El feminismo en Suramérica

Por Laura Andreina Rodríguez

@IsLarv

larodriguez@guayoyoenletras.com

 

 

 

Argentina fue la protagonista principal de una valiente lucha en contra de los brutales asesinatos que vinieron llevando a cabo ahí a causa de la violencia de género. Esta lucha no sólo pretende crear un despertar en la consciencia de la población argentina y suramericana sino que también exige la acción estatal en el cumplimiento de sus compromisos en esa materia, y para ello es necesario que se les asuma como lo que son: feminicidios.

 

Esta lucha se ha convertido en una campaña mediática (de pobre difusión en nuestro país) con ayuda de figuras, femeninas y masculinas, importantes e influyentes de la sociedad argentina. La campaña que ha sido difundida por las redes sociales con el hashtag #NiUnaMenos, no se limita a la denuncia de estas muertes, ha venido estando acompañada por mensajes que buscan un cambio mayor: la igualdad de género. Feministas argentinas, como la comediante Malena Pichot, y de otros países han aprovechado para mostrarse a favor del aborto, argumentando que una mujer es dueña de su cuerpo y puede hacer con él lo que desee sin que a sociedad, un gobierno o las leyes la limiten. El acoso de los hombres por medio de los piropos también es otra de las denuncias.

 

A propósito de esta importante y necesaria lucha, me he preguntado si realmente las mujeres de Suramérica, especialmente de Venezuela, estamos preparadas para el feminismo, con lo positivo y lo negativo de ello.

 

Históricamente, esta sociedad se ha mostrado bastante machista, entendiendo a la mujer como el sexo débil. Bastante hemos oído la comparación entre la mujer y “una delicada flor”. Esta posición de inferioridad subestima el poder que tenemos y la fuerza que hemos demostrado al enfrentar muchas situaciones. Ahora bien, no hay por qué negar que esto nos ha generado bastantes beneficios.

 

De este prejuicio machista se deben expresiones como “a la mujer ni con el pétalo de una rosa”, lo que significa que a las mujeres no se nos debe pegar porque no tenemos la fuerza bruta para defendernos de un hombre. También de ello se deprende la cultura de la caballerosidad: de abrirnos la puerta para pasar, del cedernos los asientos en el transporte público, de las serenatas y las flores. Todo esto responde a esa creencia de que somos débiles.

 

No obstante, gracias a otras luchas que se han venido dando en otros países y en años anteriores, hemos conseguido conquistar objetivos importantes como el hecho de que ahora haya una importante presencia de las mujeres en la escena académica y laboral. Hoy en día vemos mujeres ingenieras, taxistas, mototaxistas, policías, políticas y ejerciendo roles que se creían que eran sólo para hombres. Las mujeres representan 24% de los cargos públicos de alto gobierno y de elección popular en Venezuela, según cifras del Informe Nacional de los Objetivos del Milenio 2012, lo que nos dice que su percepción política es positiva.

 

Pero tal parece que estas conquistas no han sido suficientes, siguen los abusos y las mujeres queremos más, más respeto y reconocimiento.

 

Un estudio publicado en la página web “el ucabista” explica que la evolución de la participación de la mujer en el mercado de trabajo en Venezuela,  presenta similitudes importantes con el resto de Latinoamérica. El aumento de la participación económica de la mujer en el país ha sido importante, durante las dos  últimas décadas, para las mujeres de mayor edad, las unidas y las que tienen un nivel más bajo de escolaridad, posiblemente como reacción ante el descenso en los niveles de ingreso familiar. En cuanto a las características de los trabajadores ocupados, las mujeres tienen mayores niveles de educación formal pero menores niveles de experiencia. Además, existen diferencias importantes de ingreso medio entre hombres y mujeres favorables a los hombres, sobretodo en el sector informal de la economía que ha crecido sustancialmente en Venezuela.

 

Pero a pesar de mostrarnos como seres fuertes, demandando derechos como ganar el mismo sueldo que un hombre, o incluso mayor, y de que se nos considere como sus iguales para ejercer cargos que históricamente ha ejercido el sexo masculino, paralelo a ello una gran cantidad de mujeres se quejan de la pérdida de la caballerosidad y demandan “beneficios” que distan mucho de lo que una mujer fuerte requiere. Si somos iguales a los hombres, si somos incluso más fuertes que ellos porque damos a luz, ¿por qué no somos igual de fuertes para aguantar estar paradas en los autobuses sin quejarnos? Si queremos ganar lo mismo que un hombre, ¿por qué nos molesta cuando no nos pagan la cuenta después de una cita? Peor aún, ¿por qué no somos las de la iniciativa y los invitamos a salir?

 

Los verdaderos cambios en las estructuras sociales significan cambios desde la raíz, desde las concepciones de mundo, la forma de pensar y lo que se cree que es el deber ser. Para que tengan lugar, debemos estar dispuestas a cambiar a la par de ellos, lo cual implica, muchas veces, dejar de lado comodidades. Las luchas no son nunca cómodas, o somos iguales o no lo somos.

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