Pedro Pablo

Por Gabriel Reyes

@greyesg

 

 

 

Como muchos hijos del siglo pasado, Pedro Pablo logró, con el sacrificio de sus padres y con su esfuerzo, un cupo en la UCV. Alcanzaría luego de siete años su ansiado título de Licenciado en Contaduría, tal vez entre los primeros de su promoción. Para muchos, era muy joven para salir a la calle a ganarse la vida, pero con el título bajo el brazo y con mucha fe, ingresó por concurso a la Administración Pública. Sus padres, muy orgullosos, comentaban que Pedro Pablo era un “funcionario del gobierno”.

 

Corrían principios de los ochenta cuando el amor tocó las puertas y se casó con una compañera de trabajo, profesional como él. Un año después y gracias al esfuerzo de ambos adquieren su apartamento en Valle Abajo, con el empujón de un préstamo hipotecario que era casi la regla para esa clase media que iba en ascenso. Es así como Pedro Pablo y su esposa Xiomara formaron su primer hogar, el único que pudieron tener, y donde rápidamente llegaron dos hijos, Antonio y Rosalinda, con un año de diferencia entre ambos.

 

Se decía que la cosa estaba dura. El Bolívar se había devaluado y Pedro Pablo regresaba de Estados Unidos donde finalizó sus estudios de un año de Especialización en Legitmación de Capitales, gracias al Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho. Con los ahorros y un crédito del Banco compraron su primer carro. Como retribución al país y buscando otra entrada adicional, ingresó en su Alma Mater como profesor instructor mientras Xiomara escalaba rápidamente posiciones dentro del Instituto donde prestaba servicios.

 

Sus hijos crecieron con salud, con buena asistencia médica, con acceso a una buena escuela, y es así como llegamos a 1997, año en el que se gradúa Antonio de bachiller. Egresó del Liceo Fermín Toro, con excelente promedio, orgullo de sus padres, excelente deportista, y por supuesto ingresó sin problemas a la UCV donde estudiaría Ingeniería Mecánica, su sueño desde la infancia. Rosalinda, un año más tarde y con un poco menos de dedicación, pero con mucha viveza criolla, egresó de un bachillerato no muy exitoso, y convenció a sus padres de que todos no nacieron para ser ingenieros y que a este país lo que le hacía falta eran técnicos. Se inscribió en un Instituto con varios amigos para estudiar algo que llamaban Organización y Sistemas.

 

Con todos los bemoles de un lustro transcurrido Antonio y Xiomara celebran el grado de sus dos hijos de profesionales en Diciembre del 2003. Ese año Xiomara había quedado desempleada porque aparecía firmando una lista para pedir un referéndum al presidente. Ella lo había hecho convencida de que era lo correcto, así que no tenía problemas con afrontar las injustas consecuencias, total, decía ella “los presidentes se van y vendrán nuevas oportunidades”. Pedro Pablo siguió con su carrera docente y como no era de la simpatía de sus jefes porque decía que no entendía el comunismo, lo despidieron del Ministerio, y se dedicó por completo a la Universidad, donde pudo culminar su Doctorado, precisamente al año siguiente del grado de sus hijos. Su tesis de Doctorado había servido de Trabajo de Ascenso y era un Profesor Titular. Con el apartamento totalmente cancelado luego de 20 años de aquel crédito, sus hijos graduados y con el prestigioso cargo en la Universidad de Director de División, Pedro Pablo sentía que tenía la vida resuelta. Tenía 45 años y aunque el país no era lo mismo que antes, las cosas tenían que cambiar algún día.

 

Antonio era un joven brillante como su padre. Culminó su Maestría con Honores y se había inscrito en el Doctorado, bajo la tutela de su padre. El ejemplo lo llevó a las aulas y era profesor de la UCV. El sueldo le parecía muy bajo, pero siempre le decían que los beneficios compensaban. Cada año se perdían más beneficios y el sueldo alcanzaba menos. No podía planificar su futuro con los ingresos que recibía. A pesar de que tenía ofertas del exterior decidió quedarse en Venezuela. Tenía otras razones y entre ellas una novia con la que se había comprometido. Era el 2010 y Xiomara más nunca consiguió trabajo en la Administración Publica. La lista la persiguió siempre que trató de buscar una nueva oportunidad. Pero montó un negocio de tortas, su pasión repostera, y le iba cada vez mejor. En poco tiempo duplicaba el ingreso de Pedro Pablo y entre ambos ayudaban a sus hijos.

 

Bueno, a su hijo, porque Rosalinda no necesitó de ese apoyo económico. Con sus amigos comenzó a trabajar en un proyecto de Clase Media con el Gobierno y en un acto se reencontró con un amigo de la adolescencia que vivía en la Ave. Roosvelt y que estudiaba con su hermano Antonio en el Fermín Toro. Ese muchacho nunca fue buen alumno, mejor dicho, era un desadaptado que cambió las piedras por las bombas molotov, siempre con la capucha puesta, y una vez que lo descubrieron asaltando un autobús lo expulsaron del liceo. Nadie sabe si terminó el bachillerato, pero nadie se lo pregunta ahora porque es un “chivo”. Es uno de los viceministros más jóvenes y es considerado una “promesa” del gobierno que Pedro Pablo y Xiomara decían que cambiaría. Ahora vive con él.

 

La historia puede llenar muchas páginas y de hecho las tiene completas, pero para contar con un atajo al presente, sólo le queda a este escribidor compartir con sus lectores que hoy 2015, Pedro Pablo gana $ 50 dólares al mes. Se quedó sin carro porque no tiene cómo repararlo. Xiomara tuvo que cerrar su negocio porque no consigue los ingredientes de las tortas. Antonio se casó y vive con su esposa en la misma habitación que ocupaba cuando soltero con sus padres. Es temporal porque ya le salieron sus papeles y se va a Panamá a trabajar a una empresa transnacional que le ofreció $. 3.500 llegando con casa incluida.

A Rosalinda tenemos tiempo que no la vemos. Su pareja “adquirió” una espectacular residencia en Valle Arriba, donde juega son sus hijos y los perros de raza que les regalaron. Claro, las nanas la ayudan a soportar tan pesada carga. No ha podido visitar a sus padres porque su esposo le dice que eso es peligroso y aunque se desplaza en una camioneta último modelo blindada con chofer y dos escoltas en motos, ella prefiere no contradecir al diputado, menos ahora que está por regresar de Curazao con su título de Doctor, no sé en qué, pero que necesitaba porque lo van a postular para un cargo súper importante.

 

Pedro Pablo tiene 55 años y no entiende qué pasó. Gana en un mes lo que un trabajador de sueldo mínimo gana en un día en el país donde obtuvo su posgrado. Su esposa más nunca pudo trabajar en la Administración Pública por una lista que dicen que no existe, su hijo se fue buscando poder hacer una vida y su hija se entregó al dinero fácil de una cleptocracia que nos carcome.

Historias como estas, queridos lectores, hay muchas en este hermoso país que nos robaron y que recuperemos ¡algún día!

¡Amanecerá y veremos!

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