Insensibilidad y huelgas de hambre

Por José Arcadio Hernández B.

  @arquiarc

 

 

 

Fueron semanas huelga de hambre de Leopoldo López. Han pasado días desde que él y otros huelguistas en Caracas en diferentes rincones del país asumieron esta forma de protesta tan desesperada. Algunos ya levantaron el ayuno, otros lo continúan.

 

Con muy pocas excepciones, hay una realidad venezolana pasmosa y terrible: cuando escuchamos hablar de huelgas de hambre, nos fastidiamos. Sencillamente ya no les paramos ¿Por qué nos está pasando eso?

 

Lo primero que habría que decir es que las huelgas de hambre son medidas extremas cuya eficacia depende en buena medida de la difusión que se le dé a su desarrollo. Son una forma de autoflagelación pública. El huelguista decide atentar contra su propia salud y vida en medio del desespero de su situación. Al no haber difusión de la información (en Venezuela no hay medios de comunicación totalmente libres para que la haya) la protesta, sencillamente, no existe. Pruebas de ello las podemos conseguir saliendo a la calle y preguntándole a media decena de personas qué opina sobre las huelgas en desarrollo: casi todos le dirán que no están enterados.

 

Lo segundo a considerar es que una huelga de hambre es un mecanismo muy efectivo de presión a gobiernos… pero democráticos. En nuestro país no hay democracia, por ende, las huelgas de hambre no surten el efecto deseado de presión. Hubo un momento, hace algunos años, en que surtían efectos de cierta magnitud, pero en aquel entonces existían más de un par de medios de comunicación realmente independientes. Sumado a esto, la muerte de este método de protesta la sentenció maquiavélicamente el comandante intergaláctico cuando, con pulso frío como el acero, impasible, dejó morir con alevosía al señor Franklin Brito, enviándonos así una nota recordatoria de la naturaleza del régimen: poco o nada les importa que nos inmolemos en nombre de la libertad o en la búsqueda por el respeto a nuestros derechos.

 

Si le sumamos a eso la dinámica política nacional, nos encontramos con la temeraria escena que tristemente contemplamos: la posible desaparición física de los huelguistas, todos resteados luchadores contra la tiranía, pone a salivar a sus enemigos, que son muchos, porque la Resistencia en Venezuela está en la mira de diversos sectores, incluyendo fraternales personajes que no han disimulado ni un poquito el desprecio que sienten por estos dirigentes (¿se acuerdan de Ramón José Medina?).

 

De esa manera, las recientes huelgas de hambre dejan un saldo de venezolanos de la resistencia a la dictadura físicamente agotados, en condiciones de salud aún más desmejoradas, aunque habiendo conseguido, por un lado, que el régimen finalmente le pusiera fecha a las elecciones parlamentarias, y por otro, el logro más preciado: la liberación de Gerardo Resplandor y Douglas Morillo, jóvenes presos políticos; pero todo ello a costos altísimos, con una sociedad civil desmovilizada y desinformada, con la calle congelada, un régimen fortalecido y una oposición oficial en algunos casos feliz por el debilitamiento de la Resistencia.

 

Siguen siendo tiempos de valientes perseguidos y de lobos con pieles de cordero negociando a sus espaldas. Sigue siendo la hora de volver a las calles.

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