¿Cómo conducir la transición a la democracia?

Por Werner Corrales Leal

@WernerCorrales

 

 

 

He venido planteando en esta columna hace meses, y dondequiera que se me ha dado la oportunidad, que la transición, cuyos signos ya son evidentes, debe ser conducida de manera consciente y de ninguna manera debe ser asumida como algo que «nos sucederá» o que otros actores moverán por nosotros. Debemos hacer una transición que nos lleve donde queremos ir, hacerlo para llegar allí en paz con el menor trauma posible, y con la menor probabilidad de devolvernos al infierno del que buscamos salir.

 

¿Transitar a una democracia civil y formal? ¿O algo más?

Venezuela lleva casi cuatro décadas en franco deterioro político-institucional, económico y social; en una crisis que ha hecho explosión en los últimos años, pero que comenzó mucho antes de que este régimen se entronizase en el poder. Es por eso que nuestra transición no debe concebirse para volver a lo que éramos  y teníamos  en la última década del Siglo XX, ni como una simple sustitución del gobierno o solamente como el cambio del régimen militar-socialista, corrupto y violador de derechos humanos, por otro civil, honesto y de democracia formal.

 

Para salir de la profunda crisis que consume a Venezuela desde hace casi cuarenta años y no solo de la coyuntura actual y del gobierno que la protagoniza, la transición a iniciar debe llevarnos a una democracia nueva, capaz de sustentar un verdadero proceso de desarrollo de la sociedad, en el cual todos tengamos oportunidades de realización y todos gocemos de libertad real.

 

La transición a conducir nos debe llevar a una democracia libre del rentismo, lo que implica mucho más que dejar de depender fundamentalmente de la renta petrolera, para superar la manipulación populista a la cual el establishment político de la democracia ha sometido a la sociedad. Porque el rentismo es un círculo vicioso que ha desembocado -porque no puede sino desembocar- en pobreza y exclusión creciente, en corrupción generalizada y en uso de la confrontación social como mecanismo de permanencia en el poder.

 

 

Conducir la transición para que sea pacífica e irreversible 

Adicionalmente, el proceso de transición como tal debe conducirse para que sea pacífico y no reversible, es decir que las políticas y medidas que implementemos en el proceso contribuyan a la reconciliación social y la  despolarización política, y que no coloquen sus logros en peligro de retroceso.

 

En términos muy concretos, la gobernabilidad pacífica de la transición tiene que basarse en la reconciliación en las bases, en la negociación entre liderazgos legítimos y en la justicia y el restablecimiento del imperio de la Ley. Si, en la negociación y en lo que se ha dado en llamar la Justicia Transicional. 

 

Pero para asegurar al mismo tiempo la paz y la irreversibilidad de la transición a la democracia, lo que se negocie, y el límite que se dé a los resultados de las negociaciones, no podría poner en riesgo el objetivo último perseguido… En un artículo previo de esta columna advertía que tendría que evitarse negociaciones que llevasen a un cambio gatopardiano, que pudiese hacer reversible todo el proceso; como podría suceder, por ejemplo, si se aceptase que las redes de coerción violenta y delito que ha montado el actual régimen queden en pie; como resultaría si se negociase una transición en que la FAN quedase bajo la conducción de las fuerzas y actores que han manejado y obtenido beneficio de dichas redes.

 

Una transición en la que todo parezca cambiar, para que no cambie nada, sería la negación de las lecciones que Venezuela ha sufrido en los últimos 16 años y la puerta abierta para la repetición de la historia

 

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