Las reglas del librito

Por Alfredo Yánez Mondragón

@incisos

 

 

 

Esos libritos (del beisbol y la política) nunca los escribió nadie. Pero existen.

Las reglas que aparecen en esos libritos tampoco fueron escritas, pero se cumplen.

 

El asunto radica en que el beisbol es un deporte, que en definitiva termina siendo un juego; aunque muchas veces involucre negocios, que se traducen en dinero; mientras que la política es el arte de negociar, sin que para nada tenga cabida su ejercicio como un deporte, ni mucho menos como un juego.

 

Las reglas del librito de la política aplican en la civilidad, en una estructura de respeto y separación de poderes. Van, como no, en paralelo a las leyes, a los decretos, a las ordenanzas, que establecen las formas de acción apegadas al marco jurídico. Unas y otras actúan en simultáneo, sin que se excluyan; antes bien, se complementan.

 

Al día de hoy, en medio de la coyuntura que atravesamos, ni unas ni otras funcionan. El marco legal del país es un laberinto de contradicciones, interpretaciones, sumisión, dependencia entre poderes; es para decirlo en términos de los afectados de la academia: la aplicación de la ausencia del estado de Derecho.

 

Siendo así, con juicios amañados, con la incertidumbre en las convocatorias comiciales, con el relajo en la entrega de las funciones legislativas al Ejecutivo, con el nombramiento de diputados para tareas de gabinete, con la designación de sospechosos como funcionarios de alto nivel, es imposible, para aquellos que aspiran a ser la alternativa, “jugar por el librito”.

 

Estamos en una hora en la que se deben respetar, sin duda, las reglas nunca escritas del librito que nadie escribió, respecto a los conceptos de República y sus conexos de libertad e igualdad de oportunidades.

 

Supeditar esos conceptos estructurales de la vida en sociedad, a unos secundarios, vinculados más bien a los repartos burocráticos, a las formar de cohabitación desde la perspectiva del poder, y no del acuerdo político sincero que enrumbe de los destinos de la nación hacia un objetivo común; es desperdiciar la experiencia histórica.

 

El librito, sus reglas y sus aplicaciones, no se concentran en un solo tomo, ni en un único capítulo. El libro, y sus reglas, son una demostración de madurez que trasciende las individualidades y conjuga la esperanza y la expectativa, no desde el punto de la ilusión abstracta, sino desde la certeza de lo concreto.

 

Hay que releer ese librito; una a una de sus reglas, y comenzar a aplicarlas.

Los de enfrente; como si fuera un juego, hace rato que apelan a su propio librito particular; que nunca ha ido en paralelo con la lógica racional de la civilidad. Desconocer esa verdad, y seguir a rajatabla los preceptos de la ingenuidad, elimina cualquier posibilidad de transformación; ya no de lo efímero de un librito que nadie escribió, sino de un país.

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