Oliva y Piña

Por Jorge Olavarría

@voxclama

 

 

 

“La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco.”Salvador Dalí.

Debemos hablar del desenlace. Podemos hacerlo con decencia pero ante todo no abandonemos el sentido de vergüenza personal. Es legítimo. Debemos osar llamar las cosas por sus nombres. La malaventura de la democracia es que distribuye la complicidad y la culpa. Veamos que de haber sido exitoso el plan golpista inicial, del 92’, el desenlace sería otro porque la complicidad y las culpas serían diferentes. Pero sabiendo quien era, a este personaje se le eligió electoralmente, dándole el aval popular para que continuara su proyecto. Su golpe militar. Si desconsuela que debutando el siglo (milenio), su iniciación en el poder fue cooperación, podemos alegar que su permanencia vitalicia tuvo muchos otros matices.

 

Ya el siglo llega a sus dieciséis años y el fundador de vorágine revolucionaria lleva tres años muerto. La administración sucesora insiste que es una alianza o unión “cívico-militar” y quizá por ello persiste, aunque el anuncio no sea halagador. La relación entre la población civil y la militar está hartamente cargada de emociones marchitas donde prepondera la poca racionalidad. La civilidad es análoga a todo lo militarista. La ciudadanía amante de paz desaprueba del soldado rigiendo sus vidas al igual que soldado desaprobaría de un burócrata decidiendo acciones en un campo de batalla. Y desaprobar de los militares y de sus inclinaciones dándole la espalda a cualquier forma color oliva es un impulso natural. El militarismo es la versión organizada de la agresividad humana, antónimo a la convivencia, la tolerancia y la empatía. Los militares se perfeccionan en el arte de matar y destruir tan eficientemente como se los permitan las nuevas técnicas de la muerte que, sea dicho, superan con creces cualquier otro emprendimiento. La capacidad destructiva de los militares al final de la IIGM notificaba poder vaporizar ejércitos enemigos, pulverizar ciudades enteras con una sola bomba. El 30 de octubre de 1961 los soviéticos detonaron la bomba más destructiva creada por el hombre con una capacidad explosiva que superaba diez veces la sumatoria de todas las bombas lanzadas en la IIGM. Hoy, aunque la trastornada proliferación nuclear está interrumpida, entre EEUU, Rusia y China se tiene una capacidad para destruir el planeta unas 22 veces. 

 

Desde la llegada al poder supremo del carismático militar golpista, sus camaradas han sido invitados, casi compelidos, a hacerse parte de todas las pasiones políticas, niveles de poder, tomas de decisiones y han sido, vergüenza aparte, receptores de todas las variables de corrupción de la que es o ha sido capaz un país que solo produce petróleo, que lo salpica todo, y de un gobierno que en la última década se liberó de todos los filtros; auditores y censores de cómo utilizan poder y recursos de la nación.

 

Pero los militares, siendo la única oligarquía histórica, inextinguible, incapaz de producir nada pero capacitada para desatar muchísima destrucción, habían entrado en la senda institucional, respetuosa de la democracia. Anterior a este lamentable cambio, los militares, luego de mucho sacrificio y servicio, sabían que de llegar a altos rangos serían tratados como realeza europea. Ese era el mensaje. Ese era el techo de su profesión. Y eso fue lo que se anuló. En estos dieciséis años hemos visto a los militares descender del honorable podio que les había reservado la democracia, de guardianes de la seguridad y de la integridad nacional, para bajar a enlodarse en los niveles más repugnantes.

 

Sin duda la incursión de los militares en los bajos fondos de la política (y las altas esferas de las finanzas públicas) tiene muchas clases o nivéleles y un solo vértice. La ilusoria carnada que originalmente los invitaba a ser parte de la revolución personalista y vana, léase humanitaria, alimentaria, justiciara, igualitaria y toda esa paja populista, hoy los hace institucionalmente cómplices en masse del mayor desfalco perpetrado contra el heraldo público, y coautores del más absoluto cataclismo de la nación. La jerga militar lo llama saqueo y destrucción. La realidad es la degradación de una economía relativamente libre a una centralizada, marxistoide a lo que tenemos hoy; una economía de guerra con controles xenófobos, racionamientos humillantes y mercados negros pandémicos.

