La cultura de la prisa o el ejercicio de poder
En las calles y autopistas de nuestro país se ha observado en los últimos tiempos, una importante disminución del parque automotor; en esa misma medida parece haber aumentado de manera generalizada, la velocidad que desarrollan los conductores que aún circulan en sus vehículos, sean estos de uso particular, de transporte colectivo o de carga pesada. Los motorizados probablemente constituyen un caso a ser analizado por separado.
Desafortunadamente, este aumento de la velocidad ha venido acompañado por una disminución de la prudencia; la antigua división de las autopistas en canales rápido y lento fijando un límite de velocidad, prácticamente ha desaparecido no solo de las vías sino también de la memoria de los conductores y el manejo de los vehículos se hace ahora de modo anárquico, circulándose por la vía que se encuentre más despejada, en una suerte de zigzag que pone en riesgo la integridad física de quienes transitan.
Si se piensa de manera prejuiciosa, podría afirmarse que son los jóvenes quienes mayoritariamente incurren en estos comportamientos, pero la realidad demuestra que no es así; la tendencia creciente a circular cual piloto de Fórmula Uno por nuestras calles y autopistas, no distingue edades ¿Qué hay detrás de esta conducta que impulsa a buena parte de nuestros conductores a manejar sus vehículos de esta manera?
Es bien sabido que el mundo occidental, incluyendo los países en desarrollo, está regido por lo que se ha llamado la cultura de la prisa, que fundada en la productividad, obliga a sus habitantes a moverse con gran rapidez. Aquella vieja frase “el tiempo es oro” pareciera estar inscrita en nuestra mente de modo indeleble, por lo que no nos permitimos “perder el tiempo” pero paradójicamente, terminamos desperdiciando la vida por esta prisa compulsiva, que nos impide disfrutar de muchos momentos que podrían ser gratos y termina desconectándonos de nosotros mismos y del mundo, según lo expresa el historiador Honoré.
Lipovetsky habla de la hipermodernidad que implica entre otros aspectos, la aceleración en el modo de vida y la presión por obtener resultados rápidos, haciendo más en el menor tiempo posible, con la correspondiente carga de angustia.
Por otra parte, desde hace mucho se ha observado y estudiado el fenómeno de la transformación sufrida por muchas personas, una vez que abordan sus vehículos. En el siglo pasado, el gran Walt Disney lo parodiaba a través de un bondadoso Goofy (Tribilín por estos lares) que al montarse en su carro, se convertía en un demonio capaz de destruir cuanto se atravesara a su paso.
El vehículo se convierte en un instrumento de poder, en un territorio privado que hace al conductor experimentar sensación de invulnerabilidad y libertad casi ilimitada. Acosar de diversas formas al vehículo que va adelante para que acelere, tocar la corneta apenas la luz del semáforo cambia a verde y ahora incluso si está en rojo, para que el conductor avance o no ceder el paso, son intentos de ejercer el poder sobre el otro que de manera habitual nuestros conductores exhiben.
Según algunos estudios, los hombres tienden a ser más agresivos que las mujeres, tal vez por el estereotipo de masculinidad asociado a la fuerza, al poder y a la agresividad, aunque esta última no es necesariamente privativa de los varones, pero si es más frecuente entre quienes sufren de baja tolerancia a la frustración e impulsividad, independientemente del género.
Cabe señalar adicionalmente la posible presencia en algunos casos, de otros factores como un trastorno de personalidad que empuja al individuo a desarrollar conductas arriesgadas, como el manejo temerario o una patología del estado de ánimo, como la depresión, que en los adolescentes y en los hombres, se puede manifestar mediante la irritabilidad y la ira, utilizando el manejo como un mecanismo para desahogar la frustración.
Se atribuye a Fernando VII, quien debía asistir a un evento importante, la frase: “Vísteme despacio que tengo prisa”, dirigida a su ayudante, quien por el apuro no acertaba a realizar su labor correctamente.
Ante la prisa que nos lleva a desatendernos y alterar nuestras prioridades, corriendo todos los riesgos que eso implica, resulta deseable detenernos y ver dentro de nosotros mismos, para poder aprovechar más que el tiempo, la propia vida .
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