Sobre la calle y lo cotidiano

 

“¿Quién me pregunta si existo?
Hay una barca abandonada a orillas del mes de agosto.”

Vicente Gerbasi

Uno pensaría que en otras fronteras la gente no va por la calle suicidándose, corrompiendo su alma en los colectivos, viviendo en uróboros y que la vida es plena y prolija, nos volvemos partícipes de la comparación ingenua, allá son diferente, allá no son como nosotros, ellos sí que saben.

El asfalto calienta igual con el sol y los árboles ondean fragantes, heridos por las corrientes andinas o vespertinas; Los peatones son expertos puteadores del tráfico y los conductores saben muy bien que el amarillo es pintón y todo depende de la situación para ingerirse un brillante rojo.

Somos todos pedazos de carne, pisamos los chicotes con el pie derecho para la buena suerte y esquivamos los buenos días del vecino que nos miró mal.

El Señor Ignacio, el portero del edificio, cada tanto levanta la cara y me saluda, porque su deuda de luz no es peor que la mía y los chinos del abasto saben que el bon-o-bon que me llevo, siempre es de chocolate negro.

Los domingos de supercopa la gente putea los goles contrarios y saca la cabeza por la ventana para gritar los propios, algunos responden cerrando la ventana con bronca y otros aplauden la correspondencia; A la mañana siguiente los unos y los otros bajan en el mismo ascensor, y levantan la cabeza y saludan, porque la enfermedad de su madre no es peor que la del otro ni la gotera agujerea su techo más grande que el mío.

Lo cotidiano es el alma, lo conocido, el hogar es nuestro hogar porque es cotidiano.

Si, está bien, el clima no es igual que en Maracaibo, pero el café cumple su cometido en cualquier región donde la extranjería me arrastre.

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