¿Cuánto cuesta el alma?

Por Glenda Morales 

@glenda_morales

 

 

 

Parece mentira que en un momento como este de tanta inconsistencia económica resulte tan fácil ponderar esta interrogante. Una inquietud que tendría que ver más con la incertidumbre de las emociones que con la certeza del dinero, por ejemplo.

 

El alma, en mi opinión, es el reservorio de todo lo bueno; la savia de los principios, un ramillete  de sensaciones que te indican si vas por el camino que te hace feliz. Una brújula subjetiva que te habla sin palabras, susurrando silencios, y te guía sin tocarte en una sincronía digna solo del cielo, así mismo como la luz hipnotiza a las plantas.

 

Al concientizar su valor, irónicamente, en vez de obtener añadiduras, más bien siento que he perdido elementos importantes de mi vida, como  cuando un árbol se deshoja no por una estación del tiempo,  sino por efectos de alguna potente radiación. Tengo una nostalgia grande en el cuerpo que estoy segura de que no equivale a las pérdidas.

 

He perdido al amigo de la juventud, con quien pasé materias y entregue proyectos en la universidad, celebrando éxitos de tasca en tasca; perdí algún pana de la infancia.

 

He perdido a algún familiar remilgoso  al  que había comprendido muchas de sus cosas impertinentes, pero que ya no.

He perdido la confianza  en casi la mitad de la gente que conozco porque los he visto actuar en roles macabros, desconociendo que los podían interpretar.

 

En una estación del tiempo como esta, cuando en nuestro país delinquir es la forma normal de conseguir provisiones, y no las básicas precisamente.  Cuando la violencia en una norma sin manual, promulgada por el Estado pero por supuesto sin firmar; cuando el honesto es gafo, y los ignorantes (en el uso más objetivo y literal del término) aprovechan su única oportunidad de conseguir para  aparentar. En este momento, cuando antes el problema no era económico sino político, y que después no fue político sino social, el asunto ahora es moral y casi molecular.

 

Quién no entiende que hoy no se trata de diferir ideologías, o de no estar de acuerdo con el opositor. Que esto no es un Caracas-Magallanes, ni AD y Copei de antiguas épocas, o de si tomo whisky porque no me gusta el ron, o  de que me gusta el perro caliente con pura salsa pero a ti no.

 

Quién y por qué acepta de la manera más vil y grotesca que los venezolanos seamos asesinados en un torneo de caza deportiva, cada vez más creativa,  por un hampa que fue autorizada de forma oral en alguna reunión clandestina.

 

Quién no entiende que se trata de, que si tienes sentimientos, no puedes consentir tanta maldad.

 

Esto es una guerra de Dios contra el Diablo, así nada más.

 

Principalmente me pregunto, cuánto costo el alma de la FANB, o  la de los artistas a quienes algunos admiraban tanto y veíamos en pantalla y en los reportes de farándula comportándose como personas normales; la de los políticos salta talanqueras; la de esos amigos y familiares que repentinamente estuvieron de acuerdo con situaciones que no se parecían en nada a esa crianza cómplice, a esas anécdotas risueñas que a lo mejor no fueron perfectas, pero para nada fueron tan perversas. Peor aún, qué costo tiene saber la verdad, hacerse el loco y hacernos creer a las víctimas que están luchando por nosotros (gobierno y oposición)

 

La explicación evidente de que existan seres que acepten esta degradación, es que lo hacen  porque le ofrecen algo muy valioso. Pero si no es un psicópata, la persona que apruebe este pandemónium debe ser un incompetente frustrado que necesite adornarse con dinero para poder tener un estatus,  que por méritos propios no podría alcanzar.

 

El alma no cuesta una cuenta bancaria, cuesta la vida de Venezuela entera

Lo único que puedo apuntar a este desastre es que mi fe está intacta, o si acaso, más grande. Sigo pensando que actuar correctamente es lo más poderoso que puede decidir hacer un humano para que la conciencia no le impida levantar la cabeza y mirar a sus descendientes con honor, con la misma determinación con la que los retoños agrietan la tierra buscando el sol.  Porque la conciencia no tiene precio pero si peso, y el alma idéntico. Los que cedieron absurdamente a ser esclavos de este holocausto, obtuvieron un saldo rojo en su licitación, porque estaban desprovistos de todo valor, sin nada admirable en oferta de ambas partes.

 

Yo espero  ya no tan paciente pero si esperanzada  a que llegue la primavera a cubrir las ramas secas y desnudas de nuestros casi treinta millones de árboles.   

 

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