¿Sin razones para estar amargados?

Hace algunos días me di cuenta de lo amargada que estoy en apariencia sin razón específica. De igual forma, me percato de que mi propia madre, una mujer que se caracterizaba por ser alegre y un poco despreocupada, se ha vuelto una persona mucho más estresada y debe controlarse para no estar permanentemente despotricando de su entorno. A raíz de esto me pregunto ¿Pero y qué será?

A pesar de que hay muchas cosas que celebrar diariamente como que  por ejemplo estamos vivos, que vemos la luz del sol, que tenemos buenos amigos y que podemos aún hacer nuestras actividades a pesar de todo, la vida del venezolano en general se ha transformado radicalmente. Inevitable mirar un rato hacia atrás, a pesar de que me dicen que no es recomendable, y recordé todas las cosas que en la actualidad no puedo hacer. Creo que extraño mucho los tiempos en que:  

Tomar café era algo que se hacía despreocupadamente, uno simplemente iba y compraba su tacita de café en una panadería sin pensar en cuánto dinero iba a quedar el resto de la quincena.  De hecho era mi actividad favorita cada vez que salía de clases. También podías comprar chicle y cigarrillos incluso teniendo poco dinero.

Comía parrilla en los mejores restaurantes cuando alguien cumplía años o después de una presentación. No era algo que implicaba tener millones ni ganar en dólares. Podías comer punta trasera, tomar sangría, pedir una ensalada de palmitos y disfrutar siendo de la clase media profesional.

Comprábamos cerveza y smirnoff todos los viernes, ya que era costumbre reunirse a hablar entre la familia después de estar toda la semana estudiando y trabajando. Así que comprábamos varias cervezas o  Smirnoff, aceitunas y demás pasapalos y no representaba que ibas a dejar de hacer el resto del mercado de la quincena.

Comprábamos pizza para llevar si no teníamos dinero para comer afuera. Esto es algo increíble pero cierto. Y también pedíamos pizza a domicilio cada dos semanas prácticamente, sin pensar en que te estabas dando un lujo soberano.

Comía en El Sorrento. Para que mi mamá no cocinara todos los días, íbamos un par de veces a la semana a este restaurant ejecutivo que lleva más de 50 años en el país. Hace un año y medio no pudimos regresar, puesto que el menú se ha encarecido considerablemente.

Comíamos dulces en las tardes sin preocupación. Sí, comprar galletas o chucherías era de lo más normal en las tardes… También compraba helado, marshmallows y coca cola para ver películas los fines de semana.

Iba en el carro sin estar pendiente de las motos. O bueno, sí lo estaba, pero más por el problema de que te chocaran y no pensando que en cualquier momento te iban a acosar por la ventana para martillarte o asesinarte.  

Estudié en los mejores lugares sin ser millonaria. Sí, pude estudiar en el CSLC, un colegio grande, con piscina, canchas y excelentes profesores. También pude estudiar diseño en el IDC y en el Centroart sin ningún problema. Ahorita eso sería prácticamente imposible.

Alimentábamos a los perros sin pensarlo mucho. Ante la carestía de la perrarina, ahora hay que hacer unas incómodas ollas con pellejos de pollo, conchas y demás, que quitan por lo menos una hora y media del día. Productividad al máximo  ¿Eh?

Comida y recepción por doquier. Cuando iba a casa de mi abuela o de alguna de mis amigas, quedarme a dormir y comer no era un problema, de hecho ni se mencionaba. También tenía una amiga que preparaba parrillas en su jardín casi todos los fines de semana. Actualmente uno lo piensa dos veces para salir a tomar un café y más nunca me quedé a dormir en sus casas.  

Salía sin pensar en el precio del pasaje. Cosa que no pasa ahorita, que calculo cuántos días a la semana tengo que sacar el carro y si salgo a pie gasto como mil bolívares en pasaje (no, no es exageración). Ah por cierto…la gasolina NO SE IMPORTABA, porque es la lógica de un país petrolero ¿O NO?  

No pensaba irme del país sino de turista. Mis amigos estaban haciendo su vida aquí, de hecho ese tema de conversación poco se tocaba. Cuando salió el video de “me iría demasiado” incluso hasta se burlaban de lo sifrino que era el chamo. Los temas de conversación iban más allá del precio de la comida y de si irse del país a fregar platos era una buena idea o no.  El futuro no aterraba. La gente que estaba afuera era porque estaba becada estudiando y no porque salieron corriendo.

