¿El gobierno o yo?

El inefable Barclays, escritor fantasmagórico, se pregunta: ¿Quién cuida mi salud cuando estoy sano? ¿El gobierno o yo? Porque estar sano, mantenerme saludable, cuesta dinero, no poco dinero. ¿Quién paga las cuentas farmacéuticas de mantenerme sano? ¿El gobierno o yo? Las cuentas son onerosas y tienden a crecer. Gasto fortunas en tres medicamentos para regular la bipolaridad. Gasto fortunas en tres medicamentos para evitar la depresión, o mitigarla. ¿Quién paga esos seis medicamentos para cuidar mi salud mental? ¿El gobierno o yo? Luego compro dos medicamentos absurdamente caros: uno para no volverme impotente y otro para que no se me caiga el pelo. ¿Quién paga esas pastillas? ¿El gobierno o yo? Si dejo de tomar esas pastillas diariamente, tres para la bipolaridad, tres para la depresión, dos para la vanidad, ¿quién sufriría las consecuencias? ¿Quién se elevaría a picos maníacos de grandeza y se hundiría en los sótanos de la depresión? ¿Quién se quedaría impotente y volvería calvo? Si, por ahorrar lo que gasto en esas pastillas, dejo de comprarlas, ¿quién se volvería tan miserable y abatido, tan triste y confundido, que probablemente moriría, o se quitaría la vida? ¿El gobierno o yo? Y, cuando muera, como consecuencia de mis desbalances químicos, ¿quién pagaría mis funerales? ¿El gobierno o mi esposa?

Barclays razona: El gobierno no cuida mi salud cuando estoy sano. Yo debo cuidarla. Cuidarla cuesta dinero. Para cuidarla debo trabajar, ganar dinero. Si no trabajo, si no gano dinero, no podría cuidar apropiadamente mi salud. Si no la cuidase, mi vida estaría en riesgo. Pero cuidarla o no cuidarla depende enteramente de mí. Yo enfrentaré las consecuencias positivas de cuidarla, o las consecuencias negativas de no cuidarla. Es decir que, en los veinte mil días o poco más que llevo vivo, no ha sido nunca el gobierno quien me ha cuidado la salud, quien ha pagado por el cuidado de mi salud: he sido yo mismo, o mis padres cuando era menor de edad, y luego yo mismo, ya siendo adulto.

Barclays se pregunta: Y cuando me he enfermado, ¿quién ha cuidado mi salud? ¿El gobierno o yo? Barclays recuerda: He estado tres veces al borde de la muerte. Mi primera cita con la muerte ocurrió cuando era muy joven. Quise matarme. Tomé un frasco de somníferos. Colapsé. Me llevaron a una clínica. Me limpiaron el estómago. Me salvaron la vida. ¿Quién pagó la cuenta de la clínica? ¿El gobierno o yo? Yo, desde luego. Mi segunda escaramuza con la muerte ocurrió cuando me atropellaron montando en bicicleta. Salí volando. Literalmente volé. Al caer, perdí el conocimiento. Desperté en un hospital. ¿Quién pagó la cuenta del hospital? ¿El gobierno o yo? Yo, por supuesto. La tercera y más peligrosa refriega con la muerte ocurrió cuando se me reventó el conducto biliar, obstruido por los residuos químicos de tantos somníferos que me administraba yo mismo, sin intervención médica. Me había puesto todo amarillo. No podía caminar. Fue el peor dolor que jamás experimenté. Me operaron de urgencia. La operación costó una fortuna. ¿Quién pagó la cuenta? ¿El gobierno o yo? Barclays responde: yo pagué la cuenta. En los tres casos en que estuve cerca de morir, yo pagué todo. El gobierno no pagó nada.

Barclays concluye tentativamente: Cuando estoy sano, yo cuido mi salud, yo pago por el cuidado de mi salud. Cuando estoy enfermo, yo pago por las atenciones médicas, yo pago para recuperar la salud. El gobierno no me ayuda cuando estoy sano ni cuando estoy enfermo. El gobierno se abstiene de cuidar mi salud. El gobierno no me ofrece un seguro médico gratuito para cuidar mi salud. El gobierno me dice: tu salud es tu problema, tu cuerpo es tu problema, el costo de mantenerte saludable lo pagas tú, no yo.

Así las cosas, piensa Barclays, parece evidente que toda mi vida, que ya suma cincuenta y cinco años, más de veinte mil días, yo he tenido que cuidar mi salud, y así como he pagado los costos para estar sano, también los he pagado cuando me he enfermado. El cuidado de mi salud ha sido siempre un asunto mío, personal, individual, algo que se ha situado en el ámbito o la jurisdicción de mi libertad. Yo gobierno libremente mi cuerpo, mi salud: no lo hace el supremo gobierno, ni los burócratas de turno. Si lo hago bien, disfruto del bienestar. Si lo hago mal, sufro el malestar. En cualquier caso, yo decido, yo elijo los riesgos, yo pago. El gobierno mira desde lejos y, si acaso, me desea suerte, pero no interviene.

Barclays razona: Ahora mi salud, la salud de todos, está amenazada por un nuevo riesgo, jaqueada por una enfermedad inédita, de reciente generación. Ese nuevo riesgo es el coronavirus. Se contagia fácilmente. No hay vacuna. No hay tratamiento antiviral. Es mucho peor que la gripe común. Mata a dos o tres personas de cada cien que infecta. Mata sobre todo a la gente de edad avanzada. Me temo que mi edad ya califica como avanzada. Mata sobre todo a personas con problemas anteriores de salud. Yo tengo los pulmones estragados. Estoy en zona de riesgo. Soy vulnerable. Podría matarme. Esa gripe maléfica y de momento incurable, el coronavirus, es diez veces más letal que la gripe común. Ahora bien, la gripe común también se contagia fácilmente, también se transmite de persona a persona, también mata. Y ningún gobierno prohíbe a la gente salir a la calle, trabajar, por temor a que se contagie de la gripe común. El gobierno no aplica la cuarentena para refrenar la gripe común. Pero muchos, muchísimos, se infectan. En el país donde vivo, los Estados Unidos, piensa Barclays, cincuenta millones se infectan cada año y cincuenta mil mueren, víctimas de la gripe común. Ahora, por culpa del coronavirus, podríamos morir quinientas mil personas. ¿Justifica eso que el gobierno prohíba a la gente salir a la calle? ¿Cincuenta mil muertes por gripe común son aceptables, pero quinientas mil por coronavirus son inaceptables? ¿Las primeras cincuenta mil muertes valen menos que las últimas cincuenta mil, o son políticamente menos escandalosas? ¿Quién traza la línea roja entre lo que es aceptable o inaceptable? El gobierno. ¿Y qué es el gobierno, o quiénes son el gobierno? Generalmente, diez o quince personas asustadas, estresadas, confundidas. ¿A qué temen? Al repudio masivo de quienes antes confiaron en ellas. Al decretar la cuarentena, ¿los señores del gobierno quieren salvar nuestras vidas, o salvar sus vidas públicas, sus carreras políticas? Pero, sobre todo, cuando el gobierno nos dice dame tu libertad, entrégame tu libertad, que yo cuidaré tu salud mejor de lo que tú mismo podrías cuidarla, ¿es eso cierto? ¿Quién cuida mejor mi salud? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tiene temor de que me contagie del coronavirus? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tiene miedo de que yo muera? ¿El gobierno o yo? No quiero contagiarme, no quiero morir. Haré todo lo posible para no contagiarme, no morir. No necesito que el gobierno me lo recuerde. Es el instinto humano más poderoso, el instinto de sobrevivir.

