El fantasma del Cesarismo Democrático
La situación de la primera mitad del Siglo XX en Venezuela implicó de muchas maneras una terrible inmadurez en el terreno político y el manejo social. Sin duda que aquella tesis del Cesarismo Democrático esgrimida por Laureano Vallenilla Lanz durante la década de 1920, sigue repercutiendo terriblemente hasta los tiempos actuales y sigue incesante en la mentalidad de algunos venezolanos la idea de que, quien gobierne, lo debe hacer con aplomo, con fuerza, “con mano de hierro” y a costa de todo – incluso de la libertad misma–
Adquiere entonces de forma errónea en el imaginario colectivo, la figura de presidente, una especie de origen místico, una deidad traída para salvarnos; un hombre que encarna la fuerza para poner “orden” – siendo claramente como lo ha sido, un orden manipulado y por lo general más perjudicial –. No es un hombre, no es un presidente lo que anhela “el pueblo”, es un Gendarme Necesario en los mismos términos expresados por aquel “intelectual” pro-gomecista.
La búsqueda incesante por el poder, y por mantenerlo una vez se ha obtenido, obliga amañadamente a muchos a mentir y manipular. Es absurda aquella pretensión de querer encasillar nuestra idiosincrasia, en seres prácticamente inertes que solo esperan pacientes a ser dominados. Pero igual de absurdo es pretender salvar en el imaginario colectivo a un gobierno como el de Marcos Pérez Jiménez, por el simple hecho de que construyó carreteras, modernizó al país y brindó “seguridad”, cuando está claro que conculcó cien veces más libertades de las que esa “seguridad” podía otorgarle a cada individuo. Era una especie de trueque por algo que no se puede concebir como calidad de vida, porque evidentemente no tiene calidad de vida quien no puede hacer uso de sus libertades.
“La democracia no puede existir si los pueblos no comen” diría Rafael Caldera. Pero no solo de pan vive el hombre. En la vida, el valor de la libertad tiene mucho más peso que una bolsa de comida de baja calidad, salida de una red de abastos gubernamental. Ramiro de Maeztu decía que “la libertad no tiene su valor en sí misma: hay que apreciarla por las cosas que con ella se consiguen”; y una acotación muy importante haría muchos años después el chileno Eduardo Frei Montalva, cuando refería: «Si me dieran a elegir entre la libertad y un trozo de pan, preferiría la libertad, porque con ella podría luchar para conseguir ese pan».
La lucha contra el populismo y otras formas más extremas como los personalismos, autoritarismos, totalitarismos y todas sus vertientes, lamentablemente no se ha ganado. La mejor demostración de ello en Venezuela, prácticamente todo el devenir histórico del siglo XX y la amarga experiencia de los últimos quince años con el actual régimen chavista.
Su naturaleza repetitiva, hace una alerta sobre ¿cómo el guión de las autocracias aún tiene cabida en el Siglo XXI? Por desgracia, en el caso venezolano la experiencia no ha sido distinta: llega al poder por la vía electoral; cobra fuerza a través de las clases sociales de estratos más pobres, aflorando el sentimentalismo más profundo a través del resentimiento social; se hace de un falso poder auctorita, todopoderoso; persigue, estrangula y acorrala a quien se le opone, incluyendo aquellos que por desencanto se fueron decantando y deslindando en el camino. ¿A esos? A esos con mayor fuerza porque son “los traidores”.
Hoy, aún sin apoyo popular, se endilgan el apoyo del “pueblo” y tienen la increíble insolencia de seguir hablando en nombre del “soberano”. Atrás quedó el recuerdo de aquel titular de prensa de un cinco de febrero de 1992: “Muerta niña de 9 años mientras dormía, por bala fría disparada por los golpistas”. Ahora son otros los malos.
Como bien se ha dicho, esta es una lucha existencial, y las luchas existenciales se libran a vencer. Debemos por tanto vencer el miedo y vencer sobretodo el atraso y la falta de conocimiento. Cuando un venezolano esgrime que prefería un gobierno dictatorial por encima de cualquier argumento, no se ha logrado el objetivo de crear conciencia ciudadana y democrática. Tampoco está hecho el trabajo, cuando se siguen añorando las terribles fauces del populismo en una especie de espera de otro mesías “social” que prometa y encante… Otro Gendarme Necesario.
Debemos formar ciudadanos. Educar en democracia, significa rescatar valores y fomentar principios que son inamovibles porque entrañan condiciones intrínsecas en nuestra condición humana. La libertad no es negociable. Decirle a quien esté a nuestro alcance que no es intercambiable su libertad de pensar, de sentir, de expresar, por un bien o por un trozo de pan.
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