¿Borrón y cuenta nueva?

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El pasado jueves, antes de abordar el avión que lo llevaría quien sabe adónde y para qué, Nicolás Maduro le prendió fuego al polvorín político nacional y abandonó el país al borde de un abismo insondable. El viernes, al caer la tarde, la alianza opositora le dio respuesta a este nuevo y grosero golpe de mano del régimen.

Henrique Capriles, principal portavoz de la MUD en esta ocasión, advirtió que la decisión del régimen de suspender la activación del revocatorio había sido una “decisión peligrosa”, un golpe de Estado que le impone al pueblo “la obligación de restituir el hilo constitucional”, forma particular de asumir él, así haya sido a la fuerza, el artículo 350 de la Constitución. Una nueva interpretación de la realidad política según la cual, afirmó, a los venezolanos no les queda sino “el deber moral de defender la Constitución”, al precio que sea.” Y para ello, en negación absoluta de su rechazo público y notorio a las acciones de calle, en nombre de todos los partidos miembros de la alianza, convocó al pueblo a tomar las calles de Venezuela, comenzando el próximo miércoles 26 de octubre con lo que él llamó “la toma de Venezuela.” Una jornada que no terminará a una hora determinada, como sucedió, con la protesta del primero de septiembre, y que tampoco excluirá esta vez el centro de Caracas como destino final de su desarrollo.

Capriles reiteró que la oposición no tiene otra opción. “Frente a la crisis”, recordó, “fijamos el camino electoral para evitar un estallido social”, pero ahora, cuando por intermedio del TSJ y del CNE el régimen lo ha cerrado, “¿qué vamos a hacer?” Es decir, que tras años de hacer una oposición regulada por la manipulada legalidad del régimen, en el marco de una democracia “maltrecha” pero que para un sector de la oposición al fin y al cabo era una democracia, la decisión “peligrosa” del régimen no le deja a la dirigencia opositora otra alternativa que dejar en libertad la indignación de la gente y pasar a las acciones de calle, “porque ser pacífico”, sostuvo ahora un Capriles visiblemente molesto, “no es ser pendejo… y si quieren meternos presos, pues échenle bolas.”

En Venezuela, la manera más corriente de enfrentar las contrariedades y verdades de la vida y de la muerte ha dado lugar a la mala costumbre de refugiarse en los amables paisajes que ofrecen a sus adictos las telenovelas, los concursos de belleza y los libros de autoayuda. Una visión escandalosamente edulcorada y por supuesto falsa de la realidad y de lo que llaman pensar en positivo, que ha marcado indeleblemente el sinuoso proceso político venezolano desde que Hugo Chávez, tras el sobresalto histórico del 11 de abril, instaló en el palacio de Miraflores una tramposa Comisión Presidencial para el Diálogo y la Reconciliación Nacional. O sea, desde que él y sus seguidores decidieron estimular, y continuar haciéndolo hasta el día de hoy, entonces de la mano de Jimmy Carter y César Gaviria, ahora de la de Enrique Samper y José Luis Rodríguez Zapatero, esa querencia natural del alma venezolana que impulsa a que uno se entienda con el adversario y no caiga en la irremediable tentación de quemar las naves.

La MUD nos hizo pensar el viernes que las circunstancias, bienvenidas circunstancias porque a fin de cuentas, como suelen (o solían) decir en Cuba, lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo, la obligan a hacerse un radical cambio de piel. Un borrón y cuenta nueva aunque sólo sea para no desparecer pulverizada por los feroces desmanes del régimen, motivo suficiente para que en su seno por fin se comience a llamar las cosas por su nombre y sus dirigentes transmitan la sensación de estar resueltos a tomar el toro por los cuernos, una disposición que merece contar con el respaldo de los demócratas venezolanos. Incluso de quienes como yo venimos llamando la atención sobre las insuficiencias del liderazgo y de la estrategia de la oposición. Lo cual no puede significar, sin embargo, entregarle a la MUD, una vez más, un cheque en blanco. Aunque sólo sea por el escalofrío que le recorre a uno la espalda al escuchar a Aristóbulo Istúriz, nada más terminar la rueda de prensa, anunciar que el diálogo gobierno-oposición se reanudaba este fin de semana. Y que nadie lo desmienta.

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