Un problema ético

Por John Manuel Silva

@johnmanuelsilva

 

 

Son muchas las cosas por las que el chavismo pasará a la historia, a las páginas negras de la historia. Pero si hubiera que quedarse con solo una, escogería la más cruel: el desprecio por la vida humana. Desde el mismo momento de su acto fundacional, la revolución ha mostrado un desprecio absoluto por la vida.

 

Hace días veía una entrevista que Marcel Granier le hizo en 1997 al entonces candidato del Polo Patriótico, Hugo Chávez; donde éste, luego de ser cuestionado por las muertes del 4 de febrero de 1992, decía a cámara que él respondía por ellas y que, total, en Caracas mataban a unas 34 personas cada fin de semana.

 

Hoy cuando 34 vidas perdidas en un fin de semana suenan a un paraíso comparado con esta carnicería semanal que se da en nuestras calles, toca preguntarse, más allá de la discusión ideológica, del proyecto político y de cualquier otra cosa, si esta gente llegó a tener en algún momento algún sentido moral (que lo tuvieron muchos socialistas, aunque se equivocaran en sus métodos) respecto a la vida de los ciudadanos.

 

Mayo ha sido un mes sangriento y despiadado. Dos hermanos, Jimbert y Carlos Hernández, asesinados por intentar defender a sus padres de un robo. El pasado jueves en la noche, el dirigente estudiantil Conan Quintana fue asesinado. En Maracay, los pranes que tenían tomados varios sectores de San Vicente, se enfrentaron a los cuerpos de seguridad en una batalla armada en la que el lado de los delincuentes estaba mucho mejor armado que el de los cuerpos de seguridad, dejando un saldo de siete muertos.  Un camión con harina pan se volcó, y las personas que estaban cerca retiraron el cuerpo del chofer moribundo para poder saquear los paquetes que contenía.

 

Esos son solo los casos que resaltan por su relevancia pública. Pero lo cierto es que en este país mueren cientos de personas, sobre todo jóvenes y niños, sin que la sociedad o la clase política parezca alarmarse mucho por ello. Douglas Gómez Barrueta habla de unos 95 niños asesinados hasta este 11 de mayo.

 

95 niños asesinados en 131 días. Piensen en esa cifra un momento.

 

No quiero hacer una moralina contra las personas, porque sería injusto y acomodaticio decir que a los venezolanos no les importa esa cifra. ¡Claro que les importa, porque la viven a diario! Los hábitos del ciudadano han cambiado gracias a la violencia. Son las personas las víctimas de todo esto, y por tanto no permanecen indiferentes al respecto. El problema es la anomía que hay con el tema, la forma en que nos acostumbramos. Y en eso tiene culpa, mucha culpa, una clase política que de manera irresponsable ha hecho enormes esfuerzo por sacar el tema de la agenda, ya que al parecer no es “popular” convertir este desangramiento en un tema central en el debate político.

 

Creo que el chavismo utilizó la inseguridad en algún momento como parte de su estrategia de control social sobre la clase  media. Pero pienso, también, que el problema hoy en día va más allá incluso de la indolencia oficial. Venezuela es hoy un estado fallido. El socialismo ha hecho colapsar al Estado venezolano, lo que se hace latente no solo en la pertinaz carestía, en un sistema de justicia disfuncional y en unas cárceles que están bajo el control de los reclusos y no del Estado; sino también en la desatada violencia que hace mella en la sociedad y que cada vez más alcanza a los propios dirigentes del chavismo.

 

Ya es habitual enterarnos de los asesinatos de sus escoltas, en violentísimo asaltos y enfrentamientos. Los casos de Robert Serra y Eliecer Otaiza son dos de los que mejor muestran como el monstruo de la violencia ya los alcanza a ellos mismos. Precisamente la semana pasada la politóloga Gloria Álvarez visitó Venezuela y dijo muchas cosas que alborotaron ciertos copetes de la oposición más conservadora, pero dijo algo también que no ha tenido relevancia pública alguna y que es incluso más importante que todo lo dicho sobre la libertad o el Estado. Álvarez se refirió a la corrupción y al burocratismo como formas de sembrar la violencia: políticos que roban a manos llenas, que someten a sus ciudadanos a la ignorancia, para luego mandarse a construir mansiones llenas de rejas y muros y así poder vivir aislados de la sociedad a la que empobrecieron y violentaron con su indolencia y deseos de aprovecharse de ella. «Los políticos no entienden que con lo que se roban hoy, siembran la violencia del mañana», fue la frase más contundente de su intervención. Lástima que la misma no tuvo preeminencia en la larga polémica que acompañó su visita.

 

En efecto, es así: los políticos demagógicos embrutecen a la sociedad, le dan una pésima educación pública, la someten a mecanismos de dependencia que empobrecen más a las personas; y luego, cuando las consecuencias de esto estallan, se van a vivir detrás de sus guardaespaldas, huyéndole al monstruo que crearon. El chavismo ha apostado por la violencia, la ha utilizado con fines políticos desde los albores del gobierno. El chavismo creó una sociedad cada vez más pobre y más violenta. Y hoy, cuando las consecuencias de eso comienzan a afectarles, inventan teorías conspirativas que hablan de paramilitares infiltrados en Caracas para sembrar violencia y culpar al gobierno. Esto, hay que decirlo con firmeza: es mentira. La violencia de nuestras calles, el horror que hoy nos desangra, es el resultado directo de las políticas del gobierno: se trata de la consecuencia natural de un régimen que ha roto el tejido social del país. Eso sin contar las violaciones a los Derechos Humanos, las torturas que han llevado a que ya varios presos políticos hayan intentado suicidarse en la cárcel. Uno de ellos lo hizo, por cierto.

 

El chavismo nos ha legado una Venezuela violenta (irónicamente así se llamaba un libro del izquierdista Orlando Araujo, publicado a finales de los 80’s), y más que violenta: una Venezuela salvaje, donde nos están poniendo a pelear por comida, a huir de las balas, a delatar al vecino… El chavismo ha hecho que en los venezolanos vaya brotando lo peor de la naturaleza humana, eso que los pseudo-intelectuales llaman “la viveza criolla”, y que en realidad no es ningún aspecto surgido de nuestra idiosincrasia, sino que se trata de todo lo que surge del ser humano cuando lo llevan a situaciones límite y lo obligan a subsistir.

 

La razón por la que debemos derrotar al chavismo no es política, no es ideológica. La política y la ideología sirven para darle forma a esa derrota: anteponer valores liberales y libertarios al estatismo socialista es solo el método; pero la razón es otra: debemos vencer al chavismo para garantizarnos un rescate de lo mejor del país. Es éticamente inadmisible que sigamos viviendo en un país donde la vida no se respeta y donde jóvenes y niños mueren cada día. Tampoco podemos vivir en un país donde si no morimos físicamente, debemos hacerlo en espíritu al aceptar que nos nieguen las más elementales libertades y dejar que nos reduzcan a ser una masa violenta que pelea entre sí por hacerse de unos paquetes de harina de un camión volcado, pasando por encima del moribundo conductor. La lucha contra el chavismo no es solo política, es antes que nada espiritual y existencial, esencialmente ética, aunque eso no le guste a Luis Vicente León y a tantos otros “expertos” (nunca  unas comillas fueron tan necesarias), que nos invitan a evadir el horror y conformarnos. 

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