia. Al menos no con sus ojos. Su piel estaba en la etapa de remoción, es decir, cuando comienza a deslastrar la usada los últimos tres años, para adoptar una que se adapte al medio ambiente en el que estarán por el próximo período. Algo muy parecido al cambio de piel de las serpientes terrestres.

 

Estaba plateado brillante. Alrededor de sus ojos comenzaba a verse el color piel de nosotros los humanos. En la parte donde comienza la cintura pude ver igualmente que ya tenía el color humano. Toda la parte inferior de su cuerpo adoptaba piel. Sus manos, que sujetaban dos pequeños palos de madera, eran largas con dedos delgados. Podría decir que era esquelético, pero no me sorprendió, esta especie no gana peso ya que se alimenta con muy poco, sólo con lo necesario.

 

Pude notar que estaba recién llegado, pues su cabeza estaba todavía un poco difusa, cierto blur rodeaba la parte superior de su cuerpo y esto me maravilló aún más. Lo que me hizo tomar un lápiz y comenzar a anotar en la libreta cada característica para dejar evidencia, tanto escrita como visual, ya que pude sacarle una foto pensando que no se daría cuenta. Una de esas estupideces que cometemos los humanos.

 

Coloqué mi teléfono a la altura de mi cadera para que no me viera. Encuadré lo mejor que pude y disparé. Sentí que sus ojos se clavaban en mí, pero ansiosamente tuve que ver la foto que había tomado y que dejaría, por primera vez, constancia de lo que había presenciado. La vi, me pareció buena y coloqué de nuevo el teléfono en mi bolsillo. Al subir la mirada para seguir observándolo pasó lo que tenía que pasar, se había esfumado. Desapareció tal como había llegado.

 

Miré a todos lados pero ya no estaba. El niño que jugaba con su teléfono estaba mirándome, y al cruzarnos la mirada creí percibir una ligera sonrisa que duró menos de un segundo. Las puertas se abrieron, entró y salió más gente, y en ese momento el niño también se había esfumado.

 

La próxima estación era Murriñas. 

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