La hora pico más larga

Por Claudia Alizo

@ClaudiaAlizo

 

 

 

Foto: La patilla 

Quizás por haberlo leído en menos de 140 caracteres, o por la proximidad de unos cuantos días libres para rezar- o gozar- durante la venidera Semana Santa, muchos caraqueños no se preocuparon demasiado cuando, al echarle el vigésimo tercer vistazo del día al Twitter aquel 25 de marzo,  @metro_caracas anunciaba a sus más de 380.000 seguidores que desde el jueves 26 de marzo hasta el lunes 6 de abril, se estarían realizando “trabajos de modernización en la línea 1” del Metro de Caracas.

 

Como parte de las merecidas labores de mantenimiento, entre las que se describían la renovación de la loza que soporta la vía férrea y la sustitución de los cambiavías y rieles en un área específica de la zona de Chacaíto, esta estación junto con Sabana Grande y Chacao no estarían operando de forma regular, abriendo una brecha en los 20,4 Km de mundo subterráneo capitalino que recorren las odiadas y queridas orugas de acero todos los días, a través de 22 estaciones, desde Propatria hasta Palo Verde. Una brecha de más o menos 4 Km que se tragaba valiosos minutos en la vida del caraqueño de a pie.

 

Con 115 unidades de Metrobús habilitadas para paliar el caos que se materializó la mañana del jueves 26, el día entero se volvió una “hora pico” perenne. Ríos de personas, esperaban en la Zona Rental de Plaza Venezuela desde tempranas horas para tomar uno de los autobuses rojos, algunos tan largos que no parecían hechos para las angostas esquinas y calles atestadas de carros, motos y gente caminando a la velocidad de un citadino promedio.

 

A las tres de la tarde, con un sol fiero calentando hombros, cascos, cabezas y pavimentos, las aceras que recorren la Avenida Francisco de Miranda, desde Chacao hasta Chacaíto, y más allá, hacia el Bulevar de Sabana Grande parecían el pasillo de un gran edificio sin techo en el que se estuviese poniendo en práctica el simulacro de un incendio.

 

Los carritos por puesto, vistos a lo lejos, asemejaban pequeñas cajas de latón andando en cuatro ruedas a las que algún gigante hubiese metido, a presión, pañitos de colores que sobresalían por una puerta abierta. Desde adentro, una réplica a escala de un vagón del metro con retraso a las cinco de la tarde, con la respectiva y proporcional reducción de kilómetros recorridos por cada hora, por más del doble del costo de un tiquecito amarillo “simple”.

 

Así transcurrieron los primeros dos días. Desde las entrañas de esa selva de acero y concreto que es Caracas, a unos 45 metros de profundidad, una arteria herida hacía brotar a la superficie a los 1,8 millones de usuarios, las células sanguíneas que a diario utilizan el sistema de transporte.

 

Sin el metro se aprende que desde el Centro Comercial Lido, en Chacaíto, hasta el Wendy’s de Altamira hay 1955 pasos. Sin el metro también se aprende que, en un día, el 20% de la quincena se esfuma en un par de carreras de mototaxi y que los mototaxistas, salvación de algunos y pesadilla de otros, triplicaron un sueldo mínimo en menos de una semana. Sin el metro (y, a veces, también con él) la capital verdaderamente tiene “las distancias cortas más largas del mundo”, como dijo una vez  El Gabo en La Infeliz Caracas.

 

A menos de 24 horas para finalizar los trabajos de mantenimiento en la estación de Chacaíto, las calles de Caracas están tan solas como en cualquier día feriado. Según explican las fuentes oficiales, la optimización y renovación de la Línea 1 continuaría durante el mes de agosto, “con mínimas perturbaciones en el sistema de transporte capitalino” que, como tantas cosas que se vuelven invisibles a la cotidianidad, sólo se notan y se valoran cuando no están presentes.

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