El libro como rito burocrático
Un rito burocrático, la dictadura celebró recientemente lo que dio en llamar una feria del libro. Así, en un ámbito más reducido, como la Plaza Bolívar de Caracas, instaló todos los anaqueles que les fueron posibles, cumplimentando el oxímoron.
Ciertamente, ¿cómo explicar una feria en un país donde quebró la industria editorial, junto a las librerías? De suyo, la pregunta es la respuesta más contundente de una realidad inocultable.
Ni siquiera el monopolio de la tinta y del papel por un Estado que, pocos años atrás, invirtió o dijo invertir en imprentas capaces de sacar más de veinte millones de ejemplares, puede simular una proeza que no es otra que la de un insólito retroceso cultural. Fundamentalmente de depósito, al caminar apenas unas cuadras cercanas, mayor variedad había en el célebre remate de libros del puente de las Fuerzas Armadas que no es ni la sombra de lo que algún día fue.
Excepto el puesto del Centro Nacional de Historia, con muy escasos títulos, y – toda una rareza – el de la UCAB y la Konrad Adenauer, novedad alguna reportó el evento de varios días, aunque vimos por ahí un ya viejo y encarecido título de Paul Auster colado, como si alguien lo hubiese extraviado en un mostrador. La función de la feria fue definitivamente notarial, porque evidenció el nivel de aislamiento del mundo: bastará con un vistazo a los catálogos editoriales y a los comentarios de la prensa digital, en torno a libros y autores que no llegan a Venezuela, para entristecernos, como suele ocurrir en las universidades que ya no pueden tampoco publicar.
La estantería de una fundación dedicada a la memoria de Chávez Frías, fue una de las más llamativas al ofrecerlo de cuerpo entero, más que por su diario de cadete, cuidadosamente editado. Sin embargo, poco concurrida, deja constancia que no hay culto a la personalidad, por demasiada propaganda que se haga.
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