La Revolución Libertadora

Los primeros meses del Gobierno del General Cipriano Castro son tiempos marcados por turbulencias políticas y alzamientos armados en su contra.

A la conjura de José Manuel “El mocho” Hernández le siguen las de Nicolás Rolando en Guayana, Celestino Peraza en los llanos, Pedro Julián Acosta en Oriente y la invasión a Táchira desde Colombia al mando de Carlos Rangel Garbiras. Esta cadena de sublevaciones terminará por contagiar los ánimos de todos quienes desean contribuir en la caída del dictador.

El punto de inflexión a la crisis de 1901 llega cuando Manuel Antonio Matos, dueño del Banco de Venezuela y personaje al que todo el país conoce como  “el resorte de la economía”, le  niega un crédito al gobierno por considerar que este no ofrece garantías suficientes en base al monto exigido. La decisión del banquero enciende la ira del Presidente de la República y este hace estallar el conflicto con la amenaza de expropiar la institución financiera.

Alrededor de Matos se congregan aquellos que ya se encuentran alebrestados. También se le suman los generales Luciano Mendoza, Domingo Monagas, Ramón Guerra, Gregorio Segundo Riera, Rafael Montilla, Juan Pablo Peñaloza, Zoilo Vidal y muchos otros más.

A esta “Revolución Libertadora” también la apoyan los capitales extranjeros de la New York & Bermúdez Company, la Compañía Francesa del Cable Interoceánico y la empresa alemana Gran Ferrocarril de Venezuela. Si el General Castro quiere guerra, guerra tendrá.

El elegido del Presidente para hacer frente a los alzamientos es su fiel compadre Juan Vicente Gómez. Este sale de Caracas como Jefe Expedicionario el 21 de diciembre seguido por los generales Tobías Uribe y Abelardo Gorrochotegui al mando de 1.500 hombres.

La expedición se pasea, durante cinco meses, por el país apagando los fuegos de la Revolución Libertadora. Gómez vence a Mendoza en La Puerta, a Luis Loreto Lima en El Tinaco y a Barráez en Yaracuy. Luego se va a cazar a Riera, Montilla y Peñaloza para arrebatarles el control de Coro y los bate en los sitios de Curucure y Sabaneta. El compadre Juan Vicente regresa a Caracas el 15 de abril de 1902, pero la República entera se encuentra en armas y, a los pocos días, se ve forzado a abandonar la capital para embarcarse hacia Cumaná y sofocar la revolución en Oriente.

Al llegar al  Golfo de Santa de Santa Fe lo espera el General José Antonio Velutini con 2.000 hombres. Las tropas del gobierno caen sobre Cumaná y logran la retirada de las fuerzas de Vidal. De allí se dirigen hacia Carúpano para enfrentarse con Nicolás Rolando, pero en la refriega recibe un tiro el muslo que le impide seguir dirigiendo la campaña, entonces lo embarcan a Margarita y desde allí hasta Caracas.

El hecho de haber herido a Juan Vicente Gómez le da un respiro a los generales la Libertadora y el 22 de mayo Manuel Antonio Matos lanza una proclama:

¡Soldados del Ejército Libertador! Una causa como la nuestra, que cuenta con las primeras espadas de la República, con los hombres más laboriosos y más honorables, con todas las inteligencias y con los intereses sanos y vivos del país, tiene que triunfar, apoyada como está por el pueblo de Venezuela, ese noble y abnegado pueblo, tan despreciado, tan vejado y tan arruinado por Cipriano Castro.

¡Compañeros de armas! Esta causa es vuestra. Nuestro Ejército no es más que el pueblo de Venezuela combatiendo la tiranía.

Con el compadre Gómez convaleciente en una cama y ante la proclama de Matos, Cipriano Castro decide apartarse de su vida licenciosa en el Palacio de Miraflores y se declara en campaña el 5 de julio de 1902 para salir, esa misma tarde, de Caracas al mando de 3.000 hombres bien armados y con el objetivo evitar que los rebeldes que vienen de Occidente al mando de Mendoza se reúnan con los de Oriente al mando de Rolando, pero su estrategia falla y las fuerzas enemigas logran encontrarse en San Sebastián.

Mientras Castro se encuentra en La Victoria, en el campamento de San Sebastián Matos reúne su Consejo de Guerra para planear la próxima maniobra militar de la Revolución Libertadora. Rolando propone distraer a Castro con el ataque de un pequeño contingente para mantenerlo en La Victoria y enviar el resto de las tropas a tomar la capital desguarnecida. Mendoza alega que ellos cuentan con 14.000 hombres y Castro se encuentra acorralado al mando de 6.000, que con semejante superioridad numérica podrían lanzarse sobre La Victoria y darle la estocada final al régimen del Cabito.

La decisión está difícil y nadie parece ponerse de acuerdo en cual es la mejor estrategia a seguir, entonces optan por someterlo a voto en el Consejo de Guerra y así establecer cual será la manera de ganarle la guerra a Castro.

Ahora al “Cabito” solo lo puede salvar un milagro.  

Jimeno Hernández
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