El más vivo, vive mejor

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En una de esas esquinas de La Candelaria, llena de personas e historias, coincidieron tres colas; una para una cadena de supermercados, una para un abasto y otra para «los chinos». En la humillante espera para comprar alimentos, en medio de rostros sudados por el sol, estaba un grupo de personas que se conocieron ahí. Eran cuatro mujeres y Pedro; él tiene más o menos 60  años, pero cree aparentar 55 y no ser tan barrigón; es buena gente y echador de cuentos. Ha sido profesor y ha trabajado gran parte de su vida en la administración pública. Tiene 3 hijos y una esposa jubilada que, en su tiempo libre, va al gimnasio.

Vestido con una guayabera blanca, blue jeans y un bolso de lado (muy de moda entre los hombres) esperaba pacientemente en la cola para comprar productos regulados. La gente que transitaba por la acera preguntaba: «¿qué están vendiendo?» y Pedro respondía velozmente mientras le cuidaba el puesto a las mujeres que estaban delante de él, que cruzaban constantemente la calle a ver cuánto habían avanzado las otras colas, pero que regresaban sin buenas noticias.

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Pedro no puede quedarse callado, él necesita con quien conversar; trata de ser simpático y siempre busca cómo quedar bien con algún chiste en medio de la conversación. Cuenta que una de sus hijas se casó con un médico cubano que vino a trabajar a Venezuela, se fueron a Miami y están bastante cómodos; ella le manda dinero cada vez que puede y él lo cambia a dólar paralelo. Así vive.

Es un hombre al que le gusta divertirse, y a pesar de sus canas, sale todos los viernes a tomarse unas cervezas con su mujer. Habla de política, economía y es capaz de abordar cualquier tema con facilidad. Mientras conversa trasforma sus rasgos toscos, su pequeño bigote y algunos años que no pasan en vano en un rostro convencido de lo que dice.

A él le gana la viveza criolla y confía en su instinto, necesita constantemente hablar de él, sus logros y sus anécdotas. Le faltan escasos meses para jubilarse, pero con los sueldos que ganan en su casa no alcanza para nada y lo que le darán al jubilarse son alrededor de 200 mil bolívares, más o menos $200. Y no en vano dicen que hijo de gato caza ratón, pues su hija le pidió irse con ella a Miami, trabajar algunos meses y regresar con los dólares a Venezuela. Por supuesto, las mujeres que lo acompañaban en la cola, quienes también saben cómo ser “pilas”, le aconsejaban que no pierda la oportunidad porque una de ellas hizo lo mismo con su hijo que vive en España y le fue bastante bien.

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Cuando la cola apenas había avanzado una cuadra se quedaban a medias las anécdotas, porque las mujeres cruzaban la calle atentas al progreso de las otras colas, y Pedro aprovechaba para hablar mal de Gobierno. Él es, o fue, chavista y mientras esperaba bajo el ardiente sol de las 12 m. para comprar pasta, arroz y aceite, criticaba la situación social que enfrenta el país y lo humillante que es hacer cola para conseguir alimentos; pero se reía de sus penurias y contaba cómo hace trueque con su cuñado. A pesar de su tez no tan blanca, su cabello no tan liso y su apariencia humilde se refiere a un ex ministro de economía como “negrito malandro”, con toda la carga racista y despectiva que implica.

En Pedro se refleja la doble moral, los escasos valores y la agilidad para ingeniar formas de hacer las cosas fáciles y rápidas, esas que caminan por las calles a sus anchas. El escolta, el cajero de banco, el profesor, el plomero, la ama de casa y el enchufado convergen en la idea que el más vivo, vive mejor.

Luego de más o menos 3 horas, ya casi cerca de la puerta para entrar por el depósito – como si de esa forma pudieran tapar la realidad- Pedro les dijo, entre risas, a las mujeres  que estaban con él: Ya vengo, sino vuelvo es porque pasé. No habían pasado ni 10 minutos cuando un empleado del supermercado gritó que se había acabado todo. Por supuesto, Pedro no volvió y de un momento a otro –entre rostros de indignación- la cola se dispersó.

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