28 minutos en La Tumba

Por Alexander Briceño

@alexandrbriceno

 

 

 

Recientemente se estrenó un cortometraje titulado “La Tumba” inspirado en la crónica “Cinco sótanos contra el sol” de Leonardo Padrón, dirigido por la joven directora venezolana María Eugenia Morón radicada en la ciudad de México, dicho documental está encabezado por la actuación del primer actor venezolano Franklin Virgüez.

 

El cortometraje fiel a la crónica de Padrón refleja la realidad de lo que sucede en el SEBIN de Plaza Venezuela, una zona concurrida de Caracas donde, quizás, algunos venezolanos no tienen la más remota idea de lo que sucede a cien metros debajo de ellos, a solo cinco sótanos. Cinco sótanos donde una luz blanca envuelve a los detenidos implicados en los hechos del pasado febrero de 2014. Como bien escribió Leonardo Padrón, Gerardo Carreño fue detenido el 8 de mayo de 2014, en la madrugada a las afueras de la sede de la ONU en la Av. Francisco de Miranda en la ciudad de Caracas, de allí fue trasladado al SEBIN del Helicoide, seguido, Carreño inicia una huelga de hambre que pronto fue penalizado con lo más bajo que se le puede hacer a un ser humano, la tortura; para luego ser llevado a “La Tumba” en Plaza Venezuela.

 

“La tortura blanca” aquella que pasa inadvertida para quienes no la viven, aquella que no deja marcas superficiales pero sí psicológicas e internas, atándolo a la reja de la celda, en puntillas, con una hoja de papel periódico alrededor de las muñecas para no dejar rastro alguno, una práctica sin duda inhumana una clara violación a los Derechos Humanos. Sólo un pasillo largo  y una celda de 3×2 si variación de color, solo blanco y beige por el uniforme de detenidos. Un quinto sótano donde la luz del sol no llega, donde están aislados de la realidad, perdiendo así su sentido de la orientación, no saben si es de día o de noche, si deben dormir o no.

 

Con cámaras y micrófonos instalados en las celdas para monitorear todos sus movimientos y cada palabra que susurren los detenidos, incurren en una tortura psicológica, cada instante que trataban de conciliar el sueño, suenan la Diana a todo volumen para que no puedan dormir. Contadas veces sacan a los detenidos a ver la luz del sol y aprovechan para tomarles una fotografía para mostrar a sus familiares que “están bien”.

 

El cortometraje muestra esta realidad de una forma sutil –suave-, quizás no lo hicieron más cruento por temor a represalias aún peores a quienes están en “La Tumba” de Plaza Venezuela, la única manera para salir a otra cárcel porque ni siquiera en libertad, según las autoridades es inculpar a alguien, a Leopoldo López, Henrique Capriles Radonski, entre otros dirigentes, todos de la oposición venezolana. Sin embargo, cada uno guarda silencio, prolongando más la tortura, su estadía en esas cuatro paredes con el aire acondicionado a todo dar, incomunicados y con solo una luz blanca que ilumina todo, sin la posibilidad de hablar con alguien que no sean los demás detenidos, que cada uno está separado a una distancia donde deben gritar para comunicarse.

 

Para ser un cortometraje independiente, donde cada uno de sus realizadores tuvo que poner un granito de arena, e incluso dejar de cobrar por el trabajo realizado, María Eugenia Morón retrató esta cruel realidad sobre los presos políticos, que muchos venezolanos han olvidado o convertido en “solo números, solo cifras”. La dirección de fotografía y arte lograron el cometido, hacer sentir que el espectador se encontrara también en “La Tumba”. Un cortometraje que no solo los venezolanos deben ver sino todo el mundo, un cortometraje que sabemos no va a ser televisado y mucho menos puesto en la pantalla grande por las regulaciones que Venezuela tiene. Un cortometraje de 27 minutos sin desperdicios, donde cada persona que lo vea saque sus propias conclusiones.

 

 

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