La Puerta

El General pudo sostener su posición en El Sombrero y propinó el primer porrazo, anotándose la primera victoria el expedicionario. Los húsares, con tan solo cubrirse, propinaron la primera tunda de muchas por seguir al glorioso ejército libertador, que se dio por conocido e inventariado en la emboscada de Calabozo.

En el suelo embarrado de sangre contaron más de cuatrocientos cadáveres. El centenar de heridos que se revolcaba en el suelo vio el filo de las bayonetas como golpe de gracia. Luego de ser interrogado uno por uno, supo que había causado bajas significantes en las filas del contrario, pero debía remitir informes con números al ministro en España. Según el informe remitido a Zenteno, en el segundo encontronazo exterminaron cuatro batallones de infantería rebelde, pasaron por las armas a los sobrevivientes, pues en guerra no se anda con preso amarrado, y se apoderaron de todo armamento, munición y vitualla dejado en la marcha.

La noche del 17, luego de dictar correo, cenar y beber un par de copas de vino, Morillo pudo al fin descansar en paz unas horas. Replicó sin vocablo la carta del desconocido que amenazaba con indultarlo en nombre de la República, se acostó satisfecho con el resultado conseguido por sus filas,  dejándose arrullar por el sonido del roce de la brisa moviendo las hojas de los árboles. Pegó los párpados al terminar sus plegarias y darle gracias a Dios por otro día de vida, pero no pudo evitar pedir por el milagro de conocer algo más sobre Simón Bolívar además de su nombre y título. Ver su silueta marcada en la distancia, aunque fuese a través del prismático.

Se mantuvo en El Sombrero durante una semana, esperando otra embestida de los insidiosos, pero lo dejaron uniformado, con fusiles montados y bayonetas amoladas. Intuyendo que las huestes del caraqueño tomarían su tiempo en reagruparse, puesto habían cogido distintos caminos en la retirada, el General dispuso trasladarse hasta Villa de Cura. Buscaba sumar refuerzos, o al menos concederle descanso a su cuadrilla fatigada.

A principios de marzo estaba en Valencia, donde le tocó esperar hasta el trece, a que se fundieran sus fuerzas con las del Coronel Sebastián de La Calzada. Ese mismo día partieron en dirección a La Cabrera, en cuyo paso volvió a toparse con resistencia, cómodamente doblegada ante la ventaja de contar con filas adobadas por la experiencia dejada por las guerras napoleónicas, veteranas en su arte de sangre y muerte.

El 15 despachó patrullas para efectuar un reconocimiento de los pueblos a los alrededores de Maracay. Cuando recibió noticia que fueron avistadas unidades rebeldes cerca de Villa de Cura, volvió a dictar órdenes. Esta vez no quería errores. El reloj marcaba la hora de atacar al enemigo y tantear como se defendía. Se acabaron las gentilezas entre caballeros.

Resolvió enviar un contingente a Villa de Cura para tomar control del poblado al mando de Tomás Morales, meta cumplida sin mucho inconveniente. Al arribar el cuerpo de vanguardia e infantería realista, decidió su jefe continuar avanzando, siguiendo la nube de polvo dejada por una pandilla de trescientos jinetes que arrancó en veloz carrera al enterarse que los realistas tomarían la villa y eran demasiados.

Morillo se enteró de la persecución al llegar a Villa de Cura, unas tres o cuatro horas luego que Morales abandonara la plaza al mando de su contingente. En vez de hacer la parada debida para distribuir el rancho, continuó su camino con la meta de empatar con la vanguardia. Debía detenerla, en su corazón latía un mal presentimiento anunciando que la tercera parte de su cuadrilla se dirigía sin freno hasta caer en una celada. Como buen cazador, entendía que no existe en la vida presa fácil, ninguna se deja poner, así por así, las manos encima para que le quiebren el pescuezo; menos un pavo como el Libertador, quien no enseñaba el moco pero ya había dado par de picotazos. El pequeño grupo de llaneros que acosaba Morales quería ser seguidos y hallado. Alguna estratagema tenía planeada Bolívar.

Las dos veces que atravesó La Puerta sirvieron para concebirla como el  peor de los escenarios para librar cualquier tipo de beligerancia. Se trata del único pasaje que sirve como atajo entre los llanos y valles del centro. La grieta marcada por el paso de la quebrada de Semén revienta una cordillera que parece infranqueable. Aquel terreno, de cierto modo le recordó el cuento de las Termópilas y la feroz resistencia de los espartanos contra la invasión persa.

Probaron ser ciertas las sospechas del General. En aquel paso aguardaba un total de 1.700 infantes y 2.000 jinetes, bien posicionados, listos para el asalto. La vanguardia dirigida por Morales, en su afán de seguir el paso de los forajidos, cayó por derecho en la emboscada. Al arribar al sitio, viéndose marcado con los primeros disparos y salpicones de sangre, pudo contemplar la gravedad de su imprudencia. Terco en su misión de alcanzar los trescientos, olvidó calcular que el ritmo del trote lo distanció demasiado de los brazos de Morillo y La Calzada.

Un par de horas se tornaron en una eternidad para Morales mientras soportaba el castigo impartido por los patriotas. Cuando una de las tantas cargas de infantería rebelde por fin estaba por quebrar la resistencia de soldados del rey, alcanzó La Puerta “El Pacificador” a la cabeza de su compañía. En plena marcha, descifrando por dónde vendrían los tiros, tenía diseñado un plan de antemano para manejar la situación. Así que llegó abriendo fuego al instante de su entrada en escena, salvando a Morales de lo que parecía una muerte segura.

En momentos críticos hace falta el comando de personajes que aporten soluciones, lo sabía Morillo como alma entregada a la devoción por cumplir con sus misiones.

-Ésta era una de las ocasiones en que se necesita arriesgarse la persona del General en jefe, para salvar una desgracia y restablecer el orden.-

Llegó haciendo llover la furia de sus granaderos sobre los puntos indicados, poniendo un batallón al frente y mandando dos cuerpos de caballería para barrer el bosque por ambos costados hasta toparse en la quebrada. Liderando las filas del centro los haría retroceder, quedarían acorralados en La Puerta. Bolívar no aguantaría como pudieron los espartanos de Leónidas. Por sus venas no corría ni una gota caliente.

Se mantuvo al frente de sus huestes, encabezando la carga contra las más cerradas de las posiciones enemigas. En una de las tantas resultó atravesado por una lanza, herida grave, insufrible, que no sirvió para derribarlo de su cabalgadura. Evitando el desmayo, consiente que caer ocasionaría incertidumbre entre los suyos, se mantuvo lisiado sobre su palafrén, hasta que el tormento y copioso derrame de sangre casi lo hizo desvanecerse. Antes que lo ayudaran a bajar del caballo, entre balbuceos, delegó a Morales la tarea de finiquitar las acciones, pues la batalla ya estaba ganada. Tal como predijo, el ejercito libertador ponía pies en polvorosa, consumando una retirada igual de vergonzosa que la ejecutada en El Sombrero.

La victoria en La Puerta marcó el punto y final a lo que Bolívar bautizó como su “Campaña del Centro”, esa que quedó desbaratada luego de tres encontronazos con Morillo. El ejército expedicionario pegó duro con su primera ofensiva. Superaron a la crema de los cuerpos rebeldes, también conquistaron un botín conformado por efectos con los cuales no pudo cargar el enemigo en la tenacidad de su fuga. Casi mil fusiles, cien cargas de munición, más de dos mil animales, contados mulas, caballos, toros y vacas. Todo muy valioso, pero nada comparado con el tesoro hallado dentro de un par de baúles.

Se trataba del milagro solicitado al Todopoderoso con sus plegarias.

Jimeno Hernández
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