“No hay un manual exacto para prevenir siniestros, pero hay medidas mundiales para evitarlos”
Crónica de un accidente vial y posibles maneras de evitarlo

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El siguiente es un relato sobre un hecho real narrado con metáforas y detalles ficticios

Para el año 2012 la Organización No Gubernamental (ONG) Avepae calculó en un estudio publicado en su portal web (http://avepae.org/estudio-siniestralidad-vial-del-mes-marzo-2015-venezuela-por-avepae-ac/) que 7000 personas perdieron la vida en accidentes automovilísticos.

En lo que va del segundo semestre del año 2016, el Instituto Nacional de Tránsito Terrestre, uno de los organismos encargados en registrar los accidentes viales, no ha hecho público el saldo oficial que arrojó el año 2015 en materia de fallecidos por causa de coaliciones vehiculares. De hecho, no publican estadísticas de hace algún tiempo.

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El sol ya había salido de detrás de la montaña, iluminaba todo en un radio de más 100.000  kilómetros cuadrados, bañaba con sus rayos ultravioleta las carreteras; debido a eso todo era dorado, con su luz hacía que el verde de las hojas fuera más verde, que el negro del pavimento de las calles pareciera lava negra y que el rojo de la sangre fuera más rojo, todo eso sucedía al mismo tiempo que  un autobús de Expresos los Llanos yacía volteado; como un perro patas arriba, en la carretera del “El Cintillo”, vía Guasipati, una población olvidada por Dios, ubicada en el estado Bolívar, al oriente de Venezuela.

A lo largo de la vía se encontraban numerosos cuerpos sin vida de humanos, unos con sábanas, otros sin ellas. Unos con moretones, otros sin ellos. En fin, personas muertas. La sangre, aún más roja de lo normal gracias al sol, manchaba la vía, cristales y maletas se debatían entre carretera y monte.  Muerte. Muerte. Más muerte.

Los pasajeros del autobús murieron mientras dormían, en el transcurso del accidente, algunos no se percataron de nada,  no sintieron dolor, ni temor, otros tal vez pasaron sus últimos momentos aferrados a los asientos o volando por los aires.

En el interior del autobús

Por fuera la unidad de transporte del Expreso Los Llanos era amarilla como la salsa mostaza. Un color repulsivo. Un amarillo chillón. Adentro, estaba amueblada con asientos de cuero sintético azul, con cojines de terciopelo, ahí algunos de los sobrevivientes no se podían mover debido a los traumatismos causados, mientras tanto, otros mal heridos pero consientes luchaban entre la vida y la muerte. El equipaje de los usuarios estaba por todos lados. Teléfonos, carteras, cuadernos, libretas se mezclaban con la sangre, con el sudor, con los alimentos y formaban una masa de cosas identificables.

El chofer inmóvil, en su asiento negro de cuero verdadero, sangraba por un costado de la cara, mientras estaba perdidamente inconsciente, cabizbajo, casi besando el volante.

El hombre como tenía puesto el cinturón se salvó.

Sus ojos se mantenían cerrados, su grueso cuerpo casi no se movía, solo los pulmones respondían y a medias, todo esto logró pintar así un triste cuadro de trágico.

Aún nadie sabe si estaba bajo los efectos del alcohol o de alguna otra sustancia.

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Hora antes del accidente

Un gran autobús se desplazaba por la carretera oscura. Las luces del amanecer aún no guiaban su norte. El chofer, un hombre de gran barriga, dormitaba frente del volante. Su copiloto un joven templado, de ancha espalda y grandes hombros, de piel morena y oriundo del campo lo mantenía “despierto”, cada cinco minutos le decía “mano no cierre los ojos, despierte, despierte, mire que ya vamos a llegar”.

Una puerta de plástico industrial lo separaba de las personas que tenían luz verde para dormir hasta llegar a su destino. Algunos lo hacían, otros sólo conversaban en voz bajan como si murmuraran, algunos leían, pero una sola persona miraba por la ventana.

***

Todo era oscuridad absoluta. Lograba a ratos ver uno que otro árbol entre la maleza y destellos de vegetación en su máxima expresión.  Me dirigía a casa de mi madre. Tenía tiempo que no visito a la vieja; ya no recuerdo la última vez que la vi.

Una diminuta luz blanca pálida alumbraba mi lugar.  Escribía algunas líneas en mi cuaderno viejo. Con mi mano izquierda dibujaba palabras, mi cerebro estaba tan en blanco con un vaso de leche.

