Un candidato atómico

Por Mario Guillermo Massone

@massone59 

 

 

 

Vi una noticia sobre los relojes atómicos y su función de intercalar el leap second, el segundo bisiesto, ese “segundo extra” que la civilización humana ajusta en su reloj cada cierto tiempo, debido a la disminución de la velocidad de rotación de la tierra. Decía que cada uno, dos o tres años, hay un minuto de sesenta y un segundos, y que desde 1972 se han agregado veinticinco segundos adicionales a nuestra medición del paso del tiempo.

 

Sin estos relojes atómicos a los que se refería la noticia, propios del estado de la técnica actual, ya los antiguos egipcios conocían sobre la revolución irregular en la rotación de nuestro planeta. Por el año 49 A.C. Julio César obtuvo un conocimiento de su acercamiento con Egipto, que le sirvió para mejorar el calendario que se usaba Roma, el cual tenía grandes desfases.

 

¡El tiempo es cosa seria! Detrás del estudio del tiempo hay episteme. Ciencia. Hay conocimiento científico. Y hay metafísica. Pensadores como Aristóteles, San Agustín, Einstein y Stephen Hawkings, entre tantos otros, han dedicado tiempo al conocimiento del tiempo. La teoría de la realidad como proceso de Alfred North Whitehead, nos muestra el empeño en tomarse en serio a la física y la metafísica y todo lo relativo al tiempo.

 

Todos sabemos lo que es el tiempo, hasta que nos preguntamos qué es el tiempo, reflexiona San Agustín. Si sabemos o no lo que es el tiempo, yo no lo sé. Pero de que lo medimos lo medimos. Y así como el tiempo es cosa seria, medirlo también lo es.

 

La medición del tiempo es cosa seria porque está basado en el conocimiento que proviene de la observación racional. Cuando Julio César encargó a un astrónomo, filósofo y matemático que estudiara el calendario egipcio para mejorar el suyo, lo hizo para que la medición del tiempo en Roma se adecuara lo más a la rotación de la Tierra. Lo mismo se puede decir del calendario del Papa Gregorio XIII, el cual en 1582 corrigió defectos del anterior.

 

Dicho esto, imaginemos qué sucedería si al preguntar un periodista a un candidato presidencial de cualquier país civilizado ¿cuál es su promesa de campaña si es electo presidente?, éste respondiera: “’¡Cambiaré el tiempo! ¡Cambiaré la hora de mi país en relación con Greenwich! ¡Oscurecerá más temprano pero no importa! ¡Cambiaré la hora de mi país!” ¿Qué sucedería? ¿Cómo tomarían los electores semejante declaración de voluntad? ¿Le tomarían por payaso o por loco?

 

El periodista podría replicarle: “¡Pero señor! ¡Acaso se cree usted un reloj atómico!”.

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