 

Siendo así, la mentada coalición cívico-militar es un especie de cachicamo; rojo por dentro y duro caparazón por fuera. Los militares son el muro de contención del poder despótico. Esta perversa situación puede durar indefinidamente porque anularla requeriría un acto de liberación por la fuerza, que es su territorio, el terreno bélico, es decir—ya sea una guerra civil (asimétrica) o una intervención militar (extranjera). Sea como fuere, sería interesante ver si los rechonchos generales serán tan despiadados con el uso de la fuerza letal cuando alguien de su estirpe les contesta el fuego.

 

Película aparte, veamos una perspectiva del instante que vive este comprometido cuerpo.  Contrario a lo que muchos pudieran profesar, Chávez les hizo un incalculable daño a sus camaradas en armas. Sin profundizar referente a la sustitución del respeto institucional al Presidente electo vuelta sumisión jerárquica al Comandante Supremo, que se había convertido en una especie de compensación a la democracia malparida en el 58, Chávez se inició sacudiendo el avispero verde no solo con su fallido o pospuesto golpe militar sino con el empuje revisionista de la necesaria obediencia y sometimiento militar al mandato civil. Comenzó con abolir el aspecto no deliberante, apartidista del estamento y lo llevó hasta la cima de la descomposición absoluta resumido por el juramento Cubano-Hitleriano de “Patria Socialismo o Muerte” (..seguido por el Sieg Heil! cubanizado). Por otro lado con el renombre del estamento como “bolivariano” no se le rendía ningún homenaje al Libertador ya que para entonces que “bolivariano” era un innegable eufemismo de “chavista”.

 

Por otro lado, basta con una revisión superficial del desmejoramiento de la prestancia militar si evocamos la billonaria “actualización” del armamento nacional, que ciertamente mejoró o actualizó el estado financiero de muchos mercaderes de la muerte pero redujo, degradó seriamente el aforo bélico de las FFAA. Ciertamente, el encanto marxista-marginal de las Kalashnikov o AK, ametralladoras baratas y de bajo mantenimiento, no se pierde en las heroicas fuerzas armadas bolivarianas, sobre todo en la cuasi-nazificada Guardia Nacional Bolivariana, que se ha comportado como la Waffen SS añadido el armamento preferido por guerrillas, revolucionarios y terroristas del mundo entero (ahora también de torturadores de estudiantes).

 

En breve, que nadie se engañe, lo que a la vuelta del siglo llegó a ser un ejército profesional ejemplar en un continente plagado de atrocidades militares; lo que fuera reserva moral del país, un cuerpo circunspecto, institucional con armamento de avanzada, ahora es otra cosa. Otra cosa. En sus arsenales, hangares y aparcamientos, disponen de chatarra soviética cuya poca fiabilidad es una amenaza no solo a los ciudadanos sino a la seguridad del país. Hoy el comportamiento inmoderado y arrogante de estos personajes solo es comparable a la manera en que se comportaban los militares en la España franquista, en la isla en tiempos de Trujillo, en el Chile de Pinochet, y paro el conteo que es extenso (y vergonzoso). 

 

Aun así, positivamente, por crianza liberal, debo admitir que los militares también son gente. Hay buenos, hay malos. Unos inteligentes y humanitarios, algunos con integridad y coraje.

