La debilidad del socialismo

Un régimen es débil si carece de opciones para manejar una crisis. Y mucho más si le toca administrar un sistema envilecido, colapsado y a punto de provocar un punto de quiebre capaz de derrumbarlo definitivamente. Un régimen es muy débil si todas sus apuestas tienen como única base de sustentación el uso indiscriminado de la fuerza y la represión para tratar de “controlar la realidad” y someterla a sus propios designios.

No se puede confundir el uso de la fuerza bruta y la imposición de un régimen tiránico, con fortaleza institucional y legitimidad. Al socialismo del siglo XXI nadie lo quiere, carece de aprecio social, nadie cree en su validez, y todos los días es refutado empíricamente. Ellos dicen una cosa, pero los apagones dicen otra totalmente contraria. Y no sólo es la crisis eléctrica. Es la crisis de efectivo -a pesar de hacer convivir dos conos monetarios-, la inflación que remonta todos los días cotas inexpugnables, la escasez de agua potable, la violencia en las calles, la recesión brutal de la economía, el colapso del transporte público, los escombros en los que se encuentra el sistema público de salud, la incertidumbre de alumnos y profesores de escuelas, liceos y universidades, la expansión de viejas pandemias, el bloqueo de los mercados, la ausencia de inversión extranjera, el cierre de los comercios, el desempleo, la imposibilidad de pagar las pensiones, el desmadre de los fondos contributivos, la desaparición de las reservas internacionales, la ruina de la industria petrolera, el exterminio ecológico del arco minero, las mafias del narcotráfico, la estética del lavado de dinero, la selecta clase de inexplicables “bendecidas y afortunadas” mal ayuntada con una extraña camada de nuevos ricos que lucen blindados y guardaespaldas. Este socialismo del siglo XXI vive su propio apocalipsis, y nadie debería siquiera pensar que está en su mejor momento.

¿Cuáles son las opciones de un sistema en condición de entropía? ¿Cuáles son las alternativas a la mano del régimen? En eso consiste su debilidad intrínseca. Que solamente puede seguir adelante, hacia el vacío, o rectificar y entregar el poder. No hay reforma posible, porque los regímenes totalitarios no pueden dejar de serlo. Ellos viven la alucinación de la propaganda y de las mentiras oficiales, pero la disonancia con la realidad es extrema. Nada de lo que dicen hacer o prometen hacer es posible. Porque las condiciones objetivas no se lo permiten. No tiene reservas, vive de un precario flujo de caja cada día más malogrado por la corrupción y el saqueo. Tiene las chequeras vacías, nadie le da crédito, por lo que cualquier gestión resulta más onerosa y difícil. Eso le proporciona una peligrosa fragilidad, porque no tiene ahorros, y tampoco quien le preste. Pero no solamente eso. Su principal fuente de ingresos en divisas, la industria petrolera, luce destrozada y solitaria. Todos están esperando su derrumbe final. Todos son ahora acreedores y no proveedores. Por lo tanto, no solo no tienen reservas, ni crédito posible. Tampoco tienen ingresos suficientes para mantener lo mínimo indispensable del país moderno que alguna vez fue Venezuela.

Intentaron buscar una opción en el arco minero. Pero ya sabemos que esa idea se convirtió en un nuevo espacio para el saqueo y los peores manejos imaginables. En ese espacio nadie sabe ni cuanto ni como se explotan esos recursos. La más absoluta opacidad, y la experiencia que ellos muestran en otros sectores no pueden hacernos pensar otra cosa: Es conspicuo al régimen la prioridad que se le otorga a la depredación de los recursos del país. Por eso el silencio, la nula rendición de cuentas, y esas apelaciones a la fantasía que ofrecen venta de lingotes en bolívares devaluados, nada más y nada menos que humo en los ojos de los menos precavidos. La verdad es otra: Al país lo están saqueando.

¿Es fuerte un régimen que no tiene opciones? De ninguna manera. Es como jugar a la ruleta rusa, pero con todo el cargador lleno de balas. Porque un país sin ahorros, sin crédito, sin flujo de caja y destrozado en la explotación de sus recursos no puede asumir con éxito ninguna eventualidad. O si se quiere, no podría con ninguna calamidad adicional, ni con la ocurrencia de alguna catástrofe. El filósofo Ernesto Garzón Valdés distingue calamidad de catástrofe. La primera es aquella desgracia, desastre o miseria que resulta de acciones humanas intencionales. En ese sentido, el régimen es nuestra calamidad. Su socialismo del siglo XXI, la forma errática como toma decisiones, y la obsesión en mantener una ideología insostenible, son la razón de la tragedia que viven los venezolanos. Son buenos destruyendo, y malos construyendo. Por eso se quedan sin alternativas. Y también por eso no pueden con ninguna desgracia, desastre o miseria provocados por causas naturales. El calamitoso socialismo del siglo XXI no tiene como encarar las vicisitudes de la fortuna, ni las consecuencias lógicas de su forma de hacer las cosas.

