¿Qué te pasó, Venezuela?

 

Por Gabriel Reyes

@greyesg

 

 

 

Este año se cumplen 33 de nuestra promoción de bachillerato, y como en muchas oportunidades, aunque el número no es icónico de las celebraciones, un grupo de compañeros se dedicó a la tarea de apoyarnos en esa tecnología inexistente para la época pero a la que nos adaptamos muchos de los contemporáneos, para rescatar contactos y con ellos para comenzar a manejar toda clases de recuerdos de nuestra generación.

 

Pareciera entonces que este escribidor desea compartir una semblanza personal y no estaría mal si fuera así, entendiendo que nuestros lectores son nuestros amigos, pero es que, luego de un mes de reencuentro tecnológico he llegado a algunas conclusiones que realmente me movieron a dejarlas plasmadas con la tinta indeleble del registro digital en nuestros archivos.

 

Más de la mitad de quienes obtuvimos nuestro grado de bachiller en ese año 1.982 se reportaron a través de nuestro grupo de WhatsApp y de ellos casi la mitad lo hacen con códigos extranjeros. Desde Estados Unidos, Alemania, Canadá, España nos llegan mensajes de entusiasmo de quienes no están en Venezuela, algunos desde hace muchos años, otros recientemente, pero ninguno olvida su gentilicio ni se permite olvidar sus recuerdos en Venezuela.

 

¡Pero es que esa Venezuela no es esta! Y aquí comenzamos a revisar en las evocaciones en el pasado nuestra pérdida de libertades en manos de gobiernos incapaces, de un Estado que no entendió que sus gobiernos debían trabajar para el progreso y que nos hizo retroceder más de medio siglo en los últimos 20 años.

 

Nosotros, estudiando bachillerato, recorríamos Caracas en los autobuses de Ruperto Lugo, experiencia que raya en la aventura hoy día, no entendíamos la palabra «secuestro» en nuestro entorno por lo que como muchachos no temíamos a este flagelo. No existían los celulares pero tampoco nuestras pertenencias se veían acechadas por un entorno agresivo y hostil. 

 

Nuestros padres, en su mayoría profesionales de clase media, no eran ostentosos magnates de riquezas súbitas ni sobrevenidas, formadas en el núcleo de ninguna cleptocracia gobiernera. Éramos, simples ciudadanos de clase media. Pero viajar al exterior era la consecuencia del ahorro y la planificación en muchas de nuestras familias. Era normal viajar. Y no descalabraba el presupuesto de las familias.

 

Podíamos, todavía sin ser bachilleres ir a fiestas para bailar con las minitecas sin riesgo de nuestra estadía y menos pensar que nuestros padres correrían alguno al recogernos. Para nosotros, el mundo era libre aun cuando nuestra generación tal vez nunca desarrolló la «conciencia de libertad» que nos hace valorar el espacio y el tiempo a nuestra disposición. 

 

Transcurrieron 33 años, algunos partieron llamados por el Creador y desde un lugar especial nos cuidan y se reirán de estos recuerdos. Otros se marcharon a probar en otras latitudes y son embajadores prestigiosos de Venezuela en empresas globales como Intel, GE y otras renombradas. Otros, aprendieron a vivir en otros países con las dificultades que no tenía aquella Venezuela, y hoy no entienden como el grueso de nosotros permanecemos en la misma tierra que todos compartimos, pero en otro país, realidades diferentes en el mismo espacio.

 

Este ejercicio de comparar la Venezuela donde nos criamos con la Venezuela que heredaron nuestros hijos, y en algunos casos nietos, es una forma de analizar cuanto perdimos como ciudadanos hasta llevarnos a la categoría de «habitante coyuntural» porque no sabemos cuándo formaremos parte de las estadísticas macabras.

 

Esa es la conclusión apresurada de un análisis preñado de emotividad. Dejamos de ser ciudadanos y en estos 33 años perdimos sistemáticamente todas las libertades individuales y colectivas que nos permitieron soñar en un presente que no podemos ejercer porque tal vez nunca entendimos que el alimento de nuestros sueños nadie nos enseñó a valorarlo. Y ese espacio donde todo era posible es nuestra desgarrada Democracia. Aquí radican nuestros males. No oxigenamos el espacio donde nuestros sueños se alimentaban y hoy los sueños de progreso de muchos están allende nuestras fronteras o en planos de la improbabilidad. 

 

Por esto, le dedico a mis compañeros, a esos muchachos de medio siglo que nunca nos dimos cuenta de lo felices que fuimos hasta que lo perdimos, a quienes todavía perdiendo poco o mucho de lo que tenían, mantienen ese entusiasmo intacto, los invito a recuperar esa plataforma de donde nos formamos, ese reducto de luz que nos permite ver con claridad un futuro mejor para todos. 

 

Necesitamos hacer un esfuerzo por nuestro país, y darle fuerza a la Democracia para que no ceda a la barbarie de nuestros tiempos. Necesitamos que nuestros hijos sepan que sus padres fueron criados en una Venezuela diferente porque en esa Venezuela no había más dinero que ahora, habían libertades que hoy no hay o se extinguen, había mucho menos corrupción que lo que hoy hemos sufrido, teníamos gobiernos limitados en el tiempo, con venezolanos ilimitados en sus sueños.

 

Nuestros padres no necesitaron luchar por garantizarnos un país vivible, tal vez por eso no recibimos el ejemplo de dedicarle un tiempo a esta reflexión, pero Venezuela nos exige hoy a todos sus hijos el sacrificio de rescatar lo que perdimos, de devolverle a nuestros hijos un sueño «Hecho en Venezuela» y que no sigamos viendo como la sangre de nuestro futuro se derrama hacia otras latitudes.

 

A todos mi compañeros y a todos mis contemporáneos, un gran abrazo y un llamado para que trabajemos con el mismo entusiasmo que dedicamos en reagruparnos en tratar de ser útiles a la reconstrucción de nuestra ¡Venezuela!

 

¡Amanecerá y veremos!

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