“No codiciarás la mujer de tu prójimo, y no desearás la casa de tu prójimo” Deuteronomio 5:21
Una última trágica fiesta

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La música que comúnmente se escucha en las reuniones, la música estridente, de jóvenes, de fiesteros, de diversión para unos mientras despreciable para otros, podía oírse por toda la vereda 17  del barrio “El Amparo”; entraba por cada una de las ventanas de la casa. No dejaba dormir a nadie, ¿pero quién duerme un sábado a las doce de la noche cuando hay fiesta en la favela de cemento?

La luna hacía rato ya había salido. Brillaba. Una luz blanca pálida bañaba los alrededores de Caracas y de Venezuela. No había nubes de ningún tipo, ni negras, ni grises ni blancas. No había nada, y para más colmo, no había vestigios de lluvias, aunque el tipo del tiempo del canal cuatro había pronosticado lluvias en horas nocturnas.  Brillaban desde lo más alto del cielo.

“Devórame otra vez, devórame otra vez”

Carlos, un joven que no había realizado los deberes de Administración I, bailaba con Michel una pomposa joven de copa C que no había terminado aún de cursar el bachillerato, pero que tenía mucha experiencia gracias a la vida y a las calles. Más allá de una danza común como las que hay en cualquier fiesta del planeta, parecía que se aparearan con ropa. No despegaban sus cuerpos. Bailaban muy juntos. Se tornaron en uno solo. Eran ellos, no había más nadie, para ellos.Algunos los miraban con disimulo, mientras otros tantos lo miraban sin pena alguna. Algunos se sorprendían, mientras que para un puñado de jóvenes era lo más normal. Todos conocían la fama de Michel.

“Cómo Carlos puede estar bailando así con esa muchacha, acaso no sabe que es la novia de El Kevin”, decían entre susurros algunos jóvenes que compartían bebidas de colores en una esquina no tan iluminada del reciento. Y  aunque las luces estaban apagadas en la casa de la quinceañera, amiga de Michel, todo era, prácticamente,  visible y todos vieron cuando las lenguas de los jóvenes se juntaron, solo por un segundo y luego volvieron a sus cuevas.

***

Al otro lado de la periferia. En otra calzada. En lo que algunos tildan de “candelosa zona”, un barrio o un ghetto conocido como “El 23 de Enero”, zona de Tupamaros y de colectivos, en donde las personas nunca duermen, cerca del árbol de los peluches,  alias “El Kevin”, un joven de mala fama, se desplazaba en una moto de baja cilindrada. “Chamo no vamos a la fiesta”, le comentó a su amigo que de igual manera se movilizaba a su lado, en otra moto de dudosa procedencia, modificada ilegalmente.

“Claro que sí. Allá esta la tuya. Pero primero vamos a fumarnos esto para ir bien fino”, fue lo que dijo el hombre al que no se le podía ver más allá de la nariz porque sus ojos eran ocultados con la visera de una gorra negra de Nike.

Y aunque los dos tenían ganas de ir a la fiesta, el joven de la gorra negra prefirió marcharse a su hogar. Dejó solo a El Kevin, mientras terminaba de fumarse una barra de lo que los jóvenes conocen como “María”.

***

Dj Yulber, el sonero de Catia, el de las mezclas, el chico del momento, había decidido cambiar la Salsa por algo más erótico que movido.  Ordenó a su mini-laptop marca Canaima reproducir canciones de Plan B, Chino y Nacho y los Mangos King´s, en pocas palabras, colocó canción tras canción de los reyes del perreo.

El Reggaeton se apoderó de la fiesta. Todos se lanzaron a la improvisada pista de baile clandestina. La alfombra del piso estaba hecha añicos.

“A bailar, a bailar, vamos a bailar todos”, ordenó el Dj a través de un micrófono de pocamonta, mientras tendía la mano en todo lo alto al mejor estilo de Tiesto en Tomorrowland Brasil 2016. Los asistentes gritaron, se emocionaron, se sintieron en Proyecto X .Se prendió el perreo.

Carlos se llevó a Michel a la última esquina de la casa, un poco apartado de la pista de baile, en donde hubiera más “Intimidad”.  Al ver esto los chicos que hablaban de que cómo era posible que Carlos hiciera eso se apartaron enseguida. La colocó de espalda, con los brazos sostenidos a la pared y las piernas bien abiertas, en la posición en la que los policías ponen a las personas para revisarlas y comenzó a bailarle, él se movía para atrás, mientras ella movía su cintura al ritmo de la canción, de atrás para adelante, de adelante para atrás.

“Quiero que se repita la ocasión, quiero que se repita tu movimiento”

***

Carlos continuaba el movimiento de su cuerpo al ritmo del deseo. La lujuria, la pasión, la excitación, el morbo, eran emociones que dominaban su cerebro. No pensaba en más que las hermosas curvas de su “michi”, como cariñosamente le decía a Michel. Algo en él comenzaba a endurecerse como una piedra. Mientras tanto, en el cuerpo de Michel, llovía como llovió en Vargas en el 99.

Y aunque Michel era un poco tímida, tomó la batuta y cambió de posición. Comenzó a bailarle de frente. Cara a Cara. La transpiración de ambos se mezclaba y formó una gran masa de sudor homogéneo.  Sus ropas estaban empapadas de sudor.

Todos seguían en lo suyo. Cada vez prestaban menos atención a ese par de culpables. Aunque, Humberto, amigo de Carlos, se acercó a él para decirle lo que hacía mal. “Mano esa es la novia de “El Kevin”, vámonos de aquí”, a lo que su par, un poco pasado de tragos,  respondió “Qué pasa, eso está ablao, mano relájate”.

***

A toda velocidad, así se desplazaba la moto que manejaba el pranpor la Av Sucre. Iba inyectado hasta las metras de Cannabis y sin importarle los semáforos se lo saltaba como si fuera el rey de las calles. Iba “entablado” hasta la fiesta. Quería ver a su mujer. Su mujer, la que con otro, provocativamente, bailaba.

***

El reloj marcaba casi las dos de la mañana. La calle estaba impregnada de una cutre oscuridad cuando Kevin Baéz arribó a la casa de la quinceañera, en donde Michel rosaba los labios, nuevamente, de Carlos  al mismo tiempo que bailaban.

El Kevin estacionó su moto negra con rallas blancas en la mitad de la calle y como si se tratará de un justiciero, de esos que solían salir en las películas del viejo oeste, descendió de su caballo titánico. Una vez en lacalle, no pavimentada y llena de huecos, se acomodó el cinto en donde escondía su berreta 9mm.

***

Todos vieron la triunfal entrada de Kevin. Y rápidamente comenzaron a irse de la zona. Unos más precavidos que otros, esperaron unos segundos antes de irse.

“Qué hay Kev”, saludaron unos muchachos en la puerta a lo que el joven que vestía unos jeans negrosque hacían juego con un sweaterPuma desteñido, casi gris, respondió “Aquí mano, todo tranquilo”. La luz no ayudaba a distinguir una cicatriz que tenía en el cuello producto de un roce de una hojilla de afeitar que le habían hecho en un duelo en la prisión de Tucuyito.

***

Humberto, que fumaba un cigarrillo cerca de donde se encontraba su amigo, alcanzó a distinguir la triunfal entrada del hampón que tenía azotada las calles de su barrio y corrió a buscar a su amigo. A toda marcha, lo jaló por el brazo y trato de separar a la pareja que bailaba muy cómodamente.

Era muy tarde.

Se armó un escándalo.

La muerte. Llegó.

Todos vieron.

Pero nadie dijo nada.

¡Acto seguido!…

***

Kevin que en su nota veía mejor, observó cómo su hembra bailaba con aquel joven de piel morena. La ira se apoderó de él de manera bestial. Un animal interno se hizo presente en esa reunión.

¡Qué es esto Michel! Bramó ante cientos de invitados, que al verlo huyeron velozmente, dejaron la casa completamente sola. Yulber, el Dj, se dio cuenta de lo que sucedía y velozmente se acercó a Kevin que lo conocía desde hace mucho tiempo, debido a que ambos habían ido al liceo y ambos lo habían abandonado antes de alcanzar el noveno grado, la diferencia: que uno se había dedicado a los beat y el otro a obrar mal (robar, asesinar, secuestrar y más).

“Mi compa Kevin, cómo está todo. Llevo toda la noche esperándote. Ven acá y bebamos de esté trago”, aunque sus palabras fueron en vano y lo sabía, el Dj alcanzó a ver los ojos del asesino inyectados en sangre escarlata.

Kevin como poseído por un demonio apartó abruptamente a Yulber y caminó hasta los jóvenes. Carlos que solo era un joven de 18 y Michel de 17 se quedaron petrificados.

Como un experto que era, velozmente sacó de adentro de su camisa un arma y apuntó primero a Carlos. Sin dudarlo. Una gota de sudor se deslizó por su frente, al mismo tiempo que jalaba del gatillo.

¡PAM!

¡PAM!

¡PAM!

Tres proyectiles rompieron la paz. Tres proyectiles rompieron la piel. Tres proyectiles penetraron en el cuerpo de Carlos que se derrumbó como un coloso de piedra en el piso de la casa.

Impactada por lo sucedido Michel rompió un grito, al otro lado de la estancia Humberto presenciaba todo. “Ah es tu amigo”, cuestionó, y al igual que Pedro negó a Jesús Cristo tres veces Humberto lo hizo. “No, no lo conozco”, a lo que Kevin mirándolo a los ojos fijamente le dijo “No me mientas”, y detonó el arma nuevamente.

Yacían dos personas en el piso manchado de sangre cuando el asesino se volteó y miró a Michel. “Perra, perra sucia”, le gritó.

Michel gritó de miedo. Sus gritos se escucharon en todos los rincones del barrio El Amparo.

“Callate, cállate maldita sucia”, y mientras decía esto, volvió a detonar su arma.

¡PAM!, primer proyectil entró en su abdomen y ahí se alojó… para siempre

¡PAM!, segundo proyectil penetró su corazón

¡PAM!, tercer y último proyectil rompió en sangre su frente.

***

La señora Paulina, madre de Michel se despertó sobresaltada y bañada en sudor propio. Miró a su esposo y lo levantado “párate Marcos, algo paso, párate”, el señor que dormía con el velludo pecho  se levantó y trató de calmar a la mujer “Qué pasa mija, esas son pesadillas, no vuelvas a comer tan pesado de noche. Vuelve a dormir”.

***

“El Kevin” volvió a guardar la pistola en donde la tenía y como si nada encendió un cigarro, le dio dos caladas y abandonó la estancia.

Se subió a su moto, vio que la calle estaba sola y sonrió macabramente. Dejó la escena. Un triple homicidio había sucedió.

***

A lo lejos se escuchaba el lamento de una sirena de la Policía Nacional Bolivariana. A lo cerca se escuchaba el mormullo de los testigos.

Esta historia es totalmente ficticia pero cada vez es más común escuchar que un hombre poseído por los celos y bajos los efectos de las drogas asesina a otro u a su pareja.

Ramsés Rosero B.
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