Una niña y su caballo

Por Juan Carlos León

@juancarlosleo11

 

 

 

A lo lejos, en la planicie de la sabana, envuelta entre la neblina y el silencio, observas a una niña que se acerca cabalgando. Su risa y felicidad te invitan a sonreír, te invitan soñar. Te invaden los recuerdos mientras ves a aquel caballo correr a toda velocidad; también tu corazón cabalga de emoción y tus ojos se anegan de lágrimas, lágrimas de nostalgia, lágrimas de alegría pero aun así eres feliz viendo a la niña en su caballo. Realmente te invade la plenitud después de tanto tiempo, al igual que ese aire que llena cada espacio de tus pulmones de forma mecánica.

 

Al fin existe paz en tu alma. La ves  sonreír mientras el viento agita sus cabellos y su risa es como un eco que roza el infinito de aquel extraño lugar. No sabes dónde estás, pero piensas que no puedes quedarte en ese sitio, que no puedes quedarte con esa niña. Debes volver a la agonía, a las sábanas blancas manchadas de sangre, a los continuos gritos, al dolor. Aquella niña ya no puede existir más que en tu recuerdo. Sin importar la fuerza con la que desees fundirte con ella, jamás volverán a ser una, jamás volverás a estar bajo su piel y ella nunca volverá a ser parte de tu espíritu.

 

La vida, los tropiezos, la experiencia, todo ha jugado en tu contra. Tu cuerpo es como un reloj de arena roto y los granos que caen se van perdiendo en el camino. Hoy ya no te queda arena, solo estos granos escasos que traen a tu mente a esa niña que se fue hace mucho tiempo. Esa que solo cabalga en tus sueños.

 

Sabes que no puedes quedarte ahí y sabes que ya no tienes la opción de regresar. Las sábanas blancas, el dolor y  la agonía también se han ido trasformando en simples recuerdos. El hospital ya no existe, ni los médicos, incluso tú has dejado de existir. Acabas de descubrir que esa niña ha venido por ti y que ahora te toca morir como ella lo hizo en el pasado.

 

La niña te ofrece su manita y te sonríe. Aunque no te habla sabes que puedes confiar en ella. Ya no sientes frío al entrar en contacto con su piel inocente. Ya no tienes miedo de abandonar ese sitio y de no regresar nunca más a donde tu respiración era artificial, donde los cables te atravesaban el cuerpo y una maquina emitía sus repugnantes sonidos electrónicos que avisaban a todos que seguías ahí, en alguna parte del mundo real donde tu cuerpo aún se empeñaba en soportaba el peso de tu alma porque a pesar de todo seguías viva.

 

Finalmente, te subes a aquel caballo, te abrazas al cuerpo de la niña que antes fuiste y juntas galopan a donde ya no existe la realidad, donde solo tus sueños tienen valor y la vida empieza justo cuando termina.

 

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