La ejecución de Juan Valdez
En los registros existe una partida de defunción con fecha 31 de Marzo de 1827, certificada por el señor Francisco Bello y firmada por el licenciado Antonio González, cura rector de la Iglesia Metropolitana de Caracas.
El documento dice lo siguiente: En la ciudad de Caracas, a treinta y uno de Marzo de mil ochocientos veintisiete, el venerable señor cura rector del Sagrario de esta Santa Iglesia Metropolitana, licenciado Antonio González, hizo oficios de sepultura eclesiástica con entierro cantado por mayor al cadáver del señor Juan Valdez, el que fue pasado por las armas en la plaza de esta dicha ciudad: soltero, hijo legitimo del señor Juan Valdez y de la señora Ana Josefa Negrete. Recibió los sacramentos de penitencia y eucaristía, de que certifico.
Francisco Bello.
¿Quién era este tal Juan Valdez?… ¿Qué hizo para ser fusilado en la plaza mayor de Caracas?
En un viejo trabajo de José Eustaquio Machado, quien llegaría a ser miembro de la Academia Nacional de la Historia y director de la Biblioteca Nacional, hay una respuesta al enigma de quien era este hombre y porqué fue pasado por las armas.
Según relata Machado, Valdez era un joven que estaba locamente enamorado de una preciosa española llamada Dolores Martínez Macullá, cuya residencia se encontraba en la calle Carabobo, a poca distancia de la iglesia de la Trinidad. El amor se convirtió en tragedia cuando a sus oídos llegó un rumor que lo sacó de sus casillas.
Al parecer, un comerciante francés y amigo suyo, de nombre Francisco Javier Marc, estaba también prendado por la belleza de la señorita Dolores y empezó a cortejarla. Aquello desató un ataque de celos en Valdez, quien juró darle muerte a su nuevo enemigo, todo para poder casarse con la jovencita de sus sueños.
El nueve de Marzo, Valdez se presentó en casa de Marc, quien habitaba en una casa situada en la calle del Comercio, entre las esquinas de la Bolsa a Mercaderes. Tocó la puerta y abrió el francés, su amigo solicitó si podía pernoctar en su hogar, petición que le fue concedida sin muchas preguntas.
Esa noche, cuando el silencio fue interrumpido por los ronquidos del dueño de la casa, el huésped se levantó del catre, sacó un cuchillo de la mochila y con paso cauteloso se aproximó al lecho de su rival. Sin pensarlo mucho lo enterró de un golpe en el pecho de la victima, quien por el dolor recuperó la conciencia y pegó un salto de la cama para empuñar una espada, con la cual no logró defenderse, pues estaba herido de gravedad y el agresor logró poner su mano firme en la empuñadura, impidiendo maniobras.
Al verse sin opción a defenderse, comenzó a gritar y buscó la puerta para salir a la calle a implorar socorro. Cerca se encontraba un grupo de soldados del batallón Junín, que, al instante de escuchar los alaridos pidiendo ayuda, de inmediato salió corriendo al sitio y llegó justo cuando Marc abría la puerta de la casa, ensangrentado y con el puñal todavía clavado en el pecho. Los militares hicieron preso a Valdez, tras encontrarlo dentro de la casa, también bañado en sangre, pero sin heridas.
El reo fue condenado a la pena capital, sentencia que confirmó la Corte Superior, ante la cual envió una solicitud de perdón la madre de Valdez, petición que le fue pasada al Libertador, quien se hallaba para ese entonces en Caracas.
En esa ocasión el secretario de Bolívar, doctor José Rafael Revenga, fue el encargado de responder con el siguiente oficio:
He tenido la honra de recibir y poner en noticia del Libertador la comunicación de usted de ayer, a que era adjunto el testimonio de la sentencia de esa Corte Superior, confirmatoria del fallo del Tribunal de primera instancia en la causa criminal seguida contra Juan Valdez, y el de un decreto de la misma Corte recomendando la conmutación de la pena.
Tan delicada materia ha ocupado muy detenidamente la atención del Libertador. Se le ha presentado la ocasión de ejercer a favor de un menor la más noble atribución con que la Constitución del Estado adornó la Presidencia. Afean en extremo el crimen las circunstancias que le caracterizan; pero deponen a favor del criminal su edad, a los ojos de la ley todavía innatura, los servicios de la familia a la cual pertenece, las lágrimas de sus respetables amigos y la intercesión del Tribunal que le condenó.
Más Su Excelencia, que todo lo debe a la seguridad y bienestar del país; que ve ahora las cárceles llenas de homicidas, y entre ellos a quien la indulgencia ha convertido luego en asesinos o en reos que la naturaleza y los legisladores tenían por imposibles; Su Excelencia, que ve caracterizado el acto de Valdez como premeditado y alevoso y como un frío y atroz asesinato y estima la ley que lo condena de todos tiempos y naciones, y como grabada en el corazón de los justos, antes de contribuir al menosprecio de las leyes, antes de usar de un privilegio a que sólo autoriza el bien común, debe ceder a lo que el estado de la sociedad tan imperiosamente reclama.
El Libertador, pues, no cree conveniente alterar de ningún modo la sentencia que condena al último suplicio al reo Juan Valdez, y que con tanta meditación y peso confirmó ese Tribunal el 28 de corriente.
El niño Valdez fue puesto en capilla a las tres de la tarde del 30 de Marzo, y al día siguiente, a la misma hora, fue fusilado en la plaza mayor. Así el Libertador validó que un menor de edad fuese pasado por las armas.
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