Postales del exilio

Por Daniel González González

@GonzalezGDaniel

 

 

 

“¿Por qué hay gente que se cambia de país? ¿Qué la empuja a desarraigarse y dejar todo lo que ha conocido por un desconocido más allá del horizonte? ¿Qué le hace estar dispuesta a escalar semejante Everest de formalidades que le hace sentirse como un mendigo? ¿Por qué de repente se atreve a entrar en una jungla foránea donde todo es nuevo, extraño y complicado? La respuesta es la misma en todo el mundo: la gente se cambia de país con la esperanza de encontrar una vida mejor”

 

Gabriela desde hace un par de meses hace vida en Quito. Salió de Venezuela con dos títulos, ambos obtenidos en una de las universidades más prestigiosas del país, la Universidad Central de Venezuela. Un día de 2012, unos hampones entraron a robar en el edificio donde residía. “Golpearon a una doña de casi setenta y cinco años junto a su nieta de cinco para robarle unos dólares. No la mataron porque no era su día, pero desde ese momento me di cuenta que pudimos haber sido nosotros y mi nerviosismo incrementó”. La sensación de inseguridad de la que una vez habló una mujer siniestra le había rozado la cara. “El hecho que no se respete el derecho a la vida y estar perennemente en una situación de pánico me hizo pensar en irme como una opción válida y real”. Esa opción se convirtió en una realidad en 2015.

 

Aunque a su corta edad y a pesar de la situación del país logró hacer realidad muchos de sus sueños, Gabriela entendió que el país no le permitiría más. “El logro de metas materiales en Venezuela para un asalariado es algo así como una situación invariable en el tiempo, lo que alcanzaste hoy no lo podrás superar mañana. Si bien mi esposo y yo logramos lo que muchos jóvenes a nuestra edad añoran, no íbamos a poder crecer o lograr más cosas… Entonces bueno, el no poder superarme fue otro de los motivos”.

 

Gabriela dejó a su familia en Venezuela, preocupada por un tercer factor que siempre le preocupó. “La escasez de medicinas siempre me preocupaba porque mi mamá a veces demoraba en obtener su tratamiento, pero siempre se conseguía con suerte con los primos que viven en el extranjero, pero es algo que siempre estará latente y con seguridad seguirá empeorando”.

 

Aunque está iniciando sus días cubierta por otro cielo y a pesar de las añoranzas naturales, está tranquila. Se siente segura por primera vez en muchos años.

 

***

 

Las opiniones sobre el que decide emigrar siempre están divididas. Cuando mi hermana se fue a inicios de año buscando un día a día tranquilo para mis sobrinos, no faltaron los comentarios “bienintencionados” que cuestionaban su resolución. Las beatas del “estamos bien” incluso llegaron a cuestionar el destino de elección, argumentando que en el estercolero venezolano las cosas iban a mejorar. Sobre el que se va se ha llegado incluso a decir que es un cobarde o que no hace falta en el país, pero, ¿realmente es un cobarde?

 

Para los que no lo saben, el salir del país como emigrante es muy distinto a cuando se hace como turista o raspacupo, oficio que estuvo y en menor medida sigue de moda entre la burguesía venida a menos y el proletariado revenido a menos que menos. Ese proceso no era tan complicado y básicamente pasaba por la compra de un boleto, presentar la desgraciada carpeta ante Cadivi y esperar a que te aprobaran los dólares y si acaso, solicitar la visa en caso que el destino escogido te la solicitara, pero irse a emprender una nueva vida es mucho más engorroso que eso.

 

El proceso más fácil es si te vas como inversor. Así cualquier país te abre las puertas, pero si no llegas a los montos que te exigen para visas de esas categorías, literalmente empieza Cristo y toda la corte celestial a padecer. Hay visas de todas las clases, pero lastimosamente ya no al alcance de todos y salvo que se tengan unos ahorros considerables en dólares, bien sea para mantenerte durante un período o para pagarte algún estudio, los países suelen ser bien estrictos. El tema es que una vez se escoge el destino más conveniente, el suplicio se inicia con la legalización de los papeles y la demencial burocracia de este país.

 

Si se es egresado de una universidad pública, UCV por ejemplo, debes ir hasta allá para que el rector certifique la firma del secretario. Después debe dirigirte al Ministerio de Educación Superior a legalizar los mismos papeles. La cita en el Ministerio debe solicitarse vía internet y con un poco de suerte te la otorgan para que acudas unos dos meses después. Proceso similar ocurre con el Ministerio de Relaciones Exteriores, excepto que el lapso de espera es mucho más amplio. Es decir, ni queriéndose ir puede hacerlo rápido. Esto sin contar que los documentos civiles tiene que llevarlos al registro principal del estado donde los obtuvo para que te los certifiquen, te los bendigan y les lancen agua bendita y previo a eso, hay que encomendarse a los santos para que haya tóner en la impresora de la dichosa dependencia. En este país de vaina no le piden a uno que lleve el primer pañal que cagó a la iglesia donde lo bautizaron para que se lo bendiga el cura que presidió la liturgia, el obispo y el Nuncio Apostólico.

 

Ante tanta traba, parece que el que se va, es bien valiente, porque el proceso es una carrera de obstáculos.

 

***

 

A Ángel se le quiebra la voz cuando le pregunto sobre sus razones para dejar Caracas y responde desde Santiago de Chile. En esa voz fracturada por la daga de la distancia influyen muchos factores. La relación con sus seres amados se redujo de encuentros en reuniones familiares a conversaciones por Whatsapp y Skype. Hace un par de meses su sobrina dio a luz una pequeña y él no ha podido estrecharla entre sus brazos.

 

“Al final cuando sales es buscando la construcción del futuro que quieres. Y bueno, te levantas un día desayunando una arepa y observas toda esa situación y dices que no puedes sacar más de este país. Es como si tu existencia estaría limitada y dices, oye, esto no lo quiero y empiezas a sentir una angustia”.

 

Sobre el país que dejó hace más de un año, me comenta: “Es un país inmensamente bello a nivel geográfico, pero impresionantemente feo a nivel emocional. Es como un organismo que está cada vez muriendo, muriendo y muriendo”.

 

“Te vas, por lo menos fue mi caso, con la esperanza de sentirme amplio, no sentirme limitado y sentirme libre y responsable de lo que hago, porque al final creo te haces esa pregunta, ¿realmente soy libre?”.

 

Sobre la vida afuera, él la califica como rara. “La vida afuera es muy rara. Empiezas a sentir que no perteneces a tu país y sentir que no perteneces a este. Es una sensación donde te desarraigas por completo de todo lo conocido… Es una sensación bien incómoda porque sabes que no perteneces. Cada cosa está hecha para que recuerdes que no perteneces. Tu vida es como la de alguien que atestigua contra un narco y le cambian la vida, le cambian la información, le dan una identidad nueva”.

 

Del país ofrecer oportunidades distintas a este tránsito demencial por un enfermizo modelo político y económico, es posible que Ángel siguiera tomando café todas las noches en cualquier local de moda en Altamira.

 

***

 

Los casos narrados son apenas dos entre miles. Es posible, amigo lector, que usted tenga sus propias postales, las de un hijo, un hermano o un amigo que por alguna razón tomó la difícil decisión de dejar esta tierra. A estas alturas quizá son pocas las familias que no han despedido a un ser querido en cualquiera de nuestros aeropuertos internacionales. ¿Podemos hacer algo para escribir en algún momento las postales del regreso? 

(Visited 89 times, 1 visits today)

Guayoyo en Letras