Un viaje para conocer a Venezuela

Por Mónica Duarte
@M0n1k1ta

 

 

 

 

A un país se le conoce a través del contacto. No se puede intentar entender cómo y por qué alguien actúa de una cierta forma sin escucharlo hablar, sin saber cómo vive, de dónde viene su familia y cuáles son las adversidades a las que se enfrenta día a día.

               

En Venezuela las influencias exógenas nos han permeado desde que el petróleo nos obligó a “desarrollarnos” sin estar preparados. A veces, no podemos encontrar una idiosincrasia propia o una definición para nuestro nacionalismo, pero no podemos culpar a nadie más que a nosotros mismos por esto. La ignorancia de nuestras entrañas nacionales nos ha desvinculado de la verdadera comprensión del país. Un forma de lograrla es viajando hasta esos destinos más emblemáticos o remotos y observar profundamente cómo es nuestra nación desde adentro.

 

No me puedo considerar una persona muy viajera o callejera, pero cada vez que puedo encontrarme de frente con la “venezolaneidad” lo disfruto e intento sacarle la mayor cantidad de información posible. Recientemente tuve la oportunidad de viajar a Mérida y, aunque ya la conocía, pude observar mejor la forma de vida del andino. 

 

Como en cualquier país, el nuestro tiene sus regiones geográficas bien definidas, que han adoptado diferentes formas de ganarse y vivir la vida. La región andina, al occidente, es la más fría y la más elevada. La ciudad de Mérida se encuentra al pie de la cordillera de los Ándes y si viajas en la época correcta puedes observar los picos nevados desde las calles del centro.

 

Para conocer a Venezuela hace falta salir de nuestra burbuja personal y estar dispuesto a toparte con realidades diferentes y drásticas. Vivimos en un entorno indefinido que no comprendemos y, muchas veces, ni queremos hacerlo. En Mérida, por ejemplo, se puede pasear entre plazas y casas coloniales abarrotadas de vendedores callejeros con productos artesanales, o conectarse con la naturaleza en el jardín botánico o el zoológico.

En cuanto al gentilicio, ese fulano gocho que tanto mofamos en la capital es más de lo que creemos. No por nada Mérida es conocida como “la ciudad de los caballeros”, sin duda la gentileza de su gente es algo que se nota y aprecia al viajar, más si vas con la idea de unas vacaciones relajantes. La buena disposición para ayudar a los turistas, la educación al hablar y la hospitalidad son cualidades que muchas veces olvidamos en medio de la rutina, pero que aún no se pierden del todo en el interior de Venezuela.

 

Al observar el ritmo de vida también se siente una gran diferencia. El apuro que caracteriza a las ciudades se pierde, sin tanto tráfico y con menos kilómetros que recorrer la velocidad cotidiana disminuye y permite apreciar mejor el ambiente y las personas que nos rodean.

 

Una de las mejores riquezas que tiene  Venezuela es su naturaleza y clima, eso nos lo enseñan desde pequeños, pero nada se siente tan bien como experimentar esa variedad en nuestra propia piel. La temperatura y humedad de una playa crea un estado de ánimo diferente al que crea la brisa de las montañas o el olor del llano.

 

Las opciones de diversión y ecoturismo que han surgido últimamente permiten aprovechar al máximo todos estos atractivos. Más que admirar lo que nos ha tocado debemos trabajarlo para potenciar las oportunidades que nos regala la naturaleza. En Mérida, pude disfrutar de Senderos Aéreos, un circuito de puentes colgantes y tirolinas en los árboles del jardín botánico, y del zoológico de Chorros de Milla, un parque animal que hace juego con las cascadas que bajan las montañas del sector Milla. El país está lleno de estas iniciativas que permiten abstraerse y conocer mejor esa “riqueza” que nos caracteriza.

 

Sin embargo, no todo es perfecto en un viaje dentro de Venezuela. Como nada puede escapar de los males cotidianos hay que estar preparados para lo peor. La inseguridad e inflación nos persiguen por más que intentemos huir a encontrar nuestras raíces. La ilusión de bajos costos fuera de la capital se ha perdido. Nada más en comida se puede duplicar el presupuesto de un viaje. Sin embargo, debemos aprender a disfrutar e invertir en las ofertas verdaderamente venezolanas e innovadoras. Un consejo infalible es visitar el mercado de la ciudad o pueblo al que se va, las frutas, especies y comidas típicas son un manjar que vale la pena probar y que pueden revelarnos mucho de una población y su historia.

 

Tomando en cuenta estas y muchas más cosas que pueden unirnos o diferenciarnos con nuestros compatriotas, seremos capaces de experimentar una Venezuela más cercana y natural. De mi viaje a Mérida me llevo un pedazo de paz que me regaló la brisa andina, un paquete de amabilidad que me enseñaron los gochos, una pizca de ligereza al andar que le compré al ritmo de la ciudad y un entusiasmo por hacer las cosas bien, inspirada en los paisajes.

 

Si cada viaje al interior nos reencuentra con un trozo de este país perdido, nuestro trayecto valdrá el doble, sin mencionar el aporte, más que económico, que podemos dejarles a las poblaciones que visitamos. En esa relación simbiótica de aprendizaje es que podremos lograr reencontrarnos.

(Visited 69 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras