El viudo

La figura del Libertador puede examinarse desde múltiples perspectivas. En este ensayo buscaremos observarlo, no en medio de la vida pública, donde solemos hallarlo, sino más bien en la privada, entretejiendo intimidades con la primera dama con la cual compartió lecho y corazón. 

La vida privada de Bolívar, pese a la publicación de numerosos documentos, continúa siendo un relato rodeado de fantasía. Existe demasiado cuento que ha rodado de boca en boca. Esa tradición oral ha hecho que las narraciones sufran una conversión, desfigurando trazos de la historia. Por ello, en este cuento nos remitimos al contenido de cartas cruzadas entre él y la primera dama con la cual tuvo amores. Sabemos que el hombre contrajo matrimonio, enviudó y, aunque llegaron a no faltarle prospectos amorosos, jamás volvió a llevar una mujer al altar.

Para eso debemos contar la historia desde el principio. Es decir, referirnos a la primera vez que se enamoró. Eso sucedió en 1800, durante su primer viaje a Europa, nada más y nada menos que en Madrid, capital del reino. Apenas era un niñato de 17 años cuando quedó embelesado al conocer a la señorita María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza. Española de nacimiento, ligada por lazos de sangre a la sociedad caraqueña, puesto que su padre, don Bernardo Rodríguez del Toro y Ascanio, nació en Caracas y era hijo del segundo Marqués del Toro, se prestó a la buena junta.

María Teresa era un par de años mayor que Simón, circunstancia que no impidió le hiciera ojitos y regara con ánimos su esperanza de conquistarla. El 30 de septiembre de ese mismo año escribió Bolívar una carta dirigida a su tío y tutor, Pedro Palacios y Sojo, para informarle:

-Por haberme apasionado de una señorita de las más bellas circunstancias y recomendables prendas, como es mi señora doña María Teresa Rodríguez del Toro, hija de un paisano y aun pariente, he determinado contraer alianza con dicha señorita.- 

La boda se celebró el 26 de mayo de 1802 en la iglesia San José de Madrid, una que ya no existe. Gozaron tres semanas de luna de miel antes de zarpar con destino a Venezuela. La felicidad le duró menos de un año a los recién casados. Simón vio a María Teresa caer enferma esas navidades, víctima de las llamadas “fiebres malignas”. El destino estaba escrito y la pobre falleció raquítica en su lecho el 22 de enero de 1803.

Sobre María Teresa se sabe poco. Por resaltar un par de datos interesantes, al inicio de sus cartas la llamaba “Amable hechizo del alma mía”, y luego de su deceso la calificó de “joya sin defectos, valiosa sin cálculo”.  

Incluso su apariencia resulta un misterio, ya que hasta la fecha no aparece retrato de su persona. Por consiguiente, sus escasas imágenes resultan mero fruto de la concepción de artistas que dibujaron al personaje ficticio, como es el caso de la figura de cabello oscuro, ojos castaños y nariz larga plasmada por Tito Salas en su cuadro titulado “Matrimonio del Libertador”, obra de arte que data de 1921.  

En realidad, de ella se sabe poco. Su estampa parece casi un misterio indescifrable en la historia. Existe una biografía escrita por Rafael Fuentes Carvallo en la cual comenta el autor: -Fue mujer de capacidad ejecutiva y no carente de decisión, puesto que dentro del contexto social de su época, precozmente afronta obligaciones familiares, se gana la admiración de los administradores, el cariño de la servidumbre.-

Entre los documentos de Simón Bolívar solo existe un par de referencias sobre su difunta esposa. Una vez en los diálogos con Perú de la Croix, texto conocido como “Diario de Bucaramanga”, la otra en la segunda cláusula de su testamento declarando estuvo legalmente casado con María Teresa Rodríguez del Toro y no tuvo hijos con ella. 

Eso es todo lo que sabemos sobre la dama, además que Bolívar, al fallecer su esposa, buscó hallar consuelo a sus penas con otro viaje a Europa. La primera parada fue Madrid, donde se presentó en casa del padre de don Bernardo para entregarle los efectos personales de su difunta hija. Se abrazaron y lloraron juntos por la pérdida. 

El resto es historia. 

Jimeno Hernández
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