Nuestro tiempo y nuestro tiempo

Por Mario Guillermo Massone

@massone59

 

 

 

Todos los pueblos y las personas, en cada época y en sus particulares culturas y circunstancias, han tenido una peculiar conciencia de lo que en La rebelión de las masas Ortega y Gasset denomina nuestro tiempo. No se refiere al tiempo cronológico “sino el tiempo vital, lo que cada generación llama nuestro tiempo.”

 

En nuestro tiempo ese nuestro tiempo no parece cosa sencilla de figurar; pues en esta era global podríamos tener dos y no un solo nuestro tiempo. Con el avance de la razón técnica y sus artilugios tecnológicos, una conciencia global se ha venido gestando en nuestras almas a la par de la conciencia de nuestras circunstancias locales, que nunca son las mismas que la de otras localidades culturales. Ni siquiera se asemejan muchas veces a las de nuestros vecinos más inmediatos, cuyos territorios colindan con el nuestro y se separan, imaginaria y fácticamente, por las líneas fronterizas.

 

Ello nos produce, o nos debiera producir, alguna especie de corto circuito mental. Un cable pelado en la conciencia, en la conciencia de nuestro tiempo. Pues asumir nuestro tiempo como conciencia global de ser, por una parte, supone un no sé qué universal. Un algo, en todo caso, sin líneas separadoras; esto es, sin fronteras. Algo que uno intuye desborda límites y limitaciones. O más bien, que no los tiene. Que no hay, en un sentido, ni un acá ni un allá. Como si todos  –los de aquí, los de allá y los de más allá–  estuviéramos en lo mismo. Quizá pudiera subyacernos en el inconsciente alguna noción informe de algo como una sugerencia de igualdad global. Una sugestión de igualdad porque la idea de lo global, de esa conciencia global, supone, o al menos quisiera suponer, la ausencia de divisiones. Claro, de ciertas divisiones. He ahí un nuestro tiempo, ¿nuestro tiempo global?

 

Por otra parte, está ese nuestro tiempo que ha sido el de todas las generaciones históricas anteriores al fenómeno sociológico de la globalización, y que también es nuestro tiempo, tan presente como aquél; o, quizá, ¡quién sabe!, aún más presente que el otro. Si no más presente, si asumiéramos que todo lo presente está igualmente presente, y que no hay grados de presencia, sino que o está presente o no lo está, al menos puede que nuestro tiempo, digamos, en el sentido clásico, sea un tiempo vital más intenso que este nuevo y otro nuestro tiempo surgido de la sociabilidad globalizante. ¿O no?

 

Porque nuestro tiempo, en el sentido que se le ha dado en todos los tiempos, al que alude Ortega y Gasset, es uno no solo de divisiones y fronteras, de líneas separadoras que diferencian y excluyen el acá del allá. Los territorios están divididos, como siempre lo han estado desde que hay civilización, pero también se mantienen y siguen habiendo, y por lo visto seguirán habiendo, culturas distintas, aún con todo lo global que sea o pueda llegar a ser una época en el porvenir.

 

Si nuestro tiempo, estos dos nuestro tiempo, se pueden armonizar e integrar entre sí, siempre a nivel de nuestra conciencia, no lo sé. Quizá es muy temprano para saberlo; ya que la globalización como fenómeno, incluso como denominación, es apenas un infante. Un bebé. Habrá que alimentarla, educarla y dejarla seguir su curso y crecer. Mientras tanto, pareciera haber un cable pelado, un cortocircuito en nuestras conciencias, al menos en la mía, con este asunto de nuestro tiempo, porque tener dos conciencias, una global y otra local, es cosa que a alguno puede parecer de locos.

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