La unión en la verdad

Muchas veces se ha hablado de la supuesta necesidad de unidad política, pero bajo el formato de la conciliación de las cúpulas dirigentes y el acatamiento sumiso de los ciudadanos. Una unidad impuesta desde arriba, negociada desde supuestos respaldos populares, y de alcance muy corto. Una unidad que se plantea bajo premisas mafiosas, una unidad de reparticiones y no de propósitos, de mera supervivencia, que aparenta en público lo que niega en privado, y que por supuesto, deja cicatrices y marcas imposibles de ocultar. Hasta ahora eso es lo que se ha intentado, una plataforma que es muy buena si se trata de ir a elecciones, y especialmente mala para la conducción política de largo plazo. Se ganan elecciones, algunas veces, pero eso nunca ha significado el tener un curso estratégico consistente, una mirada realista de las condiciones, una disposición al menos de seguir juntos, de idear un proyecto común, de gobernar entre todos. Un ejemplo notorio es lo que ocurre en el parlamento, son corrientes de intereses las que mandan sobre fracciones que olvidan con facilidad pasmosa ofertas y mandatos encomendados. En los puestos ejecutivos, logrados a través de esas plataformas unitarias, nunca ha gobernado la unidad sino el partido que llevó a su candidato en la plancha que apoyamos todos. La unidad asumida como mesa de póker, con algunas cartas sobre la mesa y muchas cartas bajo la manga debía terminar en esta implosión de descrédito en la que ahora está. Y hay que decirlo una vez más: con esta forma de asumir la unidad, el país nunca saldrá del régimen.

Pero hay otras versiones totalmente diferenciadas del juego de manos al que hicimos referencia. Se fundamenta en la sensatez de asumir la realidad tal y como es, sin eufemismos, sin desviaciones del campo semántico, sin coqueteos con el régimen, sin hacerle el favorcito de edulcorar su despotismo, asumiendo que la situación es difícil, peligrosa y turbulenta, que los diagnósticos realistas obligan y apuran los medios que se pueden usar y los fines que se deben perseguir,  y que por lo tanto lo que se haga requiere de audacia, persistencia y sentido de urgencia. La unión en la verdad encuentra sus principales consensos en la realidad.

El primer consenso es obvio: Sufrimos la desgracia de vivir una tiranía marxista. Estamos estrenando el comunismo del siglo XXI, un proyecto multinacional asociado a las peores tramas del continente, y sin escrúpulos para apuntalar cualquier proyecto de la barbarie. Vivimos la desdicha de la falta absoluta de gobierno, el desinterés total por los problemas de la gente, el establecimiento de una forma de poder feudal, planteada para que un país de siervos esté a la disposición de unos señores que se solazan en su propio disfrute mientras aplican un caleidoscopio de corrupción, malos manejos y persecución de cualquier expresión de la libertad. Los ciudadanos reconocen que esta es la situación. La llaman dictadura, régimen, socialismo, chavismo o cualquiera de los sinónimos. Pero saben de lo que hablan, de una condición irreversible, insana, insoportable, imposible de transar con ella, que desea la muerte de todos nosotros, que nos maltrata y que nos quiere esclavos hambrientos y mansos.

El segundo consenso es una derivación del primero: las dictaduras comunistas no salen por elecciones ni negocian su separación del poder. Los ciudadanos llevan un año enviando el mismo mensaje: No convalidamos ni parodias de negociación, ni farsas electorales. Los partidos del establishment se han hundido en el lodazal de su propio desprestigio precisamente porque no han comprendido que los tiempos de la gente no dan para esa pérdida constante de oportunidades a la que juegan los partidos, pensando en sus propios balances. Y cuando de convocatorias electorales se trata, el mensaje es similar: los ciudadanos no están dispuestos a ser parte de la comparsa que necesita la tiranía para aparentar ser democrática. No importa el costo. Tampoco el estrato social. Ocho de cada diez venezolanos sienten un profundo asco moral cada vez que el régimen intenta una de sus tragicomedias, donde nada es como parece, y desde donde el régimen hace esos montajes fatuos que le permite decir que es el país más democrático del mundo, con la inefable colaboración de los que se prestan, esa izquierda exquisita que se facilita como contraparte de la sodomía política, mientras jadea pidiendo más, exigiendo más espacios, intentando presentarse como los únicos sensatos, prestos a cualquier cosa para evitar una violencia que, sin embargo, se cierne sobre los venezolanos a cántaros.

