Fe ¿En qué?

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Hace un tiempo hablaba de la esperanza, y decía que no tenía ninguna en este país y en que las cosas mejoraran. Si alguno leyó aquel artículo tan depresivo, recordarán también que casi al final del mismo, de manera contradictoria, decía sí tener una esperanza en realidad… Una locura y desvarío.

Ante la cotidiana quejumbrosidad del joven (y muchas veces anciano) venezolano frustrado, siempre se obtienen las mismas respuestas: “Hay que tener esperanza en que esta gente saldrá”, “hay que creer en el revocatorio y la democracia”, “el tiempo de Dios es perfecto”, etc.

Por alguna razón, la generalidad confunde el hecho de ser crítico y quejumbroso con la desesperanza. Cuando comentas a alguien que te gustaría buscar horizontes más amplios de oportunidades que los que te ofrece este país devastado, las personas te ven con desagrado de arriba abajo, y te repiten siempre la cliché frase: “Debes tener un poquito de fe”. Ahora yo les respondo queridos creyentes, que sí tengo fe, tal como he comentado antes: No en el país, ni en las soluciones milagrosas de la “nueva” política, o en los cuasi mesías con “influencias divinas” que muchos individuos siguen cual estrellas de rock (o mucho peor, como pequeños dioses). No, nada de eso, pues ya hay demasiadas cosas absurdas en las que la gente cree ciegamente, que a la larga solo generan decepción y hasta demencia.

Cuando yo digo que tengo fe y esperanza, me refiero a la fe y esperanza que tengo en mí.

¿Narcisismo?

NO.

Es algo tan simple, tan sencillo de comprender, pero toma tanto tiempo entenderlo.

Y es que cuando las personas se acostumbran a recibir todo sin ningún esfuerzo, su fe se vacía en seres y objetos externos, olvidando su confianza en sí y en sus capacidades,  que en incontables ocasiones son suficientes para ampararse a sí mismos. Con esto no intento decir que seamos auto-suficientes -pues bien sabemos todos que el hombre es un animal político y social y como tal requiere de relaciones interpersonales- pero el hacer pender tu destino y vida de las decisiones de un pequeño (o incluso gran) grupo de individuos, que en realidad no te conocen y probablemente no sienten ni un poco de empatía por ti, o cualquier otro ser vivo… Eso es peligroso.

Supongo que eso es lo que prefiere la gente, ya que conservar una fe absurda en fórmulas mágicas que ni siquiera dependen de su voluntad, parece la forma perfecta de atribuir la responsabilidad de sus errores y fracasos a otros, pero el desengaño es a su vez la consecuencia a pagar.

Muchos consideran graciosas las historias de las abuelas que ansían desesperadamente que fuerzas norteamericanas  nos invadan, o aquellas en que mujeres y hombres atribuyen la crisis económica venezolana a Angela Merkel y a los anonaquis… Si, puedo reír al principio, pero cuando lo vuelvo a recordar, es algo serio y preocupante.

Soy de las que creen que independientemente la decisión que tomes, de si te quedas o te vas, debes tener tu fe y esperanza en ti mismo, en tu esfuerzo y fortaleza, porque a fin de cuentas vives para ti. Maduro no vive por ti, Chávez no vivió por ti, tu jefe no vive ni vivirá por ti y nadie lo hará más que tú.

Si realmente esperas que las cosas cambien a mejor, si deseas tener una vida más tranquila, si deseas que la crisis te afecte menos o deseas afrontarla, hazlo con tu esfuerzo y lógralo, porque puedes hacerlo, porque eres a quien más le importa, y porque cuando obtengas eso que esperabas, nadie más que tú mismo podrá decepcionarte y hacerte sentir que se lo debes…

Y sobre el país, pese a que podría estar yo equivocada respecto del mismo, podría también no estarlo… Por ello decidí no hacer depender mis decisiones  de un revocatorio o un discurso inspirador.

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