No pensaba en lo grave que seria que alguien se enfermara. También tenía agua todos los días en mi casa a cualquier hora y  el carro se llevaba anualmente a reparar. En mi edificio había una cancha de básquet nueva, un caney podado y limpio y un muro de contención que no estaba en ruinas. Los ascensores funcionaban.

Salía de noche sin pensarlo mucho. Sí, también podía ir a las mercedes a comer perros en plena madrugada sin pensar si ese era el final de mi vida. Ah por cierto, no tenía que meterme el celular ni en las tetas ni en ninguna otra parte inconveniente.

Podía comprar baquetas y objetos para la batería periódicamente. Actualmente eso es IMPOSIBLE, empezando porque Piña Musical del CCT,  que era en donde yo compraba, parece un peladero. Esto también me recuerda que comprar programas de diseño y materiales no era una meta lejana de difícil alcance; siempre fueron caros, pero era posible hacerlo.

No existía. No existía la caja del clap, las miradas de odio en el metro, ni la burla de los empleados al cliente, ni las misiones chucutas que pretenden graduar de abogados y médicos a personas que apenas leen, ni las colas, ni el carnet del chantaje, digo de la patria. La gente iba al mercado y conseguía varias marcas de todos los productos.

Iba al cine y al club. Quincenalmente iba al club a bañarme en la piscina, jugar básquet, tennis, bowling y a comer clubhouses. También podía elegir ir al cine. Compraba Coca Cola y canillas cuando literalmente quería. Patinaba en el Skatepark que actualmente pasa más tiempo cerrado que abierto y en la plaza deteriorada de los dos caminos, que estaba como para una foto de postal.  También recuerdo que podías salir al cine, a comer y a jugar maquinitas todo en una sola salida, sin tener que ser el hijo de Rockefeller.

Podías hacer cursos y comprar ropa. Pagar clases y cursos no implicaba comer menos esa quincena. Comprábamos zapatos cada seis meses y ropa una vez al año. Comprar una pelota de básquet no te valía más de tres quincenas. No sentías que el mundo era gris si se te acababan los modess, la pasta dental o el shampoo.

No se hacía trueque. La idea del trueque entre vecinos era poco conocida, de hecho no existía. Cuenta la leyenda que a veces te tocaban la puerta para que REGALARAS un poquito de azúcar. En diciembre, la misma leyenda dice que la gente se regalaba hallacas y también cuando ibas a comprar frutas te daban un cambur de vez en cuando. Ah por cierto, en diciembre el árbol no estaba vacío, tenía unos pequeños objetos en su pie llamados regalos y la mesa estaba llena de comida.

Viajar era un placer. Viajar por el interior del país era un placer al que podías acceder ahorrando un poco en el año. Te alojabas en posadas excelentes sin ser un multimillonario e ibas por las carreteras con cautela, pero no aterrorizado.

Venían artistas internacionales. Venían bandas de rock y artistas internacionales a cada rato. Recuerdo por ejemplo que vino Kiss, Good Charlotte, Iron Maden y Dream Theater, y se presentaron en El Poliedro. Actualmente los artistas internacionales planifican sus tours sin tomar a Venezuela en cuenta, por la inseguridad.

Y por último recuerdo que…

Cuando se moría alguien se pensaba en el muerto y en lo bueno que fue, no en el día que tocaba enterrarlo por cédula.

Pues sí, creo que al final de esta lista me doy cuenta por qué estamos un poco amargados. No faltará la persona que responda que yo no nací con todo esto, que la vida es al natural, que hay que apelar por el desprendimiento del ego, etc. Pero el problema es que nuestros gobernantes no están ni en el fondo de la selva, ni en el camino a la iluminación y lo que verdaderamente pasa es que nuestro derecho a elegir, nos lo coartaron. Si yo quiero vivir en la naturaleza, me voy a una montaña lejana y si quiero desprenderme del ego, me iré al Tíbet, pero será MI DESICIÓN. Actualmente soy una ciudadana de a pie que quiere tener cierta calidad de vida.  

Pero nos fueron cercando cada vez más, (como el ejemplo de los cochinos salvajes). Somos animales encerrados en una urbe sin disfrutar ni de una cosa ni de la otra. Esclavizados trabajando sólo para comer a medias y recordando los tiempos en que fuimos felices. Quizás es bueno que, como yo, todos miren hacia atrás y hagan su propia lista, para ver si finalmente reaccionamos.

Paola Sandoval
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