La crisis roba la niñez a los muchachos venezolanos

g2Caracas, la ciudad más violenta del mundo. En el año 2015, según el informe anual del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal (CCSPJP), la tasa de homicidios en la ciudad aumentó ligeramente de 115,98 registrados en 2014 a 119,87. La realidad es mucho más profunda que las estadísticas. En Caracas la violencia se propaga en todos los ámbitos: físico, sexual, verbal y psicológico. Vivimos, literalmente, en una selva de cemento.

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– Miguel, son las 6:30 de la mañana ¡párate YA!

Así empieza su día, tempranito. Entre los gritos de su mamá y el sonido de una ciudad que ruge al despertar: las motos, los carros, los transeúntes. Otro día en la Caracas que muerde.

Miguelito es un adolescente de 12 años, estudia primero de bachillerato en algún liceo público de la ciudad. De grande quiere ser Gamer o Youtuber, porque “ganan mucha plata y se la pasan sentados todo el día”, piensa. “Cosas de la modernidad”, declara con impaciencia su madre.

Miguel es hijo de su época, no sólo porque está cautivado por el mundo virtual, sino porque además le ha tocado vivir en carne propia las vicisitudes de un país en decadencia que parece dejar a cada vez más niños sin infancia.

 

Violencia psicológica

– Mamá, me voy. Hoy salgo a las 5:00 ¡bendición!

– ¡Dios te bendiga! mucho cuidado por ahí, deja de estar inventando. En la cartera hay 120 bs, llévatelos para el pasaje.

g1El niño sabe que 120 bs no son suficientes para almorzar, pero quejarse no es una opción, él está al tanto de que esa es la cantidad que sus padres pueden costear. En ese sentido, los niños de hoy han madurado bastante rápido. No hay espacio para pataleos y malcriadeces. Miguel recuerda que a su amiguito del liceo le dan sólo 50 bs y se siente afortunado. Con una “vaca” seguro llegan para comprarse una chicha en la esquina, o si están de mucha suerte en el comedor hoy no falta la comida.

Miguelito salió con su uniforme planchado, todo se veía impecable excepto sus zapatos. Los zapatos estaban bastante desgastados y además tenían un hueco inmenso justo en el talón. Ya su mamá lo había regañado.

– ¡Miguel! ¿de nuevo esos zapatos?, te vas a joder el pie. Llévate los otros.

– PERO MAMÁ, quiero jugar fútbol, si me llevo los otros los voy a dañar. [Y no tendré qué ponerme cuando vaya a salir a pasear, pensó para sí.]

El niño soñaba con poder comprarse unos tacos de fútbol, pero ese era también un tema que tenía claro: no se podían gastar 40mil bs en sus zapatos. A los 12 años ya Miguel sabía acerca de la inflación, de la escasez y sobre todo, de prioridades. Sus zapatos ni siquiera se acercaban al primer lugar. El conformismo es al país lo que la resignación es a la etapa del duelo.

 

Violencia verbal

La primera dificultad en la selva de cemento la encuentra de camino al liceo; Miguel es un poco claustrofóbico y el metro a la hora pico puede ser más asfixiante que un ataúd. Su opción: esperar la camionetica. Pero él y todos los estudiantes saben lo que ello implica, batallar con el chofer.

Al ver que casi llega a su destino empieza a inquietarse, sospecha lo que va a pasar.

– ¡En la parada, por favor! grita el niño. Acto seguido, entrega un billete de 20 bs y espera el vuelto.

– ¿Qué pasa?, ¿qué esperas?, dice el chofer.

– Me quedan 10 bs, señor.

– Mira, carajito… si no te gusta, pagas completo. Te bajas o arranco.

Miguel se queda sin opción.

 

Violencia física

A medio día todo parecía transcurrir más tranquilo de lo normal, Miguel había salido de su última clase del turno de la mañana. De repente, escucha unas voces detrás de él. Los mala conducta de siempre. El miedo se apodera poco a poco del niño.

–  ¡Chamo! dame la plata que trajiste, dijo uno de ellos.

– No, ¡Déjenme tranquilo!

Acto seguido, el líder del grupito le proporciona una patada a Miguel. Antes, el niño hubiera dejado las cosas así. Pero él comprendía que simbólicamente eso iba a representar debilidad. A Miguel no le importaba ser fuerte o débil, no era algo en lo que pensara, pero en ese contexto sabía que actuar como el débil marcaría el inicio de un sinfín de abusos.

Los Darwinistas sociales escribirían en la Venezuela de hoy: la supremacía del más vivo.

Miguel y el líder del grupo llegaron a las manos. Después de algunos minutos de alboroto, se presenta la coordinadora.

– ¿Qué pasa aquí?

La sala se llena de un silencio sepulcral.

– Repito, Miguel ¿qué está pasando aquí?

– Nada profesora.

– Miguel y Joan (líder del grupo) ¡A la dirección!

Por una clase de pacto o contrato juvenil Miguel decide callar, sabe las consecuencias. La justicia está sobrevalorada. Primero castigado que “sapo”. No quedaría como el chismoso.

 

Violencia sexual

Miguel pudo haber llamado a su hermana, ésta estudiaba 5to año en el mismo liceo. Pudo buscar su ayuda, pero la última vez que lo hizo sus compañeros empezaron a irrespetarla verbalmente de todas las maneras posibles. Por eso prefería morir callado.

– Compañero 1: ¡Qué rica está tu hermana, Miguel!

– Compañero 2: Sí, ese trasero y esas lolas.

– Compañero 3: La próxima vez que venga le toco las nalgas.

*fin del flashback*

¡NO! pensó el niño, de nuevo eso no.

Nuevamente Miguel se queda sin opción.

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Nuestras nuevas generaciones son testigos de una sociedad en descomposición. El futuro de nuestro país –nuestros jóvenes- está inmerso en un profundo estado de violencia. Unos víctimas y otros victimarios.

Miguel no es una sola historia, Miguel es la historia de muchos adolescentes. Muchachos brillantes que dejan de lado sus virtudes para adaptarse a la guerra del día a día: la supervivencia del más apto.

No hay otra opción.

Anyelmary Fassano
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