 

Y culpar exclusivamente a los militares por esta vergonzosa debacle y rechazar con repugnancia cualquier aspecto de su profesión, no solo es indebido sino que es una variable de escapismo. Es como culpar a unos fiscales y una juez por encarcelar a miles de muchachos hastiados, y sentenciar a Leopoldo López como responsable de las consecuencias. No ser militar no hace a ningún civil más virtuoso porque, de nuevo, la democracia nos hace a todos responsables, estés o no involucrado directamente en el avasallamiento de la ciudadanía y el despojo de la nación. Si duda el comportamiento de los rangos medios y bajos ha sido vergonzante, indecente, desprovisto de todo honor, dignidad y sentido de deber. El Guardia Nacional que torturó al muchacho bajo el lema de—venceremos! es tan culpable como el padre del muchacho que sabiendo que estaba asistiendo a un régimen atroz, no pestañeó enriqueciéndose bajo el lema de—venderemos!

 

Mientras la ciudadanía indolente deserta sus deberes ciudadanos, la reinante cúpula bipolar del poder siente que con tener unos cuantos generales en el bolsillo, o esquinados pueden seguir perpetuando fraude e ilegalidad impunemente ad nauseam. Lincoln anunció que se podía engañar a todo el mundo por algún tiempo, a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

 

Desprovisto de todo correctivo, obcecado a repetir errores, las declaraciones de Maduro de que—si la oposición llegara a ganar las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre NO ENTREGARÍA LA REVOLUCIÓN y que pasaría a gobernar con el pueblo en unión cívico militar, son amenazas descaradas sea de un déspota demente o de un dictador bananero que sabe que tiene a los militares agarrados por las gónadas.. ¿En cuál constitución se establece que un gobierno derrotado puede a gobernar paralelamente? Tan o más grave es el slip freudiano de que—el chavismo debe ganar estos comicios cueste lo que cueste y como sea. Esta parapraxis admite la reactivación de la maquinaria del chantaje, coerción y todo lo que involucra el fraude que tantos beneficios les ha dado. Se entiende su miedo ante la derrota ineludible pero cuando un dictador malcriado pide—activar un plan antigolpe que garantice la victoria electoral, todo ciudadano debe pasar a admitir que se vaticina una situación sumamente peligrosa. En 1988, los militares en Chile, a pesar del enorme peligro que representaba aflojar las riendas del poder, decidieron dejar que la voluntad del pueblo decidiera la continuidad del General Pinochet. El NO apenas logró un 55% que hubiese sido bien fácil modificar.

 

Supongo que nadie—ni militares, ni civiles, ni instalados, ni exiliados se atreverían a disputar que Venezuela, en el amanecer de un nuevo siglo, está  apresada en una grave, posiblemente incalculable tragedia. Nos tocó vivir en un país arrebatado por un líder mesiánico desorientado con una ideología utópica y perturbada que fracasó, a Dios gracias, en el mundo entero. Los aspectos físicos de este fracaso en Venezuela se tardaron por el colchón petrolero pero eran inevitables y son patentes— derroche, corrupción, absolutismo, fraude, arbitrariedad, impunidad, iniquidad, y con el desbarajuste de todos los aparatos (estadales y privados) que hacen girar la nación—tenemos inflación, desabastecimiento, pobreza, delincuencia, hambre, anarquía. El catálogo es largo y conocido por todos.

 

Los venezolanos del siglo pasado se jactaban de haberle evitado, comparativamente,  al país las epidemias ambidiestras, de insurgencias marxista y de atrocidades antimarxistas, tanto horror y muerte que se reprodujo en tantos países hermanos desde El Salvador hasta Chile. En Venezuela, esa ideología de dogma altisonante pero praxis retorcida intentó la insurgencia revolucionaria clásica y luego la golpista pero sabemos que solo logró introducirse como un Caballo de Toya. Ya tomado el poder, luego de tantos años, es hoy que pagamos lo que  era inevitable pagar; el altísimo costo del fracaso comunista, revolucionario. Pero ya que se introdujo electoralmente, debe ser retirado electoralmente. Quienes tienen el monopolio legal del uso de las armas (y la violencia), deberían alegrarse ante esta actitud cívica, y de ninguna manera hacerse cómplices de un gobierno que se niegue a entregar el poder cuando le ha sido retirado democráticamente.

 

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