Patito a lo público, patito a lo privado

Lo público; una plaza, un parque, una acera, la esquina aquella, toda la parte de la calle que no está apartada por el perrero, el chichero o los buhoneros, lo gratis, lo de todos, lo común transitado. Lo que ¿no nos cuesta nada? Lo privado; aquello que empieza detrás de esa puerta, el mundo que se reserva el derecho de admisión, el espacio que tiene precio, el límite entre lo propio y lo del otro, el tesoro de alguien más, lo que es prestado, lo que se toca con mucho cuidado. Aparente.

Las concepciones de lo público y lo privado recorren las venas de nuestra inercia, que se manifiesta a diario en las vías transitadas, lo público se asocia a lo que es de todos y lo privado a lo que no lo es, pero el uso que se le pueda dar a cada espacio tendrá un lazo directo al valor ciudadano que llevemos colgado por dentro. En lo público, la desconexión con el espacio que se nos brinda a diario manifiesta su deterioro bajo la premisa de que eso no nos cuesta, y de no asociarse con una pérdida material inmediata de nuestro tiempo, fuerza o bolsillo, solo se entra en cuenta de que el asunto se ha ido pique cuando se ha ido a pique; esta desconexión, además, afianza el olvido sobre el hecho de que los impuestos son para ello y que por ende sí nos cuesta, de esta manera, la inconciencia sobre la materia tributaria se vuelve a sí mismo paridora de esta desconexión, y allí tenemos un bonito círculo, que va acumulando las pisadas en las paredes, la basura en las canaletas y el smog en el cuerpo. Primer mito a romper: lo público no nos cuesta. (En realidad sí). Nos cuesta no solo los impuestos de la ciudad moderna, sino también los años que van pasando en los dedos de la tristeza acumulada de las calles que en algún tiempo fueron preciosas, pero ahora solo nos dejan una rápida caminata en un lugar desconocido y abandonado, sin importar que todos los días se encuentre lleno de gente.

Luego lo público “me pertenece”, pero tal “me pertenece” no es para darle sino más bien para aprovecharse de él; se yergue la conciencia de que, por lo menos, un pedacito hay que sacarle a eso, y pinchado por la bandera de que “público” significa “mío” termina por olvidarse que, en realidad, es “mío y de otros”. El asunto debería oscilar, entonces, no en arrebatarle un pedazo a lo público, sino en aceptar que también es de todos los demás y por ende están en posesión del mismo derecho. Si cada quien toma un pedazo de lo público sin haber hecho conciencia de la semántica del término, acabamos nuestros días acostumbrados al caos, siendo padres, madres e hijos de este. Segundo mito a romper: lo público es mío. (Error, lo público es nuestro).

Ahora lo privado. Lo privado tiene gracia para algunos, es síntoma de que allí hay un ser con dinero; se estima que lo privado tiene plata, y la plata resulta muy bonita dentro de nuestra estética occidental. Bajo la idea de que hay dinero se asume, por algún motivo, que es mucho y que por ende cualquier gasto por daños o reparaciones, o por lo que sea, al privado no le cuesta nada (o en su defecto, le cuesta al otro y no a “mí”, pero esto no es un mito sino egoísmo). Rápidamente, tercer mito a romper: lo privado es sinónimo de ricachón (y los ricachones no sangran). Para otros lo privado no tiene gracia alguna, sino que es una propuesta desagradable donde no puedo imponer mis reglas sino que debo seguir las de alguien más, el cuarto mito se levanta haciendo sonar la bocina de que lo privado es odioso, pero en realidad, lo único odioso son las ganas ausentes del respeto a lo ajeno, para la conservación de un espacio que es erigido por alguien más en son de que los individuos puedan disfrutar y ser parte de él, y que por esto mismo debe existir cierto porcentaje de armonía en la convivencia.

Pisándole los talones, de vez en cuando se proclama el verbo de un quinto mito: lo privado que ocupa un lugar en lo público debe de ser público. No ne-ce-sa-ria-men-te. Lo privado en medio de lo público en ocasiones otorga una muy bella pinta a los ciudadanos, al generar nueva vida, diseño, propuesta, visiones y oportunidades en lugares deshabitados; ello no quiere decir que se puede disponer de estos a libre albedrío, siempre es muy cortés pedir permiso para usar aquello que no es nuestro y aceptando las dinámicas características de dichos espacios. Lo privado dentro de la cuadra de lo público, por lo general se entremezcla con el público brindando un servicio especial para ellos, invitándolos a disfrutar de momentos particulares, que de vez en cuando caen como anillo al dedo; servicios pagos, es cierto, pero para multiplicar los placeres de la vida se ha determinado el uso de la moneda desde hace mucho tiempo ya, lo privado simplemente es receptor de las modalidades de la modernidad.

Último mito a reventar: lo privado es muy privado. Pero no es cierto, no todo lo privado es muy privado, eso de hecho haría sucumbir las ciudades en un sollozo gris y sinsabor, enterrándolas en la pena. Mucho de lo privado necesita del público y está concebido desde tal conciencia.

El motivo de este artículo, distinto a todos los demás, es porque nunca está de sobra hacer uso de las letras para multiplicar la cultura que nos engloba a todos. En Tribus Café Cultural navegamos a diario entre estos dos conceptos -lo público y lo privado-, trabajamos a partir de ellos y buscamos de comprender y hacernos comprender. Conocer el real sentido de los términos ayuda mucho, pero en la realidad hecha de carne, donde las palabras son códigos para poder entendernos y los hechos son las verdaderas demostraciones de lo que se construye, termina colaborándonos mucho más hacernos de la ciudadanía.

*Título tomado del juego tradicional de fiestas infantiles “patito al agua, patito a tierra”.

Barbara Uzcategui
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