El tercer consenso está centrado en el hartazgo que supone una economía destrozada. La gente está harta de la hiperinflación, y hace tiempo que se deslindó de los mitos asociados a cualquier narrativa de guerra económica. Los ciudadanos han llegado ellos mismos a la conclusión de que el que tiene todo el poder, el que hace gala de tener todo el control, el que dice tener en su puño la voluntad de la maquinaria del estado, también tiene toda la responsabilidad sobre las consecuencias de sus decisiones. Los venezolanos ya saben los costos asociados al intervencionismo, las consecuencias que acarrean el que se controlen precios y costos, y que se impida el libre tránsito de las mercancías. Por eso se han resguardado en una economía subterránea, dolarizada, mientras esperan la liberación de todas esas ataduras propias de los delirios marxistas, llenas de obstáculos para los emprendedoras y plena de rutas rápidas para los corruptos. La gente quiere probar la libertad de mercado, y espera que no se repitan las causas que, tarde o temprano, colocan a la economía de los países en la infeliz circunstancia de morder el polvo.

El cuarto consenso esta enfocado en impedir que la tiranía se eternice en el poder.  En este sentido la búsqueda ansiosa y fructífera de un nuevo liderazgo, impecable en la práctica de sus principios, insobornable ante las embestidas del régimen, irreductible en su coraje, alternativo a lo que hay, esta encontrando adhesiones crecientes. Los viejos discursos, la política convencional, lo aparentemente “correcto” y lo supuestamente “adecuado” ya no encuentran eco en la disposición anímica de los venezolanos. El diálogo, la unidad, las elecciones, los consensos, todos han sido una y otra vez defraudados por la perversidad política, el cinismo practicante, la ironía como vocación y la constante defraudación de las esperanzas de los ciudadanos. Son palabras desgastadas en el desengaño y el fraude contumaz. Son cursos de acción que abonan al régimen tiempo y capacidad de fortalecerse aun en momentos que anuncian colapsos irreversibles. Una mirada atenta encuentra un claro guión colaboracionista en los virajes súbitos que repentinamente protagonizan algunas oposiciones,  y en los esfuerzos por anular o disolver las opciones claramente discernibles, que contrastan con una trama que eterniza los roles de la tiranía dirigiendo, y una falsa oposición jugando al desafío burlesco, pero condenada a eso, a ser oposición estéril, incapaz de mantener el pulso, que afloja en su mejor momento, y que luego juega a la locura de todos, y a la conveniente desmemoria.

La gente quiere una oposición más auténtica, con capacidad para resistir los embates del régimen, dispuesta a asumir los costos de la transición y con claridad de los objetivos que necesitamos lograr para atajar la prosperidad perdida. Una consigna se extiende por todos los rincones del país: la recuperación moral de la política venezolana pasa por eliminar la reelección a los cargos ejecutivos. La no reelección es un consenso al que se ha llegado desde la repulsión ética a la voracidad de la permanencia eterna. Alrededor de la alternabilidad está concentrada la unión en la verdad. Y no es poca cosa. Porque este comunismo criollo asienta sus posaderas en la gran traición de 15 de febrero de 2009, cuando hechos los locos, dejaron aprobar una enmienda que les aseguraba a todos ellos, el régimen y su fraternal oposición, la reelección perpetua. Cada uno jugó al pequeño reducto, presidencia, alcaldía, gobernación, y se olvidó del país, y de la creciente estafa que ya estaban siendo cada una de las convocatorias a la consulta popular. No hay transición posible si los seculares ardores por quedarse con todo para siempre se regulan a través de una nueva regla: las instituciones son más importantes que las personas, y el estado de derecho más sustancial que los caudillos. Pero no solamente eso. La gente no quiere patria. Quiere república civil, donde cada institución juegue su rol, y en el que contemos con un fuerte y eficaz gobierno limitado. Donde los recursos del país sean debidamente explotados dentro de una lógica de mercado competitivo, y donde ser un rico productivo no sea malo, no haya posibilidad alguna de violar los derechos de propiedad y donde la justicia sea la expresión del sentido común y no un arma artera del poder para imponer su tiranía. La gente quiere estabilidad monetaria, cese del populismo y silencio gubernamental. Los venezolanos quieren disfrutar de sus voces libres, alegres, creativas y genuinas. La gente quiere paz sin desmemoria, y para nada quiere un nuevo episodio del mismo contubernio.

Los consensos están siendo enfocados en la agenda y no en quienes la lleven adelante, pero saben en quien confiar y a quienes no se les puede dar siquiera el beneficio de la duda.  

El quinto consenso está en la disección de las oposiciones. Hay tres bloques absolutamente diferenciados e imposibles de homogeneizar sin repetir la farsa y sin que se beneficie el régimen. Los más cercanos al marxismo imperante son los socios de Henri Falcón, porque comparten su misma esencia, se asumen dentro de la misma ideología, y proponen que con ellos el proyecto del socialismo del siglo XXI funcionaría mejor. Ellos creen que todo es negociable, que se debe participar activamente de la agenda electoral del régimen, que el diálogo es el camino, que Zapatero es el mejor mediador del mundo y que los demás están obstaculizando el normal desempeño del país. En la Asamblea Nacional son los más reticentes a posiciones firmes y diferenciadas, no tienen pudor al traicionar los compromisos, el espíritu y propósito de la oferta electoral que llevó a la victoria en diciembre del 2015.

El segundo bloque es mimético y narcisista. Son los cofrades de la mesa de la unidad democrática alias “frente unitario”. Han negociado y han salido escaldados. Han participado de la distribución de la renta a través de las elecciones fraudulentas, cuentan con un aparato comunicacional que excluye, censura y minimiza a los que le llevan la contraria. Para ellos todo es utilizable. Una muestra es la convocatoria a la consulta del 16 de julio de 2017, para luego dejarla guindando. Lo mismo hicieron con la decisión de declarar el abandono del cargo del presidente de la república. La misma jugarreta plantearon cuando designaron al TSJ legítimo. El mismo guión han seguido con cada una de las solicitudes y requerimientos que ese poder les ha remitido oportunamente. No se toman en serio nada. Tienen como principio el deshonrar su palabra y como precedente ese curso estratégico tan errático y tan lleno de egos contradictorios. ¿Recuerdan las consignas sobre quiénes eran “la fuerza de la unidad”? No están dispuestos a la transparencia estratégica, ni a la integridad política porque son adictos al clientelismo y necesitan operar cualquier patraña para seguir garantizándose un caudal de recursos de los cuales viven. De allí que caigan una y otra vez en la tentación de defraudar sus propias posiciones. Ejemplos sobran. Cuando decidieron abstenerse, permitieron que sus cuadros participaran por mampuesto, para luego beneficiarse de la administración del clientelismo. Ellos administran con displicencia la autoexclusión y la autoinclusión automáticas, pretendiendo que jugara a favor la corta memoria del venezolano. Tampoco han tenido problemas con juguetear con la neolengua impuesta por el régimen, y ahora mismo su compromiso se expresa en la agenda parlamentaria, nula, fútil, reveladora del juego que están jugando, el hacerse invisibles, el deshacerse de los riesgos, el jugar a ser las víctimas, el pasar agachados. La mimetización en lo que ellos llamaron “Frente Amplio” fracasó porque el consenso de la base ciudadana repudia la irresponsabilidad y ya no tolera tanta obsesión de que los mismos, los que siempre han fracasado, sigan al frente, como si les quedara bien ser los transformistas de la política.

El tercer bloque esta anclado a sus principios y a la diferencia con todo lo que significa colaboracionismo y contumacia. Está representado en Soy Venezuela, y es ahora mismo el que tiene más adhesiones. La claridad de su discurso, el manejo apropiado de su pequeña fracción parlamentaria, que se ha convertido en la astilla en el ojo de las débiles posiciones del resto, y la sana y complementaria articulación de sus voceros, le han supuesto crecientes créditos políticos. Esa coalición siempre está en el punto de mira. Los otros quieren disolverla en opciones unitarias en las que todo sea posible. Quieren hacer desaparecer el contraste. Pero, como hemos dicho antes, los ciudadanos tienen derecho a un mercado de opciones políticas que compitan y que propongan alternativas a un país cansado de escoger entre malas opciones.

Los ciudadanos están muy claros en las diferencias. Hay un creciente consenso en las bases del país que busca desentenderse y desconectarse de las tendencias colaboracionistas para quedarse con la opción contrastante. Y me temo que esta nueva ola es irreversible, porque la gente está cansada de la mentira, el falso liderazgo por imposturas, las negociaciones bajo la mesa, los desplantes altisonantes de algunos líderes que, sin embargo, mantienen negociaciones extrañas y oscuras con lo peor del régimen. La gente está igualmente harta del cinismo de algunos intelectuales, del uso de la ironía gruesa, del sectarismo almibarado, de los bufones que se disfrazan de sumos sacerdotes para seguir dándole espacio al sistema totalitario, del uso sistemático del disimulo, de los falsos héroes, de los mártires de mentiritas, de los soplones y delatores, de los que tienen más de una vida, la que exponen en público una cosa y las privadas sostienen otras, que son inconfesables. Hay cansancio de lo que hay. Es hora de comenzar a tirar por la borda todo el fardo que nos ha impedido avanzar más rápido y con mayor firmeza.

Ahora bien. Piense solo un momento. ¿Usted respaldaría un nuevo esfuerzo para lograr la unidad por arriba, traicionando la verdad, sacrificando los principios, facilitándole la vida al régimen, manipulando la calle, negociando los presos políticos por goteo, calándonos al eterno Zapatero como supremo intérprete, sufriendo los desafueros de ciertos personajes de segundo nivel, tolerando los desplantes narcisistas de otros, solamente para lograr una foto que cubra todos los espectros, desde el extremo Falcón hasta el otro extremo que bien podría representar Ramos Allup? ¿Una foto condenada a ser una frustración más, una babel de desencuentros, un “estira y encoge”, una pecera llena de intereses inconfesables? ¿Está usted dispuestos a seguir inmolado en el altar de la unidad espuria?  El sexto consenso es que la gente no quiere esa unidad donde todos se funden en la inconsistencia. Como las relaciones mal avenidas, lo mejor que ocurre es cuando cada uno agarra por su lado.

Porque la unidad cupular solo es posible si tiene respaldo ciudadano. Y aquí y ahora no lo tiene. Los venezolanos están unidos en la verdad de una experiencia terrible de la que han aprendido a sacar sus propias conclusiones. La unión en la verdad por primera vez es mayoría, y está buscando un mejor guionista, buenos y leales intérpretes, comprometidos al menos en no traicionar la trama. Esta unidad en la verdad tiene un nuevo centro de gravedad, y está abierta a todos aquellos que coincidan en el diagnóstico y en sus concomitantes cursos estratégicos. Porque como dice Machado en uno de sus versos, ya no estamos para versiones interesadas. “¿Tu verdad?  No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

@vjmc

Víctor Maldonado
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