Inventándole las ansias de encontrarse conmigo

Por Beatriz Muller

 

 

 

Qué gentil y franca es su sonrisa, señora, esa que me hace sentir vergüenza por ser tan estúpido y pequeño, que me aqueja y apena por tanta sabiduría suya y tanta ignorancia mía. Pero en qué parte de mi ignorancia es usted sabia si yo sé tantas cosas suyas y  usted en cambio no sabe nada de mí más que estoy dispuesto a muchas cosas para que se quede conmigo.

 

Cuando la beso, mejor, cuando te beso es una cosa rara. Es  que no sólo te beso con mi boca, no es nada más mi lengua la que se mueve buscando la tuya, tus dientes tus labios. Te beso con cada papila sintiéndote en mi boca, en mis vellos que se erizan, en mi nuca que también te siente y que a su vez siente escalofríos, te absorbo en mi piel que es esponja y en mis ojos cerrados que miran fijamente a través de mis párpados tus ojos, tus pestañas y tu boca, esa boca que atrapa a mi lengua que no se quiere ir, que se mueve lentamente calcando el contorno de tus dientes y asimilando el sabor de la piel de esos labios que van formando parte de mi boca que te va sintiendo suya y que se va contigo.

 

Al no tratarla de Usted su piel es más real.

 

A propósito de eso ya no sé si todo esto es producto de mi imaginación, no sé si no es más que un espejismo en el Atacama absurdo y sin flores de mi personalidad, pero usted que sonríe así de bonito y que, sinceramente, me rompe por dentro al no tener esa sonrisa suya en mi cama, en mi mesa, en la entrada de mi casa una vez más, viene ahora con sus años mayor que yo y sus centímetros por debajo de mí y me exige distancia.

 

Aquí sentado, con usted frente a mí y con un rebaño de gente que nos separa, la escucho hablar seriamente en su papel de conferencista porque la vida sigue. Entonces cierro los ojos para verla en un mejor contexto: la imagino de mil formas. La veo justo como quiero verla y la siento como necesito sentirla. Sin disimulo miro también sus pechos y aplaudo el cuidado con que la gravedad los trata. Caigo en un coma observatorio que rápidamente se generaliza haciendo que mi cuerpo entero se paralice cediendo ante la misma gravedad que tan buena ha sido con usted.

 

En un deslave de la memoria la recuerdo caminando por el corredor; viene hacia mí con esa sonrisa agazapada en los ojos y apretada en los labios. Miro un momento al piso archivando esa imagen, extendiendo ese momento en que se acerca, alargándole el camino, inventándole las ansias de encontrarse conmigo. 

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