Una leyenda de un país llamado Venezuela

Por Laurin Bello

 @LaurinIsabel

 

 

 

Cuenta la leyenda que hubo un país que todo lo tuvo, todo lo pudo y todo lo supo. En 1988 nací yo, unos meses después el Carazo obligó a mi mama a esconderse conmigo -recién nacida- debajo de la cama, mientras rezaba todo los Padre Nuestro que pueden caber en un minuto, mientras mi papa huía de Sabana Grande con un retrete que alguien tiró en la parte de atrás de su carro, para poder correr mas rápido. La poceta fue luego, la poceta del baño de mis padres en nuestro primer hogar, y obligó a que el baño fuera verde pues ese era su tono natural, un recuerdo del Caracazo, y de aquel hombre que quizá terminó preso por una poceta que jamás disfrutó.

 

El intento fue fallido, toditos los rebeldes fueron presos, y la vida del venezolano y en especial del caraqueño volvió a ser la misma, a pesar de los muertos, de los destrozos que dejaron los saqueos, a pesar de la sangre que aun pinta las aceras, a pesar de los pesares como dirían las abuelas.

 

Ese día nació a la luz pública, un monstruo y unas ansias absurdas de poder, un resentimiento incalculable y una mente decidida a ejercer el poder. Unos años más tarde, caravanas rojas, banderas tricolores, boinas militares e historias sobre la infancia pobre de aquel soldado flaco e irreverente ocupaban todas las cadenas de noticias a nivel nacional.

 

Y se hizo Presidente, porque el poder de un discurso emotivo no tiene límites, no hay raciocinio que valga ni poder que lo resista. Más de 16 años después, aquel mismo país que un día todo lo pudo, ahora mendiga en colas eternas por productos de primera necesidad, se desangra en listas infinitas de muertes violentas, se desbanca con cuentas absurdas de deudas en el exterior, y se queda en la memoria triste de aquellos que con dos maletas huyen al exterior.

 

Venezuela ya no se nombra igual que antes, ya no hay aquella dicha absurda que se sentía al nombrar al país de lo posible, ya no hay un fervor ardiente por lo nuestro ni una alegría infinita al decir Venezuela. Ahora hay presos políticos, huelgas de hambre, escasez, precios absurdos, muertes violentas, secuestros ni tan exprés, despedidas, lágrimas, desolación y tristeza. Una sociedad que rasga a pedazos los últimos trozos de dignidad en las salas de un teatro, en el ritual de un café, en el descubrimiento de un nuevo libro y en la publicación de una nueva revista, que claro es digital.

 

Bendito sean los que aun tienen ese don absurdo por crear, las ganas de salvar lo insalvable, la dignidad para preferir la cárcel a un exilio eterno, la valentía para alzar la voz, y la fuerza para aguantar lo insostenible, lo tedioso, lo inhumano de no contar ni siquiera con papel sanitario, Harina Pan, leche, café y huevos. Un país desnutrido, eso somos ahora, un país a la deriva de los deseos obsesivo compulsivos de los resentidos, de los que no entendieron que el trabajo dignifica o deja de dignificar, que las cosas se ganan, no se imponen, y así.

 

Hoy quiero decirles que así como hubo un Caracazo del que despertamos, del que caminamos y del que aprendimos levantándonos, también existe aun la posibilidad de que 26 años después un país se despierte; pierda la costumbre de vivir incómodos, inseguros y molestos. Pierdan el miedo y se levanten. 

(Visited 349 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras