¿Y si nos dejamos de cuentos?

Por Pedro Urruchurtu

@Urruchurtu

 

 

 

 

El 7 de diciembre comienza una nueva Venezuela, pase lo que pase. Y justo allí es donde me quiero detener. La encrucijada que estamos viviendo y la crisis que la acompaña hacen entender que estamos en un punto de inflexión. Nuestro país no sólo cambió en los últimos 17 años, sino que ahora la misma crisis que padecemos hará que otro gran cambio se imponga.

 

Lo primero que quiero aclarar es que esta no es una reflexión esperanzadora; por el contrario, es profundamente realista y hasta odiosa. No quiero decir que no sea momento de vender esperanzas, de intentar animar a la gente y que se sienta parte de un cambio claramente exigido en todas partes. Es válido, necesario y muchos lo están haciendo. Pero hay que tener en cuenta una cosa: cualquier escenario que tenga lugar, será dramático, será traumático y será contundente.

 

Uno de ellos, el mejor para la alternativa democrática, es ganar. Pero claro está, dependiendo de lo que se gane. Sea en votos, sea en curules o sea en ambas, todas apuntan a que la fiera aferrada al poder utilizará toda su fuerza y su furia para no soltarlo. Esto quiere decir que no hay manera que una victoria opositora haga del régimen un abanderado de la paz. Claramente, tienen tanto que perder que perder en sí mismo es su final.

 

No olvidemos que tienen todo el poder en sus manos, concentrado y a la vez disgregado entre quienes están dispuestos a defender a capa de espada una revolución y su legado, que no es más que el del país de las mafias. Todos han recibido su tajada, nadie quiere soltar el lucrativo negocio del poder mientras se destruye y desangra todo un país. La fuerza no será un imposible para ellos, la usarán a toda mecha. Seremos capaces de ver, de lleno, el uso de todos los recursos de un Estado secuestrado por un grupito de que nunca tuvo nada, contra una nación entera, contra sus ciudadanos y contra todo aquello que se le oponga. De hecho, no hace falta que “pierdan” para que demuestren de lo que son capaces. A diario nos lo demuestran.

 

El otro escenario, el de la victoria oficialista, es tan dramático y peor como el de su derrota. Que ellos ganen significan, de una vez y por todas, la pérdida de Venezuela. No quiero decir con esto que no hemos perdido lo suficiente durante este año, sino que una victoria de ellos, significaría la total destrucción, la total ruina, el total abismo de un país. Y no debe sorprendernos: es lo que quieren y pretenden, es su intención. Su naturaleza totalitaria, unida a su vocación mafiosa, hace que sean capaces de lo que sea para hundir de una vez y por todas a un país completo, mientras ellos se creen intocables y se hacen del poder eternamente. Es exactamente similar a decir: “Yo no entregaré la revolución”.

 

El aceleramiento de la crisis, acompañado del aceleramiento de la represión, de la miseria y de los controles, junto al socavamiento de las bases e instituciones de Venezuela y sus valores, harán que en efecto seamos la nada mientras ellos se creen todo. Y sí, seguirán utilizando la fuerza física, la misma que emplearían si son derrotados, junto a la fuerza mental, esa que aniquila espiritualmente y mata el pensamiento.

 

Como vemos, la Venezuela que comienza el 7 de diciembre no es fácil, no es mágica, no es bonita. Salga sapo, salga rana, la cruda realidad a la que nos enfrentaremos requerirá de la astucia, la inteligencia y la fuerza suficiente como para materializar un cambio, ya sea por la vía del triunfo o de la resistencia. Quienes nos vendan esperanzas deben comprender que deben vendernos también el antídoto al guayabo si las cosas salen mal; pero también deben vendernos la fuerza necesaria y crucial para entender la magnitud de lo que enfrentamos y lo que viviremos prácticamente a la vuelta de la esquina.

 

Sacrificios, dolor, lágrimas… todo eso está prometido, pase lo que pase. Si nos estamos preparando para triunfar, entendamos que ese triunfo no es más que el comienzo de un largo y doloroso camino, que sólo con la sensatez y conducción apropiadas nos permitirá materializar un cambio real y tangible a corto, mediano y largo plazo, sin populismo, sin demagogia. Pero también debemos prepararnos para perder, para hacer que el despecho no convierta a Venezuela en un país de exilio, más del que es hoy. Que no se convierta en una tierra de más despedidas y de donde lo único que recibe bienvenidas es el adiós. Que no sea un cúmulo de sueños derrotados y de metas truncadas. Todo eso debemos combatirlo, y debemos estar listos si esa es la noticia que toca dar y la realidad que toca explicar.

 

A veces, ganando se pierde y perdiendo se gana. Esos dos escenarios intermedios, deben hacernos entrar en razón también. ¿Cómo ganando nos harán perdedores y desconocerán lo que hagamos? ¿Cómo perdiendo podemos hacernos sentir y que nos respeten? ¿Cómo enfrentaremos a esa gran muralla de miseria y control, pase lo que pase? ¿Cómo nos explicaremos a nosotros mismos y al mundo lo que está pasando?

 

Una sensata reflexión es lo único que no nos hará chocar contra el muro de la realidad. No se trata de una fiesta y mucho menos de una democracia. No se trata de ver quién ofrece algo más populista que el otro. No se trata de ofertar lo imposible para que la gente caiga. No se trata de que un candidato a diputado parezca más candidato presidencial o a alcalde. Se trata de entender que ya Venezuela es otra y pase lo que pase el 7 de diciembre, tendremos sólo el espíritu de un expaís, hoy saqueado por doquier, que está pidiendo a gritos que lo revivan o que lo terminen de matar.

 

Es momento de ver con claridad la hora que atraviesa nuestra nación, agonizante y en vilo; es la hora de preguntarnos: ¿y si nos dejamos de cuentos?

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