El termómetro roto

Por Juan Carlos León

@juancarlosleo11

 

 

 

«Si lo que quieres es una pesadilla perpetua, abre los ojos. Despierta y míranos » J.C. León.

La temperatura de mi piel aumenta. Otra vez tengo fiebre. Me duele cada espacio del cuerpo, me duele incluso respirar. ¡Maldita sea, es desesperante!

 

Las sabanas se arrugan sin que nadie las toque, hay serpientes saliendo de mis zapatos y las ratas se comen todos mis libros y papeles, están por todas partes. Ahí está, en mis oídos, atrapada en las paredes de mi cráneo, la incisiva canción del carrito de helados; no se sale de mi cabeza, se repite una y otra vez, una y otra vez, ¡una y otra vez!

 

Y ahora comienzo a ver todo rojo. Son las paredes, están sudando sangre y amenazan con inundar la habitación.

 

«¡Quiero despertar! ¿Dónde estoy? ¿Por qué todo está tan oscuro? ¿Y qué coño hace aquí el elenco de la Guerra de las Galaxias? ¡Lárguense! ¿Me oyen? ¡He dicho que se larguen! ¡Déjenme en paz o le diré a mi mamá que me están molestando de nuevo! ¡Ella tiene una escoba!».

 

Siento deseos de vomitar. Un par de moscas se paran en la punta de mi nariz y comienzan a fornicar, es repulsivo.

 

«¡Fuera malditos insectos!¿Dónde está una pistola de agua cuando uno la necesita? Si la encontrara, las acribillaría».

 

Comienzo a llorar. El dolor es tan insufrible que ni siquiera sé dónde me duele. Mis lágrimas se vuelven hojillas filosas y me desgarran las mejillas. ¡Cuánta desesperación!

 

Un par de Gremlins han venido a acompañarme en mi agonía. Siempre odié a esas malditas criaturas. Comienzan a abrirme el estómago, hunden sus pequeñas garras y abren mi piel, luego sumergen sus monstruosas caras bañadas en sangre y devoran mis tripas sin que pueda evitarlo.

 

¡¿Oigan, ese es el espagueti que cené anoche?! —Les pregunto mientras comen—. Creí que lo había vomitado hace un instante, parece que no.

 

Alguien toca a la puerta. Le pediría a mis extraños invitados que se fueran, pero sé que no me harían caso.

 

Me levanto, por difícil que parezca hacerlo teniendo el estómago  abierto y las vísceras derramándose en el piso, logro hacerlo y arrastro mis pies hasta la puerta.

 

Al abrir veo a una mujer sucia y desnutrida que trae un pequeño bulto entre los brazos envuelto en sábanas blancas manchadas de óxido. Repentinamente se lanza sobre mí y, asustado, la empujo con las pocas fuerzas que me quedan. Ella me regala una horrible sonrisa deforme y de su boca escapa un caudal interminable de baba negra y viscosa. De pronto deja caer las sabanas y sale a relucir lo que envolvían: ¡el cadáver descompuesto de un mono! Entonces deja caer también el cuerpo hediondo y putrefacto del animal y se lanza sobre mí nuevamente. La golpeo con el puño directamente en la boca. Me muerde arrancándome un par de dedos.

 

Luchamos un rato de la sala a la cocina y busco a mí alrededor algo para golpearla mientras ella sigue abalanzándose lanzándome dentelladas. Hallo una sartén en el suelo y la golpeo en la cabeza hasta que el mango se rompe. La mujer cae al suelo y del agujero en su cabeza salen gusanos rosados. He vencido.

 

La temperatura de mi piel desciende y el dolor es menos fuerte ahora. Mi estómago se ha cerrado. Mis dedos están enteros. Ya no oigo la canción del carrito de helados, solo hay un suave zumbido en mis oídos. Ya no hay actores de la Guerra de las galaxias conversando en mi sala de estar. Ya no hay Gremlins. La luz está volviendo a mis ojos. Puedo ver de nuevo.

 

Hay una mujer vomitando sangre en mi alfombra. Agoniza. Es mi novia y creo que la maté a sartenazos. Su mano temblorosa aun sostiene una bolsa de medicamentos. Hay pastillas para la fiebre, antibióticos desparramados y un termómetro roto. Estoy jodido.

 

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