Un sueño estelar
El mes pasado la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA por sus siglas en inglés) anunció un descubrimiento que impresionó al mundo entero. Se encontró un Sistema Solar a “tan solo” 40 años luz con siete planetas, de los cuales tres, se cree podrían tener las condiciones necesarias para albergar vida.
El descubrimiento de Trappist 1, como fue nombrado este nuevo Sistema Solar, no es un acierto aislado. Desde 1995 se han encontrado progresivamente exoplanetas. Tras 20 años de esfuerzos sostenidos, se han desarrollado técnicas cada vez más precisas que aportan datos certeros a las investigaciones, lo que ha permitido que actualmente conozcamos cerca de 3.500 exoplanetas en la Vía Láctea.
Las agencias espaciales han dedicado esfuerzos recientemente para el descubrimiento de planetas habitables. Estos se materializaron en artefactos avanzados como la Sonda Espacial Kepler y el Telescopio Espacial Hubble. Gracias a estas invenciones tecnológicas se descubrió el año pasado Próxima B, un planeta potencialmente habitable que orbitaba Próxima Centauri, la estrella más cercana fuera de nuestro Sistema Solar, a poco más de 4 años luz.
Pese a que al poco tiempo se determinó que Próxima B no podría ser habitado ya que su sol hace que se desprenda constantemente del oxígeno en su atmósfera, ahora en Trappist 1 se coloca la esperanza de encontrar vida.
Durante la semana pasada la NASA publicó imágenes reales de este Sistema Solar. Generalmente cuando se habla de planetas y estrellas lejanas, se difunden representaciones artísticas de cómo se verían, sin embargo esta vez se trata de la imagen real de un sistema ubicado a una distancia de aproximadamente 378.429.219.000.000 kilómetros (unos 40 años luz).
Los métodos utilizados para determinar la existencia de planetas lejanos varían, sin embargo el más común y posiblemente útil es el del tránsito. Consiste en observar con constancia la luminosidad de una estrella, si ésta tiene planetas orbitando, pasarán por frente del punto observado y se creará una pequeña distorsión en la luz que emana dicha estrella. Luego se realizan otros estudios a fondo para determinar el tamaño de ese planeta y la distancia que lo separa de su sol.
Es por eso que todo lo que vemos por ahora es una imagen pixelada, la abismal distancia entre la Tierra y Trappist 1 solo nos permite tener las evidencias teóricas, más no tan visuales. Sin embargo, la existencia de esta imagen es un avance importante, la tecnología mejorará con el paso de los años y tarde o temprano los grandes observatorios y las agencias espaciales publicarán representaciones detalladas del sistema y cada uno de sus planetas, como ha pasado desde que empezamos a observar los astros.
La barrera tecnológica
Soñar con las estrellas, imaginar un amanecer con tres soles, fantasear con colonias espaciales y visualizar un futuro con los humanos conquistando galaxias quizás no esté mal. Nuestra naturaleza como seres humanos prácticamente nos obliga a sentir curiosidad por lo desconocido y a salir a explorar nuevos horizontes. Tal vez por ese motivo, películas como Avatar, Star Wars y Star Treck tuvieron tanta popularidad, mostrando mundos futuristas donde nuestra especie ha conseguido el viaje interestelar. Sin embargo, nuestra realidad actual no nos deja ser tan optimistas.
Proxima Centauri es nuestra estrella vecina más cercana, ubicada a unos 4,22 años luz. Hablando de distancias espaciales, está a la vuelta de la esquina, el problema es que para nosotros, esa pequeña distancia consistiría, dependiendo del sistema de propulsión utilizado según nuestras capacidades tecnológicas actuales, entre 70.000 y 200.000 años. Ésta última cifra, cabe resaltar, representa la cantidad de tiempo que el hombre ha existido.
Trappist 1, nuestra esperanza más optimista de encontrar condiciones óptimas para la vida, está ubicado a una distancia diez veces mayor a Proxima Centauri. El viaje sería interminable.
Esta realidad, sumada a otros panoramas nada favorables, entre los cuales destacan el consumo excesivo de recursos en la Tierra o algún cataclismo de gran magnitud que afecte al planeta en los próximos siglos, ponen en duda la posibilidad de abandonar nuestro Sistema Solar.
No obstante, no todo está perdido. La especie humana es joven, y apenas estamos contemplando una pequeña porción de todo el conocimiento y la capacidad que podemos adquirir. En tan solo unos 8.000 años, desde que se levantaron las primeras civilizaciones, logramos conquistar nuestro planeta, es hora de hacer lo mismo fuera de él. La historia nos dice que los avances en materia espacial son posibles.
La nueva frontera de la humanidad
4 de octubre de 1957, uno de los días más importantes de la historia contemporánea de la humanidad, una conmemoración que seguramente muchos no logren ubicar sin acudir a google. En aquella fecha, la Unión Soviética materializó los esfuerzos puestos en el Programa Sputnik, enviando al espacio el primer satélite artificial, Sputnik 1. Fue la primera vez que el ser humano logró superar esa barrera imaginaria que se había impuesto como un “límite”, el cielo.
