¿Dios bendice las guerras santas?

Hoy, por si los hay que no se enteran, es un día enorme, el domingo de la resurrección de Jesucristo, milagro sin el cual no existiría la religión que ha tocado los corazones de la tercera parte de la humanidad. Sin la promesa de vida eterna que la victoria de Cristo sobre la muerte representa su mensaje se hubiera quedado en una anécdota, el de otro profeta más. Lo dijo San Pablo, el gran propagandista cristiano. “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, y vana es también vuestra fe”.

¿Cuál fue el mensaje? Amar al prójimo; amar la paz. “Bienaventurados los que procuran la paz,” dijo Cristo en el Sermón del Monte, “pues ellos serán llamados hijos de Dios”. Gran idea, lejos de hacerse realidad veinte siglos después. Lo que está ocurriendo hoy en Ucrania, otra guerra santa para añadir a las crónicas, deja en evidencia una vez más el camino que queda por recorrer para llegar a la tierra prometida.

Partamos de que lo que cuentan los evangelios es verdad, que Cristo es el hijo de Dios y que nos observa desde el cielo. ¿Qué estará pensando? Difícil para un ser terrenal adivinar los insondables pensamientos de la divinidad. Pero si mantuviera algún recuerdo de los procesos mentales que asimiló antes de volver al lado de su Padre, se tendría que estar preguntando, al menos de vez en cuando, ¿todo ese esfuerzo, para qué? Predicar la paz y el amor, morir de manera tan atroz para redimir los pecados de la humanidad y luego… el odio detrás de las guerras salvajes que se han llevado a cabo en su nombre -en su nombre- desde la cruzadas de la Edad Media, o antes… ¿cómo entenderlo?

La respuesta de un creyente sería, supongo, que la triste debilidad humana no le resta valor a la doctrina celestial, o que se trata de otro de los misterios de Dios y que no hay que perder la fe. Bien. Aquí no me meto. La religión ofrece, para los que lo necesitan, consuelo, esperanza y orden en el caos. Cada uno que organice su vida según pueda. Lo que a mí me intriga es cómo tantos fieles han sido capaces a lo largo de la historia de vivir con la contradicción de creer que irán al cielo como recompensa por practicar la fe cristiana y, a la vez, actuar de tal manera que su lugar en el infierno está asegurado.

Vladimir Putin es el ejemplo más cercano que tenemos. Se proclama defensor de la iglesia ortodoxa rusia, tan cristiana ella en sus creencias como la católica. Fue bautizado por su madre, se le ha visto con una cruz colgada del cuello, ha animado a los jóvenes rusos a ir a misa. Dijo en una entrevista con la revista Time en 2007 que gobernar se basa en principios morales, “y no es posible hoy separar la moralidad de los valores religiosos”. El Papa de la iglesia rusa, el patriarca Kiril, no solo es un viejo amigo y aliado de Putin, ha dicho de él que es “un milagro de Dios”.

Lo que queda más claro cada día es que Putin y Kiril conciben de la guerra en Ucrania como una cruzada. Kiril rezó el mes pasado por la victoria en lo que llamó “la guerra santa”. En otra ceremonia reciente le dio al jefe de la guardia nacional rusa una medalla de la Virgen María. Putin habla de su guerra como ejercicio de “purificación”, lo que para él significa acabar con la creciente occidentalización de Ucrania. El odio a Occidente, está claro, es su fuerza motivadora. Él cree, como Kiril, que Occidente ha caído en la decadencia moral (véase feminismo, homosexuales y transgéneros), que ha abandonado a Dios, que él actúa en defensa de la única y verdadera fe. Un célebre intelectual ruso al que algunos llaman “el cerebro de Putin”, Alexander Dugin, afirma que Occidente es “el Anticristo”.

¿Qué hay otros factores en juego en Ucrania? Sí. El mundo es complicado. Los intelectuales de izquierda de siempre, tan materialistas ellos, lo reducen a “intereses económicos”. La escuela “realista”, de moda últimamente, lo entiende en términos de ajedrez, que Estados Unidos y sus aliados se equivocaron en la jugada cuando accedieron a la solicitud de antiguos miembros del bloque soviético de incorporarse a la OTAN. Algo de esto habrá.

El problema de limitarse a explicaciones racionales es que no ofrecen respuesta a porqué se aniquilan ciudades, se masacran niños, se viola a mujeres, se asesina a civiles a sangre fría. Tampoco la ofrecen a la tremenda desproporción entre, por un lado, la dimensión de la operación militar rusa y, por otro, el valor económico que tiene Ucrania o la amenaza que supuestamente representaba.

Para entender el motor detrás de una invasión tan bárbara, tan innecesaria y tan espectacularmente mal planeada hay que entrar en el terreno de la irracionalidad, aquel en el que se encuentra la religión. La fe, en este caso, como escudo para esconder y dignificar los resentimientos y miserias que Putin carga en su persona y que comparte buena parte de la población rusa. Y la fe, también, para la absolución de los pecados.

Matar a los infieles, identificados también como “nazis”, es una obligación cristiana, según la visión medieval de Putin. El Dios cristiano no solo perdona las matanzas, las bendice, igual que bendecía las masacres de hombres, mujeres y niños musulmanes en los tiempos de las cruzadas.

Cómo se llega del Sermón del Monte a Bucha y a Mariúpol es otro misterio, es la contradicción más grande de todas, pero se llega, se hace y se ha estado haciendo en nombre de Cristo el guerrero por todos los continentes desde hace mil años. Todos los medios se justifican si el fin es sagrado.

El día de la Resurrección se celebra no hoy sino el domingo que viene en la iglesia ortodoxa rusa. Gran día en la catedral para el patriarca Kiril, que dará gracias por la misericordia de Dios y por la ofrenda de su Hijo para salvar los pecados del mundo. Vladimir el Milagroso, rodeado de guardaespaldas por si Dios le falla, se santiguará, inclinará la cabeza y dirá ‘Amen’.

Fuente: Clarín

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