De mal ánimo

Por Mario Guillermo Massone 

@massone59 

 

 

 

Quince años de ataque sistemático a nuestro carácter, nos hace a los venezolanos un caso histórico contemporáneo digno de reflexión. Hoy quiero destacar lo que se refiere al ánimo, al del venezolano. En particular, el ánimo del opositor. No me parece acertado generalizar, pero sí decir que una buena parte, que una parte importante de los ánimos de los venezolanos están magullados por estos días.

 

La realidad nos dispara en ráfagas y a quemarropa. La escasez y las colas nos afligen. Sin medicamentos, muchos van perdiendo las chavetas. Algunos se sienten cansados, otros realmente lo están. Unos nos anuncian desde el extranjero que ya todo está perdido, que nos quedamos sin país, que, en cuanto a ciudadanos, ya no existimos. Ciertos grupos y una que otra “personalidad” corean que quienes luchamos por rescatar al país por medios pacíficos –entre otras no tenemos armas ni entrenamiento- somos unos ilusos engañados.

 

Con miras a unas elecciones parlamentarias en las que todo indica una sólida victoria para nosotros, cada acción del gobierno nacional persigue disminuir la grotesca ventaja a nuestro favor, y que, por cierto, se incremente día a día. La trampa es obvia. El fraude ya está en marcha. Pero aún con fraude y trampa, los números no les dan para derrotarnos.

 

Inhabilitaciones, estados de excepción, Parlatino, hegemonía comunicacional haciendo propaganda 24/7, escasez de recursos de los partidos políticos de la unidad democrática, el tarjetón electoral con MIN Unidad al lado de la MUD… A pesar de esto y más, navegamos hacia una victoria electoral.

 

Lamentable es que esas mismas acciones -como dicen el barrio- le tiene la mente partida a más de uno. La mentalidad del vencido de algunos es peligrosa, pues, como un virus, se puede contagiar. La actitud del derrotado es también peligrosa, pues, como ejemplo, otros la pueden imitar.

 

Me preguntan con harta frecuencia si habrá elecciones el 6 de diciembre. Mi respuesta: no lo sé, ¡no soy adivino!. ¡Pero trabajo como si tuviera la certeza de las habrá! Porque si me dejo seducir por la incertidumbre, corro el riesgo de volverme inacción, y nihilista no soy. Quienes participamos activamente en la política, con el papel y responsabilidad que sea, no podemos darnos ese lujo del lamento. Porque no tenemos tiempo para hacerlo y porque no podemos caer en esos estados de ánimo ni en esas actitudes.

 

No creo que haga mella en la necedad que es propia a la persona obstinada, al que está convencido irracionalmente que tiene la razón y que el resto de los mortales estamos errados. Pero si tengo la esperanza de que el lector que duda y sufre y busca sentido en medio de nuestra tragedia, no imite ni se contagie del obstinado que profesa como pitonisa que todo está perdido o que no tiene sentido ir a votar el 6 de diciembre. ¡Ánimo!

 

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