El retorno del Centauro
En su interesante libro titulado “Escenas rústicas en Sur América o la vida en los llanos de Venezuela”, Don Ramón Páez, hijo del General José Antonio Páez, dedica unas páginas de su obra a relatar un episodio relacionado con la caída del gobierno del Presidente José Tadeo Monagas y el regreso de su padre a Venezuela después de casi una década del más penoso destierro.
Se encontraba el autor de esta obra en un viaje por América Central cuando, en medio de los bosques de Costa Rica, a sus manos llegó un ejemplar del “New York Herald”. En este pudo leer sobre el estallido de una gran revolución en Venezuela y como el General José Tadeo Monagas se encontraba sitiado en su residencia de Caracas.
Inmediatamente regresó a su residencia en la ciudad de Nueva York y se alegró de encontrarse al momento de su llegada con un grupo de comisionados enviados por el nuevo Gobierno Provisional. Estos llegaron a visitar al General José Antonio Páez en su hogar e invitarlo a que regresara a su liberada patria. Le comunicaron que el Monagato y su nepotismo había sido derrocado, posteriormente le expresaron el unánime deseo de la ciudadanía de su impostergable regreso al país.
Su padre resolvió cumplir los deseos de los comisionados del Gobierno Provisional a la brevedad posible. Entonces comunicó su decisión de regresar de inmediato a Venezuela a las autoridades de Nueva York y estas decidieron ofrecerle una gran revista de todas sus fuerzas militares para rendirle honores en la fecha de su partida.
El día de su homenaje el General cabalgaba acompañado del Gobernador King, el Alcalde Daniel F. Tiedman, miembros del Consejo Municipal y delegados de la milicia del condado de Nueva York. Todo marchaba bien hasta que la bestia que montaba Páez trastabilló tres veces y cayó de lado aplastando el tobillo del llanero contra el pavimento de Broadway. El jinete quedó severamente lesionado pero en el acto se vio rodeado y atendido por los más hábiles cirujanos de la metrópoli del Nuevo Mundo.
Como su presencia en Venezuela era en aquellos momentos de la mayor importancia, los médicos le entablillaron el tobillo en el sitio y fue conducido en ambulancia, aún sufriendo por el dolor del accidente, hasta el puerto donde abordaría uno de los dos vapores destinados por el gobierno de los E.E.U.U. para su viaje de regreso a casa. El séquito del Gobernador, el Alcalde, los miembros del consejo militar, los delegados de la milicia y una escolta de la Guardia de Caballería de la ciudad, siguió la unidad médica hasta su destino.
Tras llegar al fondeadero el General Páez se embarcó en el “Wyandotte” junto a su secretario privado y los enviados del nuevo gobierno venezolano. Su hijo Ramón y el resto de la comitiva abordó el “Mohawk”. Ambas naves zarparon en horas de la tarde del 25 de noviembre de 1858. Lo hicieron en medio de salvas de artillería y la despedida de una multitud que se reunió en el muelle para ver los botes alejarse de la costa y manifestarle buenos deseos a sus tripulantes.
Al momento de conocer al capitán del “Wyandotte” y estrechar su mano, el General le dijo en perfecto inglés que deseaba llegar a su país por Cumaná, ciudad donde sufrió dos años de presidio en un calabozo del Castillo de San Antonio. Entonces, accediendo al anhelo de su más importante pasajero, ordenó el capitán de aquella nave que ambos vapores se enfilaran en dirección a aquel puerto oriental para complacer a Páez.
La noche de la partida reinaba una espesa neblina en ambiente y la visibilidad estaba en la mínima. En menos de un par de horas el “Wyandotte” y el “Mohawk” se perdieron de vista recíprocamente para no volverse a ver durante todo el trayecto hasta Venezuela.
Al “Héroe de Carabobo” se le hicieron múltiples ovaciones y entusiastas recepciones por todas partes de la ciudad al momento de su llegada. Poco es lo que puede relatarnos el autor de este libro sobre la bienvenida de los habitantes de Cumaná a su padre. Esto se debe a que el “Mohawk” alcanzó el puerto de destino una semana después que lo hiciera el “Wyandotte” a causa de un desperfecto en su maquinaria.
Si menciona Don Ramón Páez un hecho realmente curioso. Su padre le mencionó que, desde el primer momento en que pisó tierra en Cumaná, notó que la fría actitud y conducta de las autoridades provisionales contrastaba con las cordiales y espontaneas manifestaciones de respeto y admiración de las cuales había sido objeto.
Después de la primera conversación sostenida entre ambos al encontrarse en Venezuela, tanto el padre como el hijo estaban seguros de una cosa. El General Julián Casto, líder de la Revolución de Marzo y Jefe Provisional de la República, no quitaba su vista del sillón presidencial que había quedado vacante tras la caída del régimen de los Monagas.
Ambos sabían que “miserable” Castro no podía sufrir las públicas y multitudinarias manifestaciones de afecto ofrecidas al General José Antonio Páez, a quien miraba como rival peligroso y contra quien había conspirado toda su vida.
La quirpa apenas comenzaba.
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