Los enemigos de Barclays le dicen: al defender tu libertad personal, el gobierno irrestricto de tu cuerpo, sobre el bien común, el interés general y la salud pública, estás siendo irresponsable y egoísta. Lo azotan una y otra vez con el látigo moralista: tú tienes derecho de exponerte a los riesgos de contagiarte, tienes derecho de contagiarte, pero no tienes derecho de contagiar a otros, y si sales a la calle pondrás en riesgo la salud de otros, infectarás a otros y hasta matarás a otros, es decir que otros morirán por tu culpa, por culpa de tu egoísmo y tu irresponsabilidad. Barclays se dice a sí mismo: nadie debería estar obligado a quedarse en casa, como nadie debería estar obligado a salir de casa. Si yo salgo de casa porque deseo trabajar, corro el riesgo de contagiarme. Pero si otra persona más prudente, o cautelosa, o temerosa, decide quedarse en casa, ¿cómo podría yo contagiarla, a no ser que invadiera su casa? Ahora bien, yo podría contagiar, sí, a otra persona que, como yo, elije libremente el riesgo de salir de casa, pero ese riesgo funciona de ida y vuelta, porque esa persona, al salir, también podría infectarme a mí. De modo que ambos corremos libremente ese riesgo: elegimos trabajar, a riesgo de contraer la gripe. ¿Debe el gobierno, en aras de cuidar nuestra salud, prohibirnos salir de casa, prohibirnos trabajar? Si lo hace para cuidarnos la salud, ¿por cuánto tiempo debe hacerlo? Porque el virus no se irá en dos semanas, ni en cuatro, ni en seis, ni en ocho. No se irá en tres meses, no se irá en medio año. Solo se irá, si acaso, cuando encuentren la vacuna, y eso podría tardar un año. Entonces, si esta nueva gripe tanto más mortal que la común nos tendrá amenazados un año, ¿debe el gobierno prohibirnos salir a la calle, prohibirnos trabajar, durante medio año, o un año, con el argumento de que ellos, los del gobierno, cuidan nuestra salud mejor que nosotros mismos, los ciudadanos? Barclays se preocupa, se angustia: Y todas esas semanas o meses que el gobierno nos tendrá en cautiverio, encerrados, bajo arresto domiciliario, ¿quién pagará mis cuentas? ¿El gobierno o yo? ¿Quién comprará mis comidas, mis bebidas, mis medicinas? ¿El gobierno o yo? Y si, por no ir a trabajar, la empresa en la que trabajo me despide, ¿quién me pagará mi sueldo, todos los meses que el gobierno me tendrá confinado en mi casa, prohibido de salir, de trabajar? ¿El gobierno? Si me despiden, si la empresa en que trabajo quiebra, el gobierno no pagará mi sueldo. Como mucho, me dará un bono, un regalo simbólico, pero eso me alcanzará, si acaso, para solventar los gastos de una semana. Entonces, ¿quién pagará los costos de prohibirme trabajar, de no cobrar mi sueldo, de quedarme desempleado durante meses? ¿El gobierno o yo? ¿Quién tendrá que usar sus ahorros, si tiene ahorros, para subsistir? ¿El gobierno o yo? Debido a que el gobierno quiere cuidarme la salud y evitar a cualquier precio que me contagie del coronavirus, muy probablemente me quedaré sin trabajo, sin sueldo, sin ahorros, sin futuro laboral. ¿No hubiera sido menos malo, menos dañino, contraer la maldita gripe, derrotarla en dos semanas, volverme inmune, pero preservar mi trabajo, seguir cobrando mi sueldo, no vaciar mis ahorros, no quedarme en bancarrota personal y familiar? ¿Quién debe decidir si quiere trabajar a riesgo de contraer la gripe, o si prefiere no trabajar y quedarse en casa para no correr el riesgo de contraerla? ¿El gobierno o yo? Si a las personas pobres, sin ahorros, sin casa propia, sin un empleo formal, les damos a elegir, en el uso de su propia libertad, si prefieren continuar trabajando a riesgo de enfermarse dos semanas, o si prefieren quedarse indefinidamente en casa, sin trabajar, sin ganar dinero, para no enfermarse, ¿qué decidiría la mayoría? Probablemente, salir a trabajar, agriparse, derrotar al virus, volverse inmune, pero subsistir, no perder el empleo, no morirse de hambre, no hundirse en la quiebra y la miseria. Barclays piensa: Cuando levanten la cuarentena, el virus no habrá desaparecido y la vacuna no estará disponible todavía. Pero muchas, muchísimas personas, se habrán quedado sin trabajo, sin ahorros. Y, por las buenas o las malas, saldrán a la calle a trabajar, a subsistir. Y en ese momento el riesgo de enfermarse del coronavirus no habrá sido conjurado: solo habrá sido pospuesto, aplazado.

Barclays concluye: Si, tarde o temprano, con cuarentena o sin ella, todos estaremos expuestos a la enfermedad, todos correremos el peligro de contagiarnos, entonces no carece de lógica pedirles a los señores del gobierno que dejen que cada ciudadano decida si quiere salir o no salir de su casa, si quiere trabajar o no trabajar. ¿Es mejor estar en casa, desempleado y arruinado, pero sin la gripe, que trabajando y cobrando un sueldo, aunque expuesto a la gripe? Enojado con el gobierno que pretende cuidar su salud y gobernar su cuerpo, Barclays sentencia: Prefiero ser un hombre libre, aunque pasajeramente enfermo, que un prisionero con buena salud.

Crédito: La Nación

Jaime Bayly
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