¿Para qué sirve la Universidad venezolana?

Por Catalina Ramos

@caramos61

Presidente de la Asociación de Egresados de la Universidad Simón Bolívar

 

 

 

Hace poco tuve oportunidad de leer el primer discurso del Dr. Rafael Reif, cuando asumía hace 3 años, su responsabilidad como Presidente del MIT. Rafael, venezolano, maracucho, ingeniero electricista egresado de la Universidad de Carabobo, narraba en ese discurso lo que fue su vida como egresado universitario, y cómo llegó a ese día de mayo de 2012.

 

Desde mi época como estudiante, era común discutir acerca del rol que la universidad tiene o debe tener en el desarrollo de un país. Tanto en aquella época, como hoy en día, creo que no hemos sido eficientes en mostrar cuál es ese rol esencial que deben desempeñar las universidades nuestras para el país. Prueba de ello es que durante los últimos años, en los que se ha agravado la crisis universitaria, la sociedad venezolana, nosotros, sus ciudadanos, no estamos en la calle defendiendo la universidad, reclamando un modelo diferente de gestión universitaria, una relación más estrecha entre la universidad y el sector productivo, un vínculo más proactivo entre el Estado y el sector universitario en su conjunto.

 

Volviendo al Dr. Reif, su historia representa una de las miles de formas en las que la universidad pudo cambiarle la vida a una persona y su familia. Pero, hoy día, ¿es factible vivir una historia como esa en Venezuela?

 

Hubo una época en la cual la universidad venezolana representaba el espacio que permitía la movilidad y el ascenso social. Los jóvenes querían llegar a sus aulas, y la institución, valorando el mérito y la excelencia, los apalancaba a niveles de mejor desempeño profesional y por ende, personal y familiar. Ingresar a la universidad era un gran reto, por lo tanto el que lo lograba tenía una relevancia especial para la sociedad. Luego, como egresado, alcanzaba un mayor nivel de respeto en su entorno, y podía desarrollarse y crecer como profesional.

 

Han pasado muchos años, y la universidad venezolana se ha ido ralentizando en el avance necesario hacia la postmodernidad. Muchas y diversas son las causas de esta situación. No solo las más recientes, sino las que se han ido acumulando desde hace años, y que se han agudizado últimamente con la dificultad presupuestaria que estas instituciones han estado viviendo. Las universidades, como el resto del país, sufren la inseguridad, la violencia, la escasez, la mediocridad, y las carencias en los anteriores niveles educativos, que se suman y se hacen dramáticamente evidentes en sus aulas.

 

Ahora bien, me pregunto, ¿tenemos en Venezuela las universidades que el país demanda para dar el salto al desarrollo? ¿Es este modelo de universidad pública, dependiente exclusivamente del Estado, el que se requiere?

 

Hay países en el mundo que nos hacen pensar que estamos lejos de lo que se requiere. Casos como el de Singapur y Corea del Sur nos muestran que es necesario un vuelco drástico en nuestro modelo educativo, y especialmente en el nivel universitario, de investigación y desarrollo. Estos países, en apenas unas décadas, han logrado posicionarse como potencias, apoyándose en una educación universitaria moderna, de calidad, con un gran avance tecnológico y de conocimiento.

 

¿Qué hicieron? Entre muchas otras medidas, estos países emprendieron agresivos programas de desarrollo, con visión de economía abierta y de mercado, apalancado en una educación superior de excelencia y en un eficiente sistema de ciencia y tecnología, abriendo paso al talento, a la dedicación, al logro. Es así como generan riqueza, fortalecen la sociedad y promueven el ascenso social.

 

La universidad venezolana debe plantearse, con firmeza y sin miedo, la discusión de fondo en torno a las transformaciones que requiere para alcanzar los retos globales de este siglo. Tenemos que diseñar nuevos modos de desarrollar la investigación, enlazados con el mundo, con nuestros sectores productivos, y que nos acerquen a un novedoso modelo de financiamiento que no sea dependiente exclusivamente del Estado. Tenemos que demostrar que la academia es capaz de hacerlo, modernizando la gestión institucional, disminuyendo la burocracia, mejorando la eficiencia.

 

El principal producto de las universidades son sus egresados. Estamos llenos de ejemplos de grandes venezolanos que cotidianamente aportan para que Venezuela sea un país mejor, y que provienen de nuestras universidades. Tenemos, además, egresados en todos los países del mundo que igualmente, pueden contribuir a estas discusiones, pues conocen otras experiencias que sin duda la enriquecerán. Son los embajadores de nuestras universidades en donde quiera que estén.

 

Por ello pienso que, en la medida en que dejemos de quejarnos comparando los salarios, o mendigando el dinero para el comedor y el autobús, y en cambio hablemos del rol esencial que la universidad tiene para que Venezuela de el gran salto a la modernidad; cuando expliquemos cómo la academia, la investigación, la ciencia y la tecnología son imprescindibles para conectarnos con el mundo, y seguir al ritmo acelerado que el desarrollo nos impone; cuando defendamos a viva voz que es el talento, la inteligencia, el esfuerzo, el mérito y la excelencia los valores que deben signar el desempeño universitario; cuando asumamos ese otro nivel de discusión, estimo que la sociedad venezolana alcanzará a ver la importancia de defender a capa y espada a su universidad. 

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