En aquel momento la humanidad estaba de júbilo, se había abierto la puerta a un nuevo mar de posibilidades. Al igual que la ocasión en la que el primer ser vivo salió del mar y empezó a dar sus primeros pasos en tierra firme, o el instante en el cual los humanos primitivos se aventuraron a dejar las cuevas y salir a esparcirse por el mundo, cuando construyeron sus primeros botes y se lanzaron a domar los océanos para explorar nuevos continentes; habíamos alcanzado un nuevo objetivo, que consistía en seguir descubriendo, en determinar qué tan lejos podríamos llegar. La carrera espacial había comenzado.
Tras una década de esfuerzos por parte de la Unión Soviética y los Estados Unidos, en su constante competencia para demostrar poder en el marco de la Guerra Fría, los norteamericanos lograron concretar una hazaña que será recordada para siempre: la llegada del hombre a la Luna. En tan solo mil años –una verdadera miseria en la escala del tiempo cósmico– la humanidad pasó de considerar la gran perla que adornaba el cielo como una deidad, a pisarla teniendo conciencia de que es un satélite natural.
Lamentablemente, la llegada a la Luna fue una demostración de poder, una victoria por parte de Estados Unidos, una derrota para la Unión Soviética, allí murió el asunto. Los enormes presupuestos asignados para lograr progresos importantes en poco tiempo, la capacidad del “ensayo y error”, los proyectos ambiciosos, todo eso se desvaneció desde que Neil Armstrong dejó su huella en la superficie de la Luna. Ambos países mantuvieron sus programas espaciales, pero la exploración fuera del planeta quedó en un segundo plano.
A partir de ese momento, los progresos han mermado. Si bien es cierto que la ciencia ha avanzado a pasos agigantados y los resultados se evidencian año tras año, el empeño por extender nuestras fronteras cósmicas y replegarnos por la galaxia queda solo en las historias de ciencia ficción y en la convicción de algunos soñadores que quieren cambiar estos paradigmas.
La nueva carrera espacial
Por increíble que parezca, el futuro de la exploración espacial está en las manos de las empresas privadas. Personas con un poder económico enorme están empezando a considerar las opciones que ofrece el espacio exterior como un negocio, además por supuesto de lograr algo trascendental, pasar a la historia como los personajes que llevaron a la humanidad por primera vez más allá de nuestro planeta.
Cuando hablamos de este tema inevitablemente surge el nombre de Elon Musk. El magnate sudafricano se ha convertido en una referencia en materia espacial, ya que presenta uno de los proyectos más ambiciosos en la historia de la exploración espacial. Tiene el objetivo de enviar a un millón de personas a Marte. Empezando por las primeras tripulaciones antes del 2030.
Para ello su empresa, SpaceX, ha desarrollado tecnologías más que interesantes. Sus cohetes han sido adaptados para reutilizarse tras su despegue, lo que quedó comprobado el año pasado cuando logró despegar una de sus naves y volver a aterrizarla en el mismo lugar. Esto permitiría enviar naves tripuladas, así como tanques de combustible al espacio de forma casi inmediata, sin la necesidad de preparar una inmensidad de vehículos espaciales.
En otro flanco, Mark Zuckerberg, Stephen Hawking y Yuri Milner pretenden explorar Proxima Centauri tras ejecutar un proyecto denominado Breakthrough Starshot. Con el uso de un método de propulsión llamado “vela solar”, enviarán una flota de micronaves a velocidades impresionantes, que conseguirían, según los cálculos, llegar a nuestra estrella vecina en unos 40 años.
Suena a bastante tiempo, pero considerando que otros panoramas asoman varias decenas de miles de años, 40 no está mal. En otros cuatro años se enviarían los datos y, en teoría, antes de que finalice el siglo la humanidad debería haber logrado estudiar con una gran precisión un sistema solar distinto al nuestro.
Todos estos esfuerzos responden a la esperanza que le tenemos al futuro. Las ansias por explorar, descubrir, conquistar y esparcir la semilla humana en todas partes. Por los momentos tenemos muchas limitaciones, pero hay personas que están trabajando arduamente día a día para cambiar la dura realidad, ampliar nuestras opciones y conseguir lo imposible.
Hace 1000 años nadie habría imaginado que nuestro Sol era una estrella más en la galaxia, y que esa galaxia a su vez sería una más de miles de millones de galaxias que componen un universo que se cree, es infinito. Hace 100 años nunca habrían imaginado que lograríamos visitar la Luna, o que enviaríamos robots que estudiasen marte y telescopios que se sumergieran en el vasto espacio y atravesaran el Sistema Solar para mejorar el conocimiento del ser humano. Hoy posiblemente no seamos capaces de siquiera imaginar qué podrá hacer nuestra especie dentro de un par de décadas.
Sin embargo una cosa es clara, nunca podemos dejar de ver ese vasto cielo estrellado que nos recuerda lo pequeños e insignificantes que somos, y soñar en esa ventana al infinito universo que aguarda tantos misterios y secretos que algún día descifraremos para aventurarnos en una búsqueda para hallar un nuevo hogar, preservar la vida y mantener el legado de ese ser que evolucionó en la Tierra y dominó el destino que le impuso la naturaleza.
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