La debilidad es, por lo tanto, esa entropía -tendencia al desorden- que hace cada día más costosa el mantener la estabilidad de los sistemas. Maracaibo es una demostración fulgurante de lo dicho. Allá el sistema interconectado de suministro eléctrico entró en fase de colapso. Es irreparable el daño hecho. Cada día mantener la precariedad de lo que aun funciona es más oneroso. Y tarde o temprano eso no será posible. Pero la esencia estructural de la debilidad del régimen tiene que ver con que no tienen que lidiar con una sola catástrofe sino con la posible ocurrencia de varias en simultáneo. No es una ciudad, es todo el territorio nacional. No es solo el suministro eléctrico, es también el agua, la basura, las medicinas, la salud, las pensiones, la escasez de efectivo, la escasez de productos esenciales, la crisis humanitaria por la explosión migratoria, la caída de los ingresos, la inestabilidad de la plataforma de telecomunicaciones, la corrupción del sistema de identificación, la venta de pasaportes, y pare de contar, porque en realidad un sistema entra en caos cuando no puede dar respuestas adecuadas a las demandas que tiene que satisfacer. Y aquí, a estas alturas, todo lo que tenga que ver con la gestión pública está mostrando un peligroso patrón de inestabilidad. Y contra eso no puede ni la propaganda ni la represión.

Volvamos al criterio usado por Garzón Valdés para discriminar calamidad de catástrofe. La causa raíz es intencional, evitable y previsible. Por eso mismo es atroz el delito político de haber seguido adelante. Cuentan que en octubre de 1955 Mao pronunció un discurso frente a un grupo restringido de dirigentes del partido comunista. Se refería al programa de colectivización de los campesinos, que tanta miseria había traído como consecuencia, y el intento de extenderlo hacia las ciudades, donde quedaban, a su juicio, los últimos y agónicos reductos de la burguesía. Decía el “gran timonel” hacia el desastre chino lo siguiente:

“¡A este respecto, somos unos desalmados! Por lo que a esto se refiere, el marxismo es incluso cruel y no muestra la menor piedad, ya que está decidido a acabar de un puntapié con el imperialismo, el feudalismo, el capitalismo y la pequeña producción. Algunos de nuestros camaradas son demasiado amables, no son lo suficiente severos, en otras palabras, no son lo marxistas que deberían ser. La exterminación de la burguesía y el capitalismo en China es nuestro objetivo, borrarlo de la faz de la tierra y convertirlo en algo propio del pasado”.

Es precisamente esa obcecación la que los pierde. Son débiles porque el objetivo central de todo lo que hacen es destruir un enemigo imaginario, intentando con eso consolidar y hacer realidad una ideología panfletaria y resentida. Ellos toman decisiones erradas y siguen cursos de acción inconvenientes porque les va cerrando cualquier otra posibilidad. Las decisiones más recientes son una demostración de su propia precariedad.

En medio de la más desastrosa escalada hiperinflacionaria deciden por más inflación al decretar un aumento de salario improcesable por una economía debilitada al extremo. Deciden además por más escasez al mantener el control de precios e imponer otra temporada de saqueo de los inventarios. Deciden más devaluación al mantener el control de cambios bajo el eufemismo de imponer un tipo de cambio y un solo canal para hacer operaciones. Deciden mantener los ilícitos cambiarios al no reconocer a los empresarios el precio de sus productos, traídos al costo del dólar paralelo. Deciden incrementar el desorden fiscal al aumentar la extensión de las jubilaciones no contributivas por supuesto aparearlas con el aumento de salario. Deciden “regalar” el gas a Trinidad y Tobago, aunque en Venezuela se mantenga una fuerte escasez en la distribución del gas doméstico.

Como no generan ni una sola señal que mejore la confianza, lo que han provocado es una estampida de gente y de negocios. Ni siquiera un boceto de sensatez o racionalidad. Son los mismos, cometiendo los mismos errores, invocando las mismas excusas y reprimiendo de la misma manera. Ellos deciden con todo esto su propio callejón sin salida. Son aprendices de brujo, torpes, crueles, desatinados, incapaces, y alucinados. Sin terminar de convencerse de que no hay magia, no existe ningún artilugio que transforme los deseos en realidades, o los decretos en hechos cumplidos. La realidad es como es, está perturbada por sus malos manejos, ellos son nuestra calamidad, y el país no está preparado para ninguna catástrofe, precisamente porque ellos son calamitosos. Entonces, que no venga nadie a decir que ellos están más fuertes que nunca. Más brutales, ¡sí! Mas peligrosos, ¡también! Pero de ninguna manera fuertes, porque carecen de opciones a su propia debacle.

Víctor Maldonado
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