Cerré la libreta. Con el pulgar y el índice me limpié los ojos lagrimosos. Me hacen falta los lentes, pensé mientras la hacía.

Lleve a mis a labios el lápiz, lo coloqué entre mis dedos. Mordía la base final y me concentré en mis sueños/ metas. Sueños irreales; de grandeza. Cuando terminé la carrera escribiré para un gran Medio de Comunicación: Tal vez El Nacional o El Universal, aún no me decido.

***

“Son pocas las veces en que alguna autoridad a nivel nacional o estadal informa acerca de cifras de accidentes de tránsito, solo en períodos de temporada alta se dan de manera generalizada, mientras que en países y ciudades del mundo es algo normal hablar de  estadística vial.” Asegura en su estudio Avepae.

***

Todo es oscuridad. Oscuridad que cansa. Oscuridad que arropa el alma. Oscuridad que enfría los huesos.

Oscuridad negra.

Oscuridad en mis ojos.

Oscuridad a mí alrededor.

Negro.

Simplemente, todo es negro.

–Mano, mano despierte, despierte-  Oyó decir el chofer a su copiloto. Vibró. Su boca dibujó una gran 0 al bostezar.

Mier** estaba dormido, otra vez- Pensé.

Se asustó. Vio a los lados, preguntó con su mirada ¿Qué pasa?, ¿Estoy vivo?

La vida de muchas personas estaba en su mano.

Quitándose las lagañas de los ojos le dijo a su fiel acompañante. –“En el primer pueblo nos detenemos por café. Muero de sueño, mijo.”– Con sus dos gruesas manos tomó el volante de la unidad y lo mantuvo recto. Aquella máquina de gasolina se desplazaba por la autopista a eso de 120, 150 kilómetros por hora.

***

El autobús se elevó por encima del piso. Nadie sabe cómo. Voló y giró. Giró y voló.

¡Caos!

¡Gritos!

Desesperación.

Todo eso al ritmo de la canción de la muerte, la canción del adiós. Sufrimiento. Dolor, angustia. Negligencia. ¿Quién tiene la culpa?

El autobús dibujó giros acrobáticos en el aire, ángulos ciegos de 360 grados comandaron la pirueta, claro poco antes de chocar violentamente con el pavimento. En ese transcurso varias personas se dieron a la fuga por las ventanas. El rugido de cristales rotos rompió el silencio.

¡Un sonido atronador!

Eso fue lo que escucharon las ánimas en penas, la vegetación y los animales que se mantenían en las cercanías Del Cintillo.

El autobús patinó al caer al piso. Se deslizó. La carretera chilló.

***

El portal de noticias uruguayo “Último hora”, a través de un reportaje, orientó a los chóferes en materia de prevención de accidentes vehiculares en cinco sencillos pasos:

-Redoblar su atención en el volante, durante los días de lluvia, por la alta peligrosidad del asfalto mojado.
– Revisar su vehículo antes de conducir, que esté en buen estado de funcionamiento, frenos, dirección, llantas, accesorios, extinguidor, botiquín, que esté abastecido de combustible, aceite, agua, herramientas, llaves, gato, alicate, triángulo de seguridad, linterna, entre otros.
– Conocer las normas o reglas generales y obedecer las señales oficiales de tránsito, respetando a la Policía de Tránsito.
– Caminar, transitar o manejar vehículos con prudencia, adoptando una conciencia de seguridad, respetando los derechos de los peatones, pasajeros y demás conductores, tener trato humano y prestar auxilio a los accidentados, no fugarse y que su conducta no lo convierta en un criminal o delincuente.

En Venezuela, el organismo encargado en sensibilizar a la población en este tema, muy poco se manifiesta. A veces es hasta inexistente. Hay poco material en materia de prevención de accidentes. Sólo lo básico se encuentra.

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Corría las 12:00 del mediodía, cuando un adolescente, un joven comunicador, en sus gestiones de redes se percató de que en el TL del Twitter estaba posicionada la palabra “Expreso los llanos”, al hacer click derecho en la palabra se enteró de que más de 11 personas perdieron la vida y otras 14 sufrieron serias heridas tras que un autobús con destino estado Bolívar sufriera  un siniestro en la carretera de Guasipati.

Ramsés Rosero B.
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