La forma fractal

Por Glenda Morales 

@glenda_morales

 

 

 

Apreciación según textos Don Quijote, Shakespeare y  Montaigne

Estoy de acuerdo en que con ejemplos las ideas pueden ser comprendidas más fácilmente. Sin embargo, éste que voy a exponer no sé si sea el adecuado para ilustrar lo que pienso.

 

Hace unos días vi por televisión un programa que hablaba sobre la forma fractal en que estaban resueltos los sistemas naturales. Explicaba la manera en que un árbol no era más que la repetición de muchos árboles pequeños; igualmente los ríos, los copos de nieve y hasta un coliflor.

 

El cuerpo humano no se definió como ejemplo de una constitución fractal, solo el flujo de su sangre; sin embargo, a pesar de no serlo en su estructura y según mi escueta experiencia, me atrevo a asegurar que si lo es en su comportamiento: cientos de pequeñas  reacciones embutidas dentro de otras mas grandes, como las muñequitas gordas que uno compra de souvenir en los viajes y que se esconden una dentro de la otra hasta quedar a la vista sólo la mayor.

 

A la apariencia la considero una de las aristas más notables de ese comportamiento, como la muñeca grande. Golosa e insaciable, capaz de engullirse hasta a la misma pretensión: “Un rostro falso debe ocultar lo que sabe un falso corazón”, dijo Macbeth en su tragedia, en su afán de aparentar ser mas hombre aun después de precisar que no lo era quien se atreviera a más; sólo por igualarse a las solicitudes de su esposa: Matar a Duncan y quedarse con la corona de Escocia.  

 

 “Tened por seguro que mi bolsa, mi persona, mis últimos recursos, en fin estarán todos a vuestro servicio en esta ocasión…decidme, pues simplemente lo que debo hacer por vos… que estoy dispuesto a realizarlo… estoy dispuesto a agotar hasta la ultima moneda para proveerte los recursos que te permitan ir a la morada de tu bella Porcia”, fueron palabras de Antonio a Bassanio en el Mercader de Venecia. Sin remilgos para ocultar el fin principal e incluso sacrificarlo en los brazos Porcia, su rival. Antonio, así muriera de celos, debía aparentar solidaridad.

 

Hasta en la puerilidad de la falta de juicio de nuestro hidalgo, en Don Quijote de la Mancha, está diluida la necesidad de ocultar quien era en realidad, para sustituirse por notables Caballeros que si merecían historia. Nos hacemos dependientes de la apariencia en las más ínfimas experiencias. En la ficción de los grandes clásicos a través de sus personajes y en la tozuda voluntad del autor que los dibuja.

 

Hasta en la placida libertad  del que goza decir  “su parecer sobre las cosas desde la medida de su vista y no desde la medida de las propias cosas”, en la franqueza del  que rompe el friso de la fachada reconociendo su ignorancia; en la independencia del que no tiene “otro sargento de banda  para ordenar sus piezas que el azar”, como expresaba Montaigne en De los libros, uno de sus ensayos. Hasta en ese momento fingiendo ser libres, somos esclavos en las ansias lograr algo: “Quiero que den en las narices de Plutarco  a través mío y que escarmienten injuriando a Seneca en mi. He de ocultar mi debilidad tras esas celebridades”. Somos aparentadores perfectos, en el afán de ocultar defectos  y mostrar el mejor ángulo. Lo que nos lleva irremediablemente a fijarnos en la materia, pero no del contenido del texto, por ejemplo; sino en la materia de la intención que se ha tenido al escribirlo, en lo que quiso ser forma y que ahora es forma engullida por materia; verdad engullida por apariencia.

 

Pienso que la vida a veces más que una fatalidad es una fractalidad, – considerando el uso de esta palabra que creo que no existe- donde insistimos en fingir para agradar, en hacer trampa para ganar, en duplicar comportamientos convenientes para nosotros y para otros, a veces no tanto.

 

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Guayoyo en Letras