País en (de)construcción

Por Danny Pinto Guerra

 @pintoguerra

 

 

 

Todos los días florece un cartel nuevo de algo que está en construcción, de obras interminables que basta que las veas para que grites al cielo un ¡Noooooo! rotundo cada vez que te rompen una acera, te talan unos árboles, te tumban un edificio o te cierran una plaza. Es vital para la manipulación propagandística mostrarte lo que se está “construyendo”, aunque realmente es lo que están destruyendo lo que te terminan de mostrar. ¿Recuerdan los tranvías que atravesaban la ciudad, o el muy famoso hotel Majestic? Obviamente no; primero, porque los que lo conocían seguramente ya se murieron y tampoco se acordaban; segundo, nosotros no tenemos memoria. There. I said it.

 

El Majestic fue el hotel en donde se alojó por unos días en su corta estadía uno de los máximos exponentes del “tango canción”, Carlos Gardel. Y sí, él estuvo en Caracas durante la época de Juan Vicente Gómez y no estaría mal pasarse un rato por la aclamada obra de Cabrujas El día que me quieras y escaparse del presente hacia el pasado, que no es sino más de lo mismo que fuimos, somos y seguimos siendo: un montón de gente a la que nos quitan la memoria. Más tarde, durante el gobierno del General Marcos Pérez Jiménez ya el Majestic no existirá, pues, algo tenía el mandatario castrense que construir justa y precisamente ahí. Y si nos acercamos más a nuestras épocas, bien sabemos que tanto el puntofijismo como su mesiánico sucesor hicieron todo lo posible para que se nos olvidara cual obra los anteriores gobiernos habían hecho.

 

Pero entremos en materia, pues, no es que “la patria” se nos esté destruyendo y la olvidamos así no más. Es muy fácil caer en eso. El asunto recae en cómo nos entendemos como país, como nacionalidad, con todo el peso de la palabra. Ahora mismo estamos en ese pleno proceso de saber qué somos, partiendo del qué éramos. Principio de la deconstrucción, ya que es la historia de la que echamos mano en un primer paso para entendernos, y así, ver cómo junto con la cotidianidad se nos define.

 

Para entendernos hemos tenido que pasar al (auto)exilio, al destierro; hablamos de los que se fueron y de los que se quedaron, del insilio y del encierro. Lo que hay y lo que no hay.

 

Somos una postestructura social, pues, nosotros ya fuimos hechos y formados a la fuerza por realistas y patriotas y toda ese amasijo de sus descendencias; no obstante, no nos entendieron, y es que al venezolano lo descubren cuando lo descomponen, o en otros términos cuando lo deconstruyen. Es necesario separarnos en pedazos en nuestro propio imaginario y buscar en lo profundo de nuestras piezas, de nuestras formas y nuestro origen eso que somos. Una idiosincrasia que se diferencia totalmente desde el modo de proceder hasta el modo de hablar de cualquier otro latinoamericano. ¿Y qué terminamos siendo? Complejidad, es decir, un archipiélago de actitudes ante un fenómeno social que ahora pretende y logra con mucho éxito traducirse como una forma de ser bifurcado, una nacionalidad escindida de la cual no se procura ni pretende transcender a partir de su propio conocimiento (o lo que es lo mismo en nuestro propio sociolecto: “una vaina muy arrecha”).

 

Historiadores, escritores, sociólogos, entre otros, llevan años revisando y disolviendo esa canónica idiosincrasia en una negación absoluta de querer proponer un modelo de hombre venezolano, total, orgánico, absoluto. Es la actual política con sus detractores la que pretende crear el molde homogéneo e indivisible de lo que alguna vez llamaron “el hombre nuevo”. Un hombre que aparentemente no saber convivir sino en puras distopías.

 

Ya no somos la arepa, mucho menos la masa uniforme que en algún momento caracterizó al venezolano que se reconocía y se juntaba como piezas imantadas. Ahora nos juntamos, pero nos alejamos. Nos observamos, pero quitamos la mirada. Nos entendemos, pero nos criticamos. Ahora sólo podemos vernos en sus componentes, los que hay y los que no, y que mantenemos en constante preparación, así como una eterna receta de algo que nadie se va a comer. Posiblemente el venezolano ya evolucionó (o involucionó) todo lo que podía y quién sabe a dónde. Serán los nuevos hijos de la tierra, y otras tierras, tal vez los que nos vuelvan a construir.

 

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