Alguna vez escuche mi nombre en la radio
Uno de mis más luminosos recuerdos son las madrugadas de colegio cuando tenía que estar listo a las 5:30 porque Chirinos, el transporte, pasaba a buscarme frente al portón de las Ceibas. El recuerdo viene porque la radio, la caja mágica donde voces extrañas salían y decían horas, y decían azares, me acompañaban desde el principio y hasta el final del recorrido.
La voz de Pedro Soscún Machado era lo primero que escuchaba después del ¡Colegio! de mi Madre. Machado se paseaba por todos los rincones acústicos de la casa y mientras yo me vestía él decía la hora y mientras mamá me guardaba las arepas con diablito en la lonchera, Machado leía los diarios y contaba que el diputado aquello y los alcaldes estos.
Sin embargo, hay un recuerdo más profundo y más loco, en alguno de mis cumpleaños, quizás de los últimos antes de mudarnos, después de Rossana bajo mi cama y la adopción de Gordo mi perro, mi mamá estuvo rara toda la mañana, no era un cumpleaños cualquiera.
Era sábado, 31 de mayo por supuesto y no había clases en el colegio, obviamente. Cómo a golpe de 10:30 de la mañana, mi mamá me acercó al radio, que también era tocadiscos y era azul con gris y tenía botones mágicos y extraños, me acercó y me sentó, me dijo está atento, te van a saludar.
En mi mente, creí, imaginaba, que sonaría el teléfono de disco verde, que alguien llamaría al 7862414 y me saludaría. Sin embargo, pasaron los minutos y solo escuchaba al locutor de la radio, saludando, diciendo la hora, hablando con alguien, con otro ser imaginario que se encontraba en la misma caja sonora que él. Mi mamá me dijo, espera un poco, un amigo te va a saludar.
De repente, ocurrió, de la máquina de hacer sonidos se desprendieron ondas voladoras que retumbaron en mis pequeños oídos, recorrieron todo el pabellón hasta vibrar en el tímpano.
¡Un saludo a Gabriel García! El amigo Gabriel, que está de cumple años, lo felicitamos y que sean muchos cumple años más.
Luego aplausos,
Sube cortina de música.
Era yo, me había nombrado, mejor aún, me había identificado, sabía mi fecha de nacimiento, mi nombre e incluso que estaría sentado frente al aparato, absorto, ensimismado, petrificado y condenado de por vida a esperar sentado frente a la radio, a que alguna vez un día, quizás, me vuelva